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Estados Unidos y su encrucijada

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El próximo lunes, se realizará el primer debate presidencial en la campaña electoral norteamericana. Dadas las características de ambos candidatos y los hechos que se han acumulado en los últimos meses se augura que será muy duro y que tendrá, consecuentemente, un rating histórico.

La delantera que llevaba hasta hace unas semanas Hillary Clinton se ha evaporado y si bien mantiene el favoritismo por la ventaja que lleva en alguno de los estados decisivos (al día de hoy ganando Florida u Ohio será la nueva presidente) la probabilidad de que se produzca un triunfo de Trump ha aumentado, lo que se refleja con claridad en las casas de apuestas.

Los dos candidatos han enfrentado severos inconvenientes, lo que confirma el aserto de que cada uno está enfrentando casi al único candidato del partido adversario al que podría vencer. La alta impopularidad de ambos no tiene parangón en la historia electoral norteamericana y los sondeos revelan que la mayoría de los votantes republicanos y demócratas deciden su voto contra la alternativa y no seducidos por su candidato.

Obama no ha sido un presidente particularmente popular, en especial por sus magros resultados económicos y sus reformas de tinte estatista que han sido duramente criticadas, pero ahora, al lado de sus posibles sucesores resplandece y ha salido abiertamente a hacer campaña por Clinton. Es que la campaña demócrata se ha empantanado en dos temas que han abierto flacos débiles, uno esperado, el escándalo por el uso de servidores privados para comunicaciones por parte de Clinton cuando fue Secretaria de Estado, otro más inesperado, su propia salud.

El asunto de los correos electrónicos catalogados como confidenciales ha golpeado a Clinton no tanto por su real importancia (al menos hasta ahora) o porque sea una preocupación para el electorado, sino por las contradicciones e incluso mentiras que acumuló durante sus declaraciones. Esto ha reforzado la imagen de poco sincera y creíble que Clinton ha sembrado a lo largo de su carrera política.

El otro hecho, el de su mala salud, ha sido un tema recurrente en la campaña de Trump, muchas veces con el mal gusto que suele tener el candidato republicano. Saltó a los titulares cuando Clinton debió abandonar la semana pasada un acto de recordación a las víctimas de los atentados del 11 de setiembre por sentirse mal y se la vio tambalearse antes de llegar a su vehículo. Estos hechos también dispararon el debate sobre la relativamente alta edad de los candidatos, 69 años Clinton y 70 Trump, aunque debemos admitir que en perspectiva uruguaya serían aún dos jóvenes promesas.

Por su parte Trump ha llevado adelante la campaña más disruptiva de la historia electoral norteamericana. Al mejor estilo de Mujica, cada día dice un nuevo disparate que hubiera sido letal para cualquier candidato tradicional pero que a él no lo afectan. No hay casi grupo de la población (salvo los hombres anglosajones blancos y protestantes) al que no haya agredido soezmente. Cada día se descubre un nuevo fraude en sus empresas o hasta en la Trump Foundation que se suponía que hacia obras de caridad y a la que el propio empresario no ha donado nada y si la ha usado para pagar gastos excéntricos como una pintura gigante de sí mismo. También ha pasado facturas infladas al Partido Republicano por gastos de campaña en edificios de su propiedad y ha hecho eventos políticos en sus hoteles nuevos para promocionarlos, dedicando más tiempo al marketing de sus negocios que a la campaña para el cargo político más importante en el mundo.

A todos esos dislates se suma que es el primer candidato de la historia contemporánea que no ha hecho pública su declaración de impuestos de los últimos años, algo que se le reclama con insistencia y que hace presumir que hay asuntos que prefiere que no se conozcan públicamente.

Este es el complejo panorama a 5 días del primer y decisivo debate presidencial, una campaña que enfrenta a los norteamericanos a elegir por el mal menor dado que los dos candidatos son pésimamente evaluados por la opinión pública. El programa de Hillary Clinton, volcado hacia la izquierda demagógica gracias a las propuestas que incorporó de su rival en la interna Bernie Sanders es un peligro para la economía norteamericana. Y la perspectiva de una presidencia de Trump es un peligro para la humanidad en su conjunto. Quedan dos meses decisivos para saber por cuál de estos sinuosos caminos decide transitar la vieja democracia de la tierra de Washington.

EDITORIAL

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