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Dueños de vida y obra

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Mientras en Uruguay la pandemia ocupa nuestras mentes, las dictaduras del mundo continúan consolidándose sin que nadie les preste atención. El Covid-19 lo acaparó todo.

Venezuela aprieta el torniquete y en Cuba las cosas continúan igual o peor.

Así lo muestra un episodio ocurrido días atrás, vinculado a la libertad de prensa y más que nada a la libertad de cada persona. En Cuba el Estado decide cómo vivirán los demás y si lo harán dentro de su país o no.

Una joven periodista cubana, Karla Pérez, tras culminar sus estudios de grado en una universidad de Costa Rica, se dispuso a volver a su país.

Con los papeles en regla, abordó en la capital costarricense un avión, pero al hacer escala en Ciudad de Panamá se le notificó que el Gobierno cubano no le autorizaba a entrar a su propio país. Debió esperar varias horas hasta obtener un permiso para regresar a Costa Rica y solicitar refugio. Vivía allí desde 2017, no como refugiada sino como estudiante de periodismo, donde además fue pasante en el diario El Mundo.

Ante el impacto que tuvo la medida, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba explicó sin sonrojarse: “sencillamente pretenden reinstalarla en el país en función de propósitos subversivos”.

La historia de Karla Pérez no empieza con este episodio. Fue a estudiar a Costa Rica cuando tenía 18 años, al ser expulsada de su universidad por haber participado en un blog crítico del régimen. O sea, por pensar diferente.

Karla era estudiante de Periodismo en la Universidad Central de Las Villas en Santa Cruz, Cuba. Tras un proceso sumario y kafkiano, conducido por sus propios compañeros de cursos y las autoridades de la Universidad, se la expulsó. Había terminado el primer semestre y sus calificaciones eran buenas.

Los motivos de la decisión se relacionaban a sus posturas políticas, sus comentarios en las redes y a que pertenecía a un conocido grupo opositor. Se dijo que pretendía subvertir a sus compañeros y que entró a la universidad con un plan ya premeditado: el de querer graduarse como periodista “para luego actuar en la sociedad desde una posición contraria a la política de los medios de comunicación de nuestro país”. La Universidad dejó claro que la carrera de Periodismo era para los revolucionarios y no para las personas “plegadas a la contrarrevolución”. La acusó de pertenecer a un grupo opositor que quería “el pluripartidismo, las elecciones ‘libres’ y la economía de mercado”. ¡Vaya pecados!

Nada más alejado de lo que en cualquier país se entiende por libertad académica, donde la universidad es un lugar de búsqueda, de libertad de expresión, de enriquecimiento intelectual.

La historia de Klara, una joven cubana impedida de regresar a su propio país, muestra como un régimen totalitario diseña la vida de la gente en sus más mínimos detalles: es atroz, absurdo, cruel.

En otros sitios manejados por el régimen se la acusó de ser “una mercenaria, caballo de Troya, proselitista de un grupo opositor, contrarrevolucionaria”. Y que estaba “deteriorada política e ideológicamente” (sí, deteriorada). Nada que preocuparía a un país libre y democrático, pero si a Cuba donde todos están obligados a pensar el libreto impuesto.

Si algo positivo tuvo la expulsión, fue que si bien lo habitual para tomar estas medidas es hacerlo por la unanimidad de consejo de estudiantes, no ocurrió esta vez. Seis compañeros de Karla (de un total de catorce), se opusieron. Algunos fueron molestados por las autoridades universitarios por compartir una foto suya en Facebook.

En aquella ocasión una llamativa voz cubana salió en su defensa: el cantautor Silvio Rodríguez. Sostuvo que era “torpe y obtuso lo que se le ha hecho a esta muchacha (...) una injusticia semejante solo puede despertar solidaridad. Qué brutos somos, coño, pasan décadas y no aprendemos”.

Al ser expulsada de esa universidad, Karla quedó impedida de por vida a acceder a cualquier otra universidad en Cuba, por el solo hecho de pensar diferente.

El caso tomó tal notoriedad fuera de fronteras, que el diario “El Mundo” de Costa Rica le ofreció una beca para continuar sus estudios en una universidad costarricense.

Eso hizo Karla y una vez graduada, al querer retornar a su país fue bloqueada. Su “pecado” nunca iba a ser perdonado. Para ser periodista en Cuba hay que estar con la Revolución. No hay otra alternativa.

La historia de Klara muestra cómo un régimen totalitario diseña la vida de la gente en sus más mínimos detalles: es atroz, absurdo, cruel. Lo que le pasó a ella, le pasa a mucha gente. Es inadmisible que así sea, pero hace ya más de seis décadas que viene ocurriendo.

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