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¿Quién es el enemigo?

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La respuesta es en gran medida el wahabismo, determinado a derrotar nuestros valores, las conquistas logradas por nuestra cultura que antes de ser cristiana era grecorromana, de donde provienen nuestros conceptos democrático-republicanos.

Esa debería ser la primer pregunta, ¿quiénes son los enemigos de la cultura occidental, judeocristia-na, acosada por el extremismo islámico terrorista? Seguida de ¿quiénes apoyan a ese enemigo, con la prédica intolerante, el adoctrinamiento y adiestramiento de sus combatientes y fanáticos suicidas? ¿Y el apoyo financie-ro que logran a través de la persuasión o de la extorsión? Finalmente, ¿cómo combatirlo?

Vayamos por partes; la respuesta es en gran medida el wahabismo. Están decididos a destruir nuestros valores, las conquistas logradas por nuestra cultura que antes de ser cristiana era grecorromana, de donde provienen nuestros conceptos democrático-republicanos sumados al ejercicio de una justicia independiente. En Europa, donde esto comenzó, esos ideales eran jaqueados por las monarquías absolutistas y por la religión, su sustento divino. Recién con la Carta Magna (Inglaterra 1215) cuando se limitó el poder real, empezó ese largo y arduo camino hacia la libertad individual. Principios que terminaron siendo plasmados en la Constitución norteamericana (1787, a los diez años de lograr su independencia del Reino Unido) que consagró la división de los poderes del Estado entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Fueron establecidas reglas de pesos y contrapesos, se separó a la iglesia del gobierno, y a través de muchas enmiendas a lo largo de dos siglos y medio, se perfeccionó el instrumento. Un poco más tarde, la revolución francesa en forma más sangrienta, hizo lo propio, que duró poco. Vino Napoleón. Tuvieron que acontecer varias guerras y caer imperios, reinos y dictaduras para llegar al estado actual en el que los objetivos democráticos comenzaron a asentarse y expandirse en el mundo occidental, del que Uruguay forma parte.

Las cosas en nuestro continente distan de estar bien y en algunos lugares, como ser en Cuba o Venezuela, para nombrar los más obvios, están realmente mal. Pero en general, el mundo ha hecho un gran avance en los derechos del ser humano. La mujer, por ejemplo, ha logrado cada vez más autonomía y poder para desarrollar su capacidad y sacarse de encima las cadenas que frenaban su evolución socioeconómica, contribuyendo con sus aportes al progreso. Pero el wahabismo no está de acuerdo con esta visión del mundo y sus líderes y creyentes están empeñados en derrotar el materialismo y toda otra fe. Quieren imponer su religión y costumbres a sangre y fuego y están dispuestos a todo. No es improbable que un día se apropien o construyan una bomba atómica o un contenedor con gas o veneno de gran poder destructivo. Estos fanáticos creen firmemente en la recompensa del paraíso. No temen o dominan el miedo y se lanzan a una muerte absolutamente cierta. El paradigma en el cual el guerrero no busca sobrevivir, es muy difícil de derrotar. Tienen una fe inquebrantable que nosotros los occidentales perdimos en gran parte, aunque en el siglo pasado, contra Stalin, Mao, Hitler, Pol Pot y otros déspotas, muchos pusieron en juego el valor necesario para combatirlos, terminando muchos como mártires. Sin embargo, en la actualidad el enemigo es más difuso y se confunde y potencia con el hambre, la exclusión, la ignorancia y el resentimiento. Estamos en una verdadera encrucijada.

Ahora, ¿cómo impedir no solo los pequeños o medianos atentados, sino la tragedia que lamentablemente puede ocurrir algún día? Los líderes del mundo, no solo de occidente pero también de China y Rusia, deberían centrarse en tratar de desarticular y neutralizar a estos temibles adversarios, cortando su suministro de fondos y yendo por ellos con determinación.

Parecía que Donald Trump con su acercamiento a Rusia, estaba en esa línea, pero su viaje a Arabia Saudita, la cuna del jihadismo, pone esa teoría en duda. Es vox populi que a cambio de haber negociado la paz dentro del reino, los saudíes y otros monarcas del golfo han provisto de fondos y apoyo logístico, indirectamente si se quiere, al terrorismo. Sabemos que Bin Laden fue artífice del secuestro de 4 aviones, 3 de los cuales se estrellaron en las Torres Gemelas y el pentágono y 15 de los 19 delincuentes también eran saudíes. A pesar de eso, Trump durante su reciente periplo solo acusó públicamente a Irán, donde acaban de reelegir a un líder moderado, mientras los activistas parecen haber perdido virulencia en Occidente.

Se necesitará un inteligente liderazgo, amén de un eficaz trabajo entre los servicios secretos y fuerzas armadas de todos los países, para contener, desactivar y eliminar a esta gravísima amenaza a nuestra civilización.

EDITORIAL

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