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Otra forma de hacer política

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El episodio del señor que insultó desde su camioneta a los paisanos que vinieron a Montevideo en ocasión de la asunción presidencial, haciéndose filmar en un video que luego se viralizó exponencialmente, puede parecer meramente anecdótico. Pero no lo es.

Como narra con humor Pablo Melgar en su crónica de ayer, el hombre "en pocos segundos agotó su enciclopedia de insultos" a los compatriotas que llegaron a caballo a rendir homenaje al nuevo presidente.

La reacción a la viralización también trascendió en forma desmedida. Un video anónimo lo escrachó con sus datos personales y su vida se convirtió en un infierno de llamadas telefónicas, para devolverle los insultos e incluso, según declara, para amenazar su integridad física. Por sugerencia de un amigo y adversario político, hizo circular un video de retractación que fue compartido por El País en su edición de ayer.

Con el mismo talante redundante con que insultó el domingo, en este nuevo mensaje se deshizo en disculpas por aquellos improperios.

De toda la historia, lo más interesante fue la declaración que hizo al citado periodista de nuestro diario, cuando lo entrevistó sobre el suceso. "Yo no amenacé a nadie, grité u2018gaucho traidoru2019 y esas cosas que grita la gente de izquierdau201d.

Es una de esas frases dichas al pasar que, sin embargo, transparentan involuntariamente uno de los mayores problemas políticos del país. "Esas cosas que grita la gente de izquierda" es la justificación que asume una verdad irrefutable: el insulto y la descalificación forman parte del discurso naturalizado de quienes hoy son oposición.

Hay que restablecer la seguridad y mejorar la educación pública, claro. Pero también es urgente, imprescindible, demostrar desde arriba que existe otro modo de hacer política.

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La confrontación política nunca fue delicada a lo largo de la historia de nuestra democracia: los adversarios siempre se enfrentaron con pasión, sin pelos en la lengua, pero existía un respeto intrínseco entre las personas de buena voluntad que, si alguien lo consideraba avasallado, podía dirimirse en el campo del honor.

Ese respeto se fue horadando a partir de los años 60, con la creciente influencia cultural de una izquierda marxista embebida en fundamentalismo. Los más veteranos recordamos a los intelectuales uruguayos de aquellos años denunciando lo que llamaban "la rosca", una supuesta conspiración entre empresarios poderosos y políticos de los partidos tradicionales, destinada a castigar a las clases populares. Como en todo sistema de ideas totalitarias, el marxismo se promovió a partir de la tergiversación de la verdad y la satanización del que pensaba distinto. No era un procedimiento novedoso: ya lo habían usado Hitler en Alemania y Stalin en la Unión Soviética, por citar dos "socialismos" que propagaron el hambre, la violencia y la devastación.

En Uruguay, la izquierda marxista coadyuvó en la caída de la democracia, con sus consiguientes desbordes autoritarios de signo opuesto. Y más recientemente, a partir de 2005, alcanzó el poder por las urnas y avanzó con prisa y sin pausa en la construcción de una hegemonía cultural. Ya no se miró al prójimo como un adversario sino como un enemigo. Ya no se comunicó para convencerlo, sino que se operó para acallarlo o desacreditarlo. La revolución tecnológica de los últimos años agrandó ese campo de batalla, incorporando hordas de trolls que, desde las redes sociales, promueven la intolerancia y el sectarismo. En ese juego perverso, los que se decían defensores de la inclusión y la protección a la infancia, ahora descuartizan sin piedad a un niño, por haber declarado su preferencia política ante una cámara de televisión. No vale la pena protegerlo, porque no es un niño, es "el niño de la Tahonau201d, o sea que está del otro lado de la línea, del lado de los culpables, de los satanizados, de la rosca.

La confesión del señor que insultó a los paisanos es, en tal sentido, la asunción inquietante de algo que todos sabemos: no se siente responsable de lo que vociferó, porque u201cson cosas que grita la gente de izquierdau201d. El uso y abuso del desprecio, el estilo barrabrava que enmugrece la política, está naturalizado como habitual modus operandi de un conglomerado ideológico. Y si se disculpó no fue por haber comprendido su falta, sino por temor a la intolerancia y la violencia, igualmente objetables, que le cayeron del otro lado.

Por eso resulta tan desafiante el cambio cultural que debemos esperar del flamante gobierno. Hay que restablecer la seguridad y mejorar la educación pública, claro. Pero también es urgente, imprescindible, demostrar desde arriba que existe otro modo de hacer política, respetuoso del adversario y de los valores de convivencia que nunca debimos haber perdido.

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