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Un domingo fatal

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No fue un domingo más. El asesinato a sangre fría de tres infantes de marina en el puesto donde hacían guardia en el Cerro de Montevideo, sacudió al país. Autoridades nacionales, la oposición y los uruguayos en general, reaccionaron con alarma, dolor y preocupación ante lo ocurrido.

Al momento de escribir este editorial las hipótesis que se manejaban sobre lo ocurrido eran varias. Cualquiera sea la que se compruebe, quedó claro que Uruguay enfrenta un gigantesco desafío en lo que a la seguridad de sus habitantes se refiere.

Conmueve saber que las víctimas de tamaña insania fueron tres hombres muy jóvenes, dos de ellos con hijos chicos. El impacto del crimen es removedor porque desnuda el hecho que ya no hay nada, absolutamente nada, que no esté expuesto a la inseguridad y que el precio a pagar, por la más mínima cosa, es el asesinato. Asesinato liso y llano; y llamemos a las cosas por su nombre: son los estados, con o sin razones válidas, quienes dan orden de ejecutar o ajusticiar mediante verdugos designados o pelotones de fusilamiento. No fue eso lo que ocurrió, por lo tanto esto no fue una ejecución. Los criminales, los delincuentes, las bandas y las mafias asesinan. Y tener eso claro nos permitirá también tener claro qué es lo que enfrentamos.

Los tres infantes de marina estaban haciendo guardia en un pequeño predio donde la Armada tiene una antena para su comunicación con buena parte de la costa. Era una tarea rutinaria y sin riesgos. Uruguay no tiene enfrentamientos internos ni con otros países. Por lo tanto su función no revestía peligro. Era una más en un país sin enemigos y que vive en paz. Sin embargo, el crimen puso en evidencia que ni siquiera los lugares seguros lo son.

De esto hace rato que venimos advirtiendo. La población está atemorizada desde hace años porque sufre una escalada de violencia delictiva que no tiene límites. Al principio fueron robos menores, luego copamientos, luego asaltos con muertos, además están los aberrantes femicidios. Las cosas empezaron a desbordarse. En Uruguay no era frecuente que los robos vinieran acompañados de muerte y cuando los hubo generaron tal conmoción que muchos los recuerdan como hechos excepcionales.

Ya no lo son. Los gobiernos anteriores no quisieron percibir ese cambio ni se dieron cuenta de que al no ser debidamente controlado, el problema no haría más que aumentar.

Una señal preocupante fue cuando las autoridades comenzaron a calificar de forma diferente los tipos de asesinato, subestimando la importancia de unos para evitar que fueran parte del conteo. Así apareció la expresión “asesinatos por ajuste de cuentas”, como si fuera algo que ocurría en la dimensión desconocida y nada tenía ver con la vida diaria de los uruguayos comunes.

No fue así, esos ajustes de cuentas entre bandas de narcotráfico demostraron ser parte de una lógica que se metió en los barrios montevideanos y en varias ciudades del resto del país. Se hizo fácil matar, se hizo fácil reclutar asesinos y las barreras de seguridad que todavía quedaban en pie se fueron derrumbando una a una. Para colmo en algunos sectores del entonces oficialismo se estableció una cultura que decía entender esta criminalidad, ofreciendo coartadas sociales o vaya a saber de que tipo, para que las víctimas de robos y las familias de gente asesinada debieran compadecerse de sus victimarios. El surrealismo argumental pasó a ser inconcebible. Más cuando era al costo de tantas vidas.

El impacto del crimen es removedor porque desnuda el hecho que ya no hay nada, absolutamente nada, que no esté expuesto a la inseguridad y que el precio a pagar, por la más mínima cosa, es el asesinato.

También en un comienzo se le dio poca importancia a un fenómeno que creció hasta llegar a lo del domingo. Empezó con el robo de las armas de policías en muchas ocasiones acompañado de su asesinato. El colmo llegó este domingo cuando osaron atacar y matar a tres guardias navales.

Si los criminales pueden atacar, desarmar y matar a un policía o a un infante de marina, ¿qué puede esperar el común de la gente? Si los que nos deben proteger de los delincuentes y asesinos son muertos por ellos, ¿quién nos protegerá? Hubo, pese a todo, una buena señal el mismo domingo cuando los partidos de todo color reaccionaron con igual tono, gravedad y preocupación y dieron a entender que ante este ataque no podía haber dos maneras de verlo.

Lo cierto es que se terminó definitivamente con la inocencia. Cualquier persona, en cualquiera función y en cualquier lugar es un posible blanco. Nadie está libre. La noche del domingo, el presidente respondió ante la situación con pocas, concretas y contundentes palabras. Resta esperar entonces, que esa claridad se traslade a los hechos.

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