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Fútbol, violencia e incapacidad

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El nuevo hecho de sangre en el fútbol uruguayo es la enésima comprobación de la falta de seriedad en el principal deporte nacional por parte del Ministerio del Interior, de la Justicia y del sistema político.

Todo ocurrió durante el primer tiempo del partido entre Peñarol y Rampla Juniors cuando un hincha aurinegro recibió dos balazos por la espalda en uno de los baños. Esto motivó el pánico generalizado en el estadio y que las autoridades debieran suspender el encuentro por "falta de garantías". A esta altura la sociedad parece haber perdido la sensibilidad mínima ante este tipo de sucesos recurrentes. Pero basta recordar que se trata de un espectáculo público, al que asisten familias, menores de edad, y que un hecho como este pudo rápidamente haber escalado hasta convertirse en una tragedia mucho mayor aún.

¿Cómo puede pasar que alguien entre a un partido de fútbol con un arma de fuego? O todavía más inquietante: ¿por qué alguien llevaría un arma de fuego a un partido de fútbol?

La segunda pregunta implica una respuesta por un lado más profunda, más sociológica, y que escapa a la intención de este editorial. Pero por otro, sucede que el fútbol se ha convertido en terreno libre para mafias y malvivientes, que han encontrado en el mundillo de este deporte una forma de vida, en base a la extorsión, la violencia y el tráfico de drogas. Algo que se explica por el deterioro de la sociedad en general, pero también por la inoperancia de la Policía, de la Justicia y de los dirigentes deportivos.

La primera pregunta conecta con esto último, ya que desde hace meses existe un tira y afloje entre las autoridades del Ministerio del Interior y las jerarquías del fútbol acerca de quién es el responsable de la seguridad en estos espectáculos. Hoy en día está en manos de los clubes, algo que este hecho deja en evidencia no puede suceder ya que no logran hacerlo con un mínimo de efectividad. Es verdad que se trata de un espectáculo privado y con fines de lucro, pero las autoridades no pueden renunciar de una forma tan flagrante a su responsabilidad de dar seguridad a la sociedad. Y, en defensa de los clubes de fútbol, sin el poder coercitivo de la Policía parece difícil que se logre imponer medidas severas para alejar a los violentos.

La Justicia también tiene su cuota de responsabilidad. Desde hace años que se sabe que existe un mundo criminal en el entorno del fútbol. De hecho hubo una investigación judicial que llevó meses y meses, y que sólo logró procesar a una o dos personas. ¿Puede ser tan difícil en un país de la escala de Uruguay detectar quiénes son los 500, 1.000 descerebrados que viven de ser "hinchas" y radiarlos de una cancha para siempre? ¡Por favor! Si hacen falta leyes más estrictas, ¿qué partido se va a negar a votarlas?

Pero el gran responsable es sin dudas el Ministerio del Interior. Parece mentira los años que lleva la administración de esa cartera hablando y hablando sobre la violencia en el fútbol sin hacer nada concreto para eliminarla. Se llegó al colmo de pedir a los clubes que contrataran a los mafiosos que lucran con la violencia, a los que se dio el mote de "referentes", como forma de pacificarlos. Una idea propia de un incapaz, y que terminó como era previsible.

Ahora se presiona a los clubes para que compren unas cámaras y para que se hagan cargo de la seguridad en los estadios. Es verdad que así ocurre en buena parte del resto del mundo, pero también que la Policía trabaja con seriedad, y es la encargada de asegurarse de que quien viola la más mínima norma de seguridad, nunca más se puede acercar a una cancha. Acá no pasa nada de esto, y los encargados de la guardia privada en los estadios se quejan de que son amenazados y presionados por las patotas para dejarlos entrar sin revisar, y ellos no tienen cómo enfrentarlos.

Dos cosas más ilustran sobre el desquicio que es todo esto. Por un lado, que un senador de la República como Ernesto Agazzi pretenda defender al ministro diciendo que la víctima era traficante y estaba vendiendo drogas cuando fue baleado. ¿Y? ¿Eso le tiene que dar tranquilidad al padre de familia que llevó a sus hijos al estadio y que podía estar en ese mismo baño en ese mismo momento? Agazzi sigue haciendo mérito para hundirse en el fondo de la lista de lo peor que la política uruguaya ha producido en su larga historia.

En segundo lugar, ¿cómo puede ser que tengamos a un ministro del Interior cuya esposa hace gala de ser "amiga" de la barra brava de un club y hasta los ha usado descaradamente para sus campañas? Alguien que hasta les pasa información sobre la actuación judicial que los implica. ¿En qué país estamos viviendo?

EDITORIAL

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