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La historia y la cizaña

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El mundillo académico e intelectual montevideano, tan afín al Frente Amplio como impermeable a la realidad, ha encontrado un nuevo filón en su intento de minar al nuevo gobierno.

La intención, que ya se buscó en la campaña electoral con el fracaso conocido, es pintar al presidente Lacalle Pou como heredero de una visión antibatllista, que buscaría desmontar todas las maravillas del país idílico que habría construido Batlle y Ordóñez. Y del que, resultaría obvio según su tesis, que el Frente Amplio es el natural heredero.

Esto tiene dos fines muy claros. Por un lado, presentar al nuevo presidente como una figura con ideas antipopulares y heredero de un fascismo “levemente ondulado”, de raíz católica y sectaria. Y por otro, sembrar cizaña en la actual coalición de gobierno, al sugerir a los militantes del Partido Colorado, que hoy estarían formando gobierno con los enemigos de su proyecto histórico, y que su aliado obvio sería el Frente Amplio.

Más allá de debates bastante frívolos en este sentido que se han dado en redes sociales, la semana pasada salió el gran guionista vivo del Frente Amplio, el historiador Gerardo Caetano, a bendecir esta visión. Y en una retorcida entrevista en Brecha, terminó entregando la frase que da título a la misma: “El proyecto del núcleo duro del Partido Nacional es terminar con el Uruguay batllista”.

Lo primero que habría que discutir es cual es la base de ese proyecto batllista, porque en las largas décadas en que Batlle y Ordóñez fue figura hegemónica, hubo miradas distintas. En segundo lugar habría que pasar el filtro a lo que gente como Caetano ha construido a través de los años, la entronización de Batlle como una especie de líder proverbial, que vino a sacarnos del atraso caudillista, y a puro esfuerzo personal habría impuesto la laicidad, el estatismo, las leyes laborales y la modernización en el país. Algo que cualquiera que lea historia sin un fin político partidario obvio, no solo puede comprobar que no fue así, sino que hubiera sido imposible.

Las reformas de Batlle y Ordóñez fueron posibles porque había un sustrato político y social favorable, la separación de la iglesia y el estado había empezado casi 40 años antes, lo mismo que las leyes laborales y sociales. Pero, sobre todo, la elite nacional de las primeras décadas del siglo XX estaba muy por encima de lo que se veía en el resto de América. Algo que luego, se perdió.

Dicho todo esto, desde ese mítico paraíso batllista que se ha querido construir desde la academia, con el fin de convertir al Frente Amplio en su heredero, ha pasado un siglo. Un siglo en el que pudimos comprobar que varios de sus postulados no servían, y terminaron derivando en crisis sistémicas feroces. Aprendimos que el estatismo exacerbado lleva a una burocracia que asfixia el empuje individual. Aprendimos que no se puede subsidiar un desarrollo urbano en base a extraer renta de los sectores genuinamente competitivos del país como el agro, ya que eso solo los condena al atraso, y a depender de los volátiles ciclos internacionales de precios. Aprendimos que no se puede importar recetas de desarrollo de países que tienen historias y sociedades distintas, ignorando nuestra tradición e idiosincrasia.

Intelectuales y operadores políticos del Frente Amplio insisten en manipular la historia para demonizar al gobierno, y asustar con el fin de un Uruguay idílico que dejó de ser viable hace décadas.

Pero, sobre todo, aprendimos que no se construye una sociedad mejor, dividiendo al país entre buenos y malos. Entre modernos y atrasados. Entre puros solidarios, y malvados egoístas. Aprendimos que aquel jacobinismo propio de una fase de Batlle y Ordóñez, fue malo para todo el país. Ese jacobinismo, esa intolerancia, ese enamoramiento de cualquier receta ideológica comprada en mesa de saldo europea, esa falta de visión nacional, es lo único que hoy anida en el Frente Amplio y que es una caricatura obsoleta del batllismo. Cualquiera que lea historia con mirada honesta sabrá que el proyecto batllista nunca se podría sentir representado por gente como Mujica, como Andrade, como Miranda... Gente marxista, sin brillo intelectual, escasamente republicana y refractarios a las lecciones de la historia.

La sociedad uruguaya tiene claros cuales son los parteaguas hoy en la política nacional. Y que las categorías válidas en el 2020 no son batllismo, riverismo, herrerismo o nacionalismo independiente. La división es entre quienes tienen vocación republicana y democrática y quienes no, entre quienes apuestan a un desarrollo genuino y sostenible y quienes no. Pero, sobre todo, entre quienes se creen soberbios dueños de la verdad y quienes tienen cabeza abierta y saben que el país del futuro se construye con el aporte de todos.

Lo demás son etiquetas viejas, caducas, empuñadas con fines ruines, y condenadas al fracaso.

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