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El gran bonete

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¿Quién lo tiene? El gran bonete”. Algo así decía la letra de un antiguo juego infantil donde todo giraba en torno a este misterioso personaje.

Los dirigentes sindicales y algunas figuras de izquierda resucitaron ese viejo juego y lo lanzaron al ruedo. Solo que ahora no todo gira en torno al gran bonete sino “al gran capital”.

Saben que deben aguantar (de mala gana) todo lo que el gobierno decide, pero insisten en que debe pedírsele un esfuerzo “al gran capital”, una especie de ente surrealista que anda por la vida, indiferente a lo que pasa.

¿Qué quiere decir esa expresión? ¿Qué define? Se trata de una muy vaga idea que se repite una y otra vez como para imponer, cuándo no, un relato alejado de toda realidad y que ayuda a desligarse de las responsabilidades propias. Suponemos que se refieren a las grandes empresas, que en las buenas ganan mucho dinero y en las malas (como una pandemia) lo pierden. Pero tal como lo dicen los sindicalistas, puede significar cualquier cosa.

La frase adquirió inusitada fuerza cuando el gobierno anunció reducciones a los sueldos de funcionarios públicos que sobrepasaran los 80.000 pesos líquidos. Los líderes sindicales se preguntaron por qué tenían que pagar los empleados públicos esta crisis, por qué no la paga el gran capital. Hablaban con indisimulado mal talante y mal humor.

Aunque López no lo reconozca, están “los nabos de siempre”. No es un concepto difuso, es una realidad referida a aquellos uruguayos que trabajan, pagan sus impuestos y generan riqueza sabiendo que muchos otros no lo hacen pero viven a costillas de quien paga.

Podría argumentarse que el mal humor respondió a la frustración de no poder defender a los 300 mil empleados públicos. Sin embargo la medida solo afectará a 15 mil de ellos. Unos 275 mil quedarán afuera de esa medida porque no llegan al monto requerido para hacer el descuento. Por lo tanto, su gran base sindical sigue sin haber sido afectada. ¿Se habrán enojado porque a ellos en particular, la medida del gobierno sí les tocó el bolsillo?

Lo que la medida desnudó es la cantidad de empleados públicos que ganan sueldos por debajo de esos 80.000 pesos. Esta pandemia está poniendo en evidencia muchas cosas: la cantidad de gente que trabaja en negro y apenas gana para vivir al día, la cantidad de gente que no tiene donde refugiarse, la cantidad de gente que a solo 15 días de haber estallado la crisis sanitaria, ya necesita recurrir a ollas populares y a tantos otros programas sociales del gobierno. Por lo visto el temor a que un cambio de gobierno llevara a un retroceso y a la pérdida de numerosos logros (se convocó a la resistencia para defenderlos) era injustificado. El retroceso venía de antes y los logros no fueron tantos. Ahora resulta que además hubo “un gran capital” al que ni siquiera un gobierno de izquierda pudo doblegar en 15 años.

Junto con lo del “gran capital” vino el otro reclamo. El de recortar los sueldos altos que alguna gente gana en la actividad privada. El reclamo, para empezar, tiene un cariz suicida: si se recortan esos sueldos, ¿quién paga los impuestos que permiten que todos los empleados públicos, por arriba y por debajo de los 80.000 cobren el suyo?

Pero además si las cosas siguen complicándose, muchos de esos sueldos simplemente desaparecerán. Si una empresa da pérdidas o lisa y llanamente cierra porque la cuarentena se prolongó demasiado, quienes ganan esos sueldos serán despedidos. Eso es lo que Joselo López no entiende. El empleado privado ganará mucho más o mucho menos pero no tiene la garantía de un puesto público seguro e inamovible: la beca de por vida. Puede perder su trabajo y quedar en la calle y si eso comienza a pasarle a demasiada gente, llegará un momento que no habrá dinero suficiente para sostener los puestos públicos. A Joselo López habría que decirle que más bien se preocupe de que el sector privado siga haciendo lo que hace bien, que es generar la riqueza que a todos nos permite vivir y más que nada, permite vivir a esos 300.000 funcionarios. Y que además permite volcar, en forma de donaciones, fuertes y genuinos recursos hacia numerosos programas de ayuda social que existen en Uruguay. Esto ocurre con más frecuencia de lo que se sabe.

Aunque López no lo quiera reconocer, en Uruguay están “los nabos de siempre”. No es un concepto abstracto y difuso, es una realidad referida a aquellos uruguayos que trabajan, pagan sus impuestos y generan riqueza sabiendo que muchos otros no lo hacen pero viven a costillas de quien paga. Esos “nabos” existen y la presión sobre ellos se agudiza con las crisis económicas o sanitarias.

Esta quita salarial, que en realidad solo afecta a 15.000 de los 300.000 empleados públicos, ha sido una señal clara, la primera en mucho tiempo, de que el gobierno se acordó de ellos.

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