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Ganó Bolsonaro. ¿Y ahora?

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Editorial

Lo sucedido en Brasil también deja lecciones para el partido de gobierno en nuestro país. El Frente Amplio no ha sabido limpiarse de los casos de corrupción que lo asuelan.

El domingo las urnas dieron una contundente victoria al candidato del Partido Social-Liberal, Jair Bolsonaro, en la segunda vuelta, frente al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, en nuestro vecino país norteño. Un 55% de los brasileños votó por Bolsonaro contra un 45% que lo hizo por Haddad, marcando una diferencia de más de 10 millones de votos en favor de quien hasta hace unos meses era diputado de escaso destaque en el Parlamento.

En una campaña electoral especialmente dura, con planteos sin matices en negro sobre blanco, la principal razón que marcaron las encuestas para votar a cada uno de los candidatos fue votar en contra el otro. Más de la mitad de los brasileños rechazaban al PT y eso resultó imposible de revertir para el títere puesto a dedo por Lula desde la prisión. Es innegable que la corrupción que afectó a buena parte del sistema político brasileño y al PT en particular, fue determinante en este resultado.

Es especialmente triste que un partido que llegó al poder en forma democrática y que tantos elogios merecidos despertó a nivel internacional durante el primer mandato de Lula, termine probándose que era una gran maquinaria de corrupción como quizás nunca antes se había visto en la historia brasileña.

Hay una característica común en el destino de muchos gobernantes progresistas del continente que llama la atención; no solo fueron corruptos sino que lo fueron a una escala megalómana. Los miles de millones de dólares que el PT le robó a los brasileños y los otros tantos que el kirchnerismo le robó a los argentinos, demuestran que el penoso final de la izquierda continental es la prisión en los países en los que la justicia funciona.

Ahora bien, esto explica la implosión de la izquierda, pero no por qué su alternativa fue un candidato que expresa ideas fascistas. Habrá que ver cuál es su práctica de gobierno efectiva, y en particular hay cifradas esperanzas en su ministro de economía Paulo Guedes, pero que parte de la notoriedad y el éxito de Bolsonaro estriba en su estridencia fascistoide parece difícil de discutir.

En otros países la respuesta fue diferente, por cierto. En Argentina ganó un gobierno de centro como el de Macri, criticado más por derecha que por izquierda, en especial por su manejo económico estatista, y en Chile ganó un candidato liberal que puede exhibir una recuperación económica formidable en un contexto muy poco favorable.

En Brasil, sin embargo, también implosionaron las opciones de centro y centroderecha y emergió desde la punta derecha un oscuro diputado que se hizo célebre cuando dedicó su voto en favor del impeachment de Dilma Rousseff a quienes la habían torturado en la dictadura. La última, por cierto poco feliz, fue anunciar que iba a desconocer el resultado de la elección si no lo favorecía, como lo había hecho también, no casualmente, Donald Trump dos años atrás.

Bolsonaro parte de una gran legitimidad para gobernar, basada en la votación popular que lo convierte en uno de los presidentes con mayor respaldo de la historia brasileña. Cuál será el rumbo de su gobierno, sin embargo, está por verse.

Sus ideas primigenias son más bien las típicas del militarismo norteño de nacionalismo económico y autoritarismo, como demuestra su trayectoria en el Congreso. Su viraje hacia ideas más liberales en lo económico, que se plasmaron en su programa de gobierno, habrá que ver si se llevan adelante a partir de su asunción. Los políticos uruguayos que procuraron mostrarse cercanos a Bolsonaro podrían estar dando un paso muy largo en falso cuando lo que sabemos hasta ahora llama a la cautela.

Lo sucedido en el país vecino también deja lecciones para el partido de gobierno en nuestro país. El Frente Amplio no ha sabido limpiarse de los casos de corrupción que lo asuelan y los fallos de su Tribunal de Conducta Política, los de la Junta de Transparencia y, más importante aún, los de la Justicia, han sido olímpicamente ignorados. El asunto no es pedirle a Sendic con buenos modales que por favor dé un paso al costado; un partido que se tome en serio la corrupción definitivamente debió haberlo expulsado hace rato y sin embargo sigue recorriendo comités de base, aplaudido por la dirigencia frentista y apañado por Mujica y los cuatro candidatos presidenciales que no se animan a llamar a las cosas por su nombre y piensan, además, que algún voto les puede arrimar.

Que nadie se llame a sorpresa si la corrupción es un tema central de la próxima campaña: lo instaló el Frente Amplio defendiendo corruptos y aceptando llevarlos como candidatos en sus listas. Veremos cómo sigue.

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