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El bochornoso caso Calloia

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Fue, esta vez sin matices, la crónica de una muerte anunciada. El fallo de la Suprema Corte de Justicia ratificando el procesamiento del expresidente del BROU, Fernando Calloia, terminó con su salida como presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo.

Con meses de manoseos, discursos huecos e improcedentes, y disparates al por mayor, a nivel político. El caso deja dos interrogantes centrales; ¿era necesario llegar a esto? Y por otro lado, ¿hay alguna lección que el sistema político pueda sacar de todo ello?

La primera pregunta hay que trasladarla al involucrado y a su padrino político, Danilo Astori. Calloia es un técnico de reputación intachable, con una gestión al frente del Banco República reconocida como excelente por casi todo el espectro político nacional. Su gran pecado, por todos sabido, es haberse dejado llevar por las presiones que a todas luces vinieron del propio presidente Mujica (cuyas huellas dactilares se ven todo a lo largo del cantinflesco caso Pluna) para otorgar un aval que no correspondía, con la idea de "salvar" a la desaparecida aerolínea de bandera. Allí puso por encima de su deber funcional cuestiones de lealtad política que no es momento de juzgar ahora, pero apostó y perdió. Feo.

La gran pregunta es por qué se metió ahora a ocupar un cargo público, cuando todavía pesaba sobre él la posibilidad de un fallo judicial contrario que podía dejarlo en falsa escuadra y expuesto al papelón actual. Por qué permitió que su nombre fuera vilipendiado en el debate público al no recibir ni un voto opositor en el Parlamento para ocupar ese cargo, lo que llevó a que se debiera esperar el humillante plazo, para que alcanzara el solo voto de sus correligionarios para nombrarlo.

También cabe preguntarse qué pretendía el ministro Astori con todo esto. Ni siquiera las sobrehumanas dosis de amor propio que lo adornan, justificaban someter a su hombre de confianza a este papelón monumental. Al bochorno de la ceremonia de investidura de apenas días atrás, que se pretendió erigir en acto de desagravio, y que ahora queda como un réquiem para la dignidad del implicado. El hecho de que se envíe a su escudero Esteban Valenti a lanzar mensajes injuriosos contra la Justicia uruguaya, solo deja más en evidencia su mal momento y su declive político y hasta personal.

Francamente, todo el episodio en cuestión deja un retrogusto amargo, triste. ¡Qué necesidad!

Sobre la segunda pregunta, qué lecciones pueda haber sacado la clase política del episodio, la respuesta no es muy edificante.

Por ahí anda el expresidente Mujica, poniendo su mejor cara de abuelo pícaro que se las sabe todas, como si él no hubiera sido el gran responsable de todo este escándalo que terminó costando millones a los contribuyentes, su puesto de trabajo a una cantidad de empleados de Pluna, y la honra a un funcionario a quien dice respetar y defender. Y cuyo silencio es un pago inmerecido que recibe el hoy senador, por tantos servicios mal prestados.

Por ahí andan varios legisladores oficialistas pretendiendo tirar sombras sobre la actitud de la justicia, o diciendo que en el fondo hubo un ministro de la Corte que no estuvo de acuerdo con el fallo, como si eso fuera justificación de sus errores y su empecinamiento en poner a Calloia en la CND sin importar nada en el camino.

Más allá del inmoral gesto de haber querido cambiar el delito de abuso de funciones para salvar directamente a Calloia y al exministro Lorenzo de las consecuencias del caso Pluna, es poco y nada lo que se ha hecho en este tiempo para modificar las normas penales de acuerdo a lo que es la sensibilidad actual de la ciudadanía. Una ciudadanía que ve con muy malos ojos todo lo que son delitos vinculados al manejo de la cosa pública, y que en nuestras leyes reciben penas realmente insignificantes.

Las consecuencias que deja todo este episodio son realmente nefastas para todos. Para el sistema político en general, es otro golpe a su ya castigada imagen ante la opinión pública. Para el implicado, es una multiplicación exponencial al escarnio popular, totalmente innecesaria. Para Astori, es otro sacudón gratuito en momentos en que libra varias batallas a la interna de su propio gobierno, y donde sus posturas vienen siendo sistemáticamente avasalladas por sus rivales internos. ¿Lo único bueno? Que en Uruguay sigue habiendo una justicia independiente, que no se amilana ante los oropeles del poder, y que cuando es necesario saca la cara por el orden republicano y por la seriedad democrática del país.

No es poca cosa.

Editorial

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