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Uno cae, el otro sube

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Entramos en los descuentos y el panorama se aclara.

Tras el debate televisivo, cada vez son menores las dudas de que Luis Lacalle Pou, al frente de una coalición multicolor, será el nuevo Presidente de la República, en tanto la coalición frenteamplista que apoya la candidatura de Daniel Martínez dejará de gobernar el 1° de marzo de 2020. La firmeza, la seriedad, el respeto a las ideas y al programa que comparte con sus compañeros de ruta dan una garantía que Martínez no tiene, empeñado en generar barreras infranqueables incluso dentro de su propio partido.

Martínez, en busca de una victoria a cualquier precio, se autoinvistió por encima de las resoluciones del Congreso del Frente Amplio y resolvió -por sí y ante sí- que sus decisiones y su programa no lo incluían, que no estaba obligado a respetarlo, porque él está por encima y hace lo que se le antoja. Dos veces negó la importancia del programa del FA durante el debate, en busca de acomodar el cuerpo y evitar que Lacalle Pou lo arrinconara por su discurso mentiroso: primero fue con el tema impositivo (“el programa del FA no mandata y el candidato ha decidido que no se van a subir impuestos”) y luego con la propuesta de legalizar las drogas duras ("el programa del FA es muy vasto, tiene muchos planteos, y por supuesto son recomendaciones”).

La virulencia del cruce que protagonizó a raíz de estas afirmaciones el expresidente José Mujica marcó un hastío irrefrenable con su discurso vacío y soberbio, que además golpeó en la línea de flotación a la sagrada liturgia frenteamplista. “Parece que estamos eligiendo un rey, un monarca y no un presidente. Un presidente tiene que recordar que nadie es más que nadie, que no es ningún Dios. Ningún presidente puede hacer un carajo si no tiene una fuerza política colectiva que lo respalde, que esté en todas las esquinas y todos los lugares. Quiere decir que lo más importante es la corriente política. Las repúblicas se inventaron en el mundo para suscribir que nadie es más que nadie. Las repúblicas no son monarquías", fue la áspera reacción de su candidato a Ministro de Ganadería.

Pero Martínez no se retractó. Solo se comparó con el dos veces presidente Tabaré Vázquez.

Con un FA sin mayorías parlamentarias (42 diputados y 13 senadores) y sin mayorías dentro de su propia coalición (al menos 33 diputados y 8 senadores se identifican con el ala más radical del FA), Daniel Martínez no puede insinuar y mucho menos garantizar un mínimo de gobernabilidad. Y elevarse en su soberbia a la categoría de monarca no parece que le sirva para mejorar el escenario. Es más, va a precipitar la derrota y su fracaso será utilizado en el futuro como ejemplo de lo que les ocurre a quienes se sienten por encima de la fuerza política.

Y quedará también como ejemplo de quien, desesperado por obtener un cargo, no dudó en mentir para descalificar a uno de los principales lugartenientes del adversario (el senador Álvaro Delgado en este caso) por un tema de Colonización -un instituto que conoce muy bien- y presentarse como un gran laburante solitario desde los 16 años para desafiar las exigencias de la sociedad. Triste final.

Lacalle Pou por el contrario, mantiene su coherencia desde el principio. Apostó siempre el diálogo y ello le ha permitido consolidar una coalición que le garantiza las mayorías parlamentarias y la gobernabilidad: 56 diputados, 17 senadores y un programa común. Con ese respaldo ha centrado sus últimas intervenciones en dos temas fundamentales: impuestos y auditorías. Ha reiterado que “el Uruguay no banca más impuestos y lo único que se logra es frenar la economía”. Su argumento es que con más dinero en los bolsillos de los uruguayos, hay más inversión, más producción, más comercio y más dinamismo.

Y luego el tema de las auditorías, algo que se considera imprescindible: "Vamos a hacer auditorías a lo largo y ancho de todo el Estado para decirle a los uruguayos cómo está su país y sus instituciones”. Y está perfecto, hay muchas cosas que no cierran. Sin ir más lejos, se estima que el Mides ha ignorado más de 400 observaciones del Tribunal de Cuentas y un informe de la Auditoría Interna de la Nación afirma que hay “falta de transparencia y abuso” en muchas contrataciones directas, “carencia absoluta de controles” y se hace imposible poder monitorear los fines para los que fueron contratadas diversas organizaciones, por fuera del personal estable del ministerio.

Bienvenido un país que no apuesta a más impuestos y que quiere las cuentas claras: saber cómo se gastó su dinero y dónde está.

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