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Generoso con salario ajeno

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Aunque el título así lo sugiera, no vamos a comentar el sonsonete opositor de una renta básica universal.

Típica iniciativa voluntarista que presupone que los recursos públicos crecen de las copas de los árboles, y no saldrán ni del bolsillo de los contribuyentes, ni del de nuestros hijos y nietos, víctimas de irresponsables endeudamientos.

La generosidad con salario ajeno que vamos a analizar es la que promueve por estos días una gran personalidad de la tecnología contemporánea, el científico británico Timothy Berners-Lee. Considerado "el padre de la world wide web", fue el primero en establecer una comunicación empleando el protocolo HTTP, en diciembre de 1990. También inventó el hipervínculo, ese recurso de internet que todos usamos, por el cual haciendo clic en un enlace, se abre en forma automática otra página relacionada.

Berners-Lee está siendo noticia en estos días por su cuestionamiento al gobierno de Australia, que avanza en un proyecto de ley para obligar a los gigantes de la web (Google y Facebook, entre otros) a pagar a los autores legítimos de los contenidos que comparten con sus usuarios, en un contexto de dura crisis que enfrentan las empresas periodísticas de ese país.

El científico declara que entiende la necesidad de que la prensa sea recompensada por su trabajo. Pero advierte que “las restricciones en el uso de los enlaces de hipertexto no son la forma correcta de alcanzar este objetivo”, porque la capacidad de hacerlo libremente, es decir, “sin límites en cuanto al contenido del sitio vinculado y sin coste, es fundamental para el funcionamiento de la web, forma en la que ha prosperado hasta ahora y en la que seguirá creciendo en las próximas décadas”.

El argumento podría llegar a ser razonable si Google, Facebook, Twitter y otros operadores fueran empresas de beneficencia: sin duda su loable intención de popularizar las noticias sería compartida por muchos de los medios de comunicación que las producen, invirtiendo ingentes sumas en ello.

Pero resulta que no es así: aquellas megaempresas ganan verdaderas fortunas a nivel global por concepto de publicidad. En su voracidad de lucro, se han llevado puestos a los medios tradicionales (televisión, prensa y radio) de buena parte del mundo, porque manejan un volumen de clientes tan inmenso, que pueden darse el lujo de cobrar a los anunciantes pequeñas sumas para que sus mensajes alcancen públicos objetivos minuciosamente segmentados.

Las plataformas sociales globales siguen obteniendo ganancias mediante la apropiación indebida de contenidos informativos (cuya producción costó dinero a los diarios, emisoras de radio y canales de televisión), sin pagarles un centésimo por ello.

Sin ir más lejos, la prueba está en la advertencia que hemos estado recibiendo los usuarios de Whatsapp de todo el mundo: quieren que aceptemos que nuestro comportamiento de uso (con quién nos comunicamos y con qué frecuencia) sirva de insumo para cruzarlo con el de Facebook y así definirnos con mayor precisión como destinatarios de avisos publicitarios. A partir del 15 de mayo, quien no firme ese pequeño pacto con el diablo será separado de esta red, sin más trámite. Pregunte el lector a sus amigos o conocidos que trabajan en los medios de comunicación tradicionales o en agencias de publicidad, cómo les ha ido con este nuevo escenario, que permite hasta a un pequeño comercio de barrio llegar a mucho público pagando muy poco, un "muy poco" que engrosa las cuentas multimillonarias de los Zuckerberg, Dorsey y compañía.

De modo que la filantrópica propuesta de Berners-Lee es, traducida en criollo, que estas redes sociales globales sigan obteniendo ganancias mediante la apropiación indebida de contenidos informativos (cuya producción costó dinero a los diarios, emisoras de radio y canales de televisión), sin pagarles un centésimo por ello.

Es algo parecido a lo que Google, Youtube y su combo intentaron hacer con los derechos de obras literarias y cinematográficas, cuando asesoraron al Frente Amplio a través de una fundación llamada Creative Commons, para aquel insólito proyecto de ley que abolía el derecho de autor de los artistas, las editoriales y productoras, cuando sus creaciones eran compartidas en la web.

Llega un punto en que la libertad de empresa se transforma en abuso de posición dominante, y hace muy bien el gobierno de Australia en poner coto a este avasallamiento, que implica el enriquecimiento de unos pocos en base al empobrecimiento de miles, millones de comunicadores y artistas. El tema importa y mucho, porque el uso indiscriminado e indebido de contenidos informativos y culturales por parte de estos operadores globales es también un debe en nuestro país, en la viabilidad misma de las empresas que los generamos.

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