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El golpe de febrero y el FA

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El desacato militar de febrero de 1973 implicaba, entre otras cosas, vaciar de poder real a las autoridades legítimas electas por el pueblo 14 meses antes.

En estos días en que se están cumpliendo 50 años de la fundación del Frente Amplio (FA), se cumplen también 48 años del golpe de Estado de febrero, que es una fecha que en general la izquierda deja de lado cuando se trata de revisar lo ocurrido en aquel trágico 1973. En homenaje a la verdad histórica, vale la pena recordar qué papel cupo al FA durante ese “Febrero amargo”.

La historia se conoce bien, sobre todo a partir de los muy buenos trabajos “El golpe de febrero” escrito por Gramajo e Israel, y “El pecado original. La izquierda y el golpe militar de febrero de 1973" de Lessa. En concreto, el Ejército y la Fuerza Aérea decidieron desacatar el mando del presidente constitucional Bordaberry.

Así, declararon que “Los Mandos Militares del Ejército y Fuerza Aérea han decidido desconocer las órdenes del ministro de Defensa Nacional, General Francese, al mismo tiempo que sugerir al señor Presidente de la República la conveniencia de su relevo”. Además de eso, dieron a conocer el “Comunicado número 4” en el que plantearon alcanzar varios objetivos de políticas públicas, como, por ejemplo, establecer normas que incentivaran la exportación; buscar la reorganización del servicio exterior; o erradicar el desempleo y la desocupación mediante la puesta en ejecución coordinada de planes de desarrollo.

La advertencia final del comunicado era contundente, ya que esas fuerzas armadas no responderían más al poder civil, sino que pasaban a imponer sus condiciones: “quien ocupe la cartera de Defensa Nacional en el futuro deberá compartir los principios enunciados, entender que las FF.AA. no constituyen una fuerza de represión o vigilancia, sino que integrando a la sociedad, deben intervenir en la problemática nacional, dentro de la Ley y comprometerse a trabajar, conjuntamente con los mandos, con toda decisión, lealtad y empeño a fin de poder iniciar la recuperación moral y material del país”.

Para cualquiera que casi medio siglo más tarde interprete, sin ira y con estudio, estas acciones de febrero, es evidente que los militares alzados estaban dando un golpe de Estado. Pero lo interesante, y casi nunca suficientemente señalado, es que frente a este golpe militar la actitud de las principales figuras del FA no fue la defensa del orden democrático, sino por el contrario, la adhesión al talante y al programa golpista.

Así, por ejemplo, el editorial del 11 de febrero de 1973 del órgano de prensa del Partido Comunista escribió: “las Fuerzas Armadas deben reflexionar sobre este hecho: los marxistas-leninistas, los comunistas, los integrantes de la gran corriente del Frente Amplio, estamos de acuerdo en lo esencial con las medidas expuestas por las FF.AA. como salidas inmediatas para la situación que vive la República, y por cierto no incompatibles con la ideología de la clase obrera, sin prejuicio de nuestros ideales finales de establecimiento de una sociedad socialista”.

La guiñada comunista en favor de los golpistas era así evidente. Pero el enamoramiento militarista no fue sólo bolchevique. En un acto político de esos días, incluso Líber Seregni, por ejemplo, quien fuera candidato a presidente del FA en noviembre de 1971, se pronunció por la renuncia del presidente Bordaberry y por abrir un diálogo para la “interacción fecunda entre pueblo, gobierno y Fuerzas Armadas”.

El FA de ese entonces, que es esencialmente el mismo que hoy en día está conmemorando medio siglo de su fundación batiéndose el parche de su sentido democrático permanente y duradero desde el instante mismo de su formación, fue tenaz en el sentido de dar señales claras de apoyo al desacato militar. Y por cierto que no fue el único actor de izquierda que apoyó a ese febrero amargo: también la mayoría sindicalista de la CNT hizo su juego pro- golpista.

En definitiva, el desacato militar de febrero de 1973 implicaba, entre otras cosas, vaciar de poder real a las autoridades legítimas electas por el pueblo 14 meses antes. El FA, en vez de apostar por la legalidad republicana, fijó una estrategia que ayudó muchísimo a terminar de desestabilizar a una democracia que, por cierto, ya venía duramente golpeada por la agresión premeditada y sistemática de la guerrilla izquierdista iniciada en 1963, es decir, en tiempos de plena vigencia de las libertades individuales y de gobierno colegiado en Uruguay.

En este febrero se conmemoran 50 años del FA. Ya es tiempo de que la izquierda acepte cabalmente, con honestidad crítica y sentido histórico, sus responsabilidades políticas en la grave crisis de febrero de 1973.

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