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Entre el dolor y el alivio

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Las revelaciones policiales sobre el cruento asesinato de tres jóvenes infantes de Marina en una guarnición del Cerro vienen generando dosis de alivio, casi tan grandes como el dolor causado originalmente por el crimen.

El primer alivio es percibir que el asesinato cobarde y vil no quedará impune. Hay que destacar aquí la rápida y ejecutiva respuesta de las autoridades, que en menos de 24 horas orientaron una investigación que se percibía muy difícil y cargada de presiones, para echar luz sobre el asunto. Acá no hubo excusas, no hubo justificaciones de corte social, ni desvíos de culpas hacia otro lado, tal como estábamos acostumbrados durante los últimos años. Las jerarquías se involucraron desde un inicio, la Policía hizo su trabajo, y en pocas horas se tuvo pistas definitorias que parecen haber esclarecido el hecho. Siempre hay que esperar a que la Justicia dicte su fallo final, pero las pruebas presentadas hasta ahora parecen más que contundentes.

De nuevo, a cualquier observador con pulso, le resultará llamativa la diferencia entre esta investigación, y todos los casos sonados de los últimos años, donde siempre aparecía una justificación, un jerarca culpando a las víctimas o a la sociedad, y una chapucería generalizada a la hora de investigar. La pregunta del millón es, si las fuerzas policiales, si los investigadores, son más o menos los mismos, ¿qué lleva a un cambio tan drástico a la hora de los resultados?

Pero hay un segundo alivio, casi tan grande como el mencionado. Y tiene que ver con que el resultado de la investigación policial descarta dos de los móviles más alarmantes, que se llegaron a mencionar en las horas posteriores al crimen.

El primero fue el que veía en el hecho un móvil político. Particularmente cuando se cumplían nada menos que 50 años de un ataque llevado adelante por los tupamaros contra la misma fuerza armada. Para ser sinceros, más allá de que era natural que a la gente de cierta edad este hecho le despertara recuerdos traumáticos, los datos concretos no daban indicios sólidos para especular con una acción de este calibre motivada por fines políticos. Ni de grupos de izquierda, ni mucho menos de parte de algún sector de “ultraderecha”, como se quiso sugerir de parte de algún comentarista con imaginación febril y mirada hemipléjica.

Y hablando de imaginaciones febriles, el resultado de la investigación también parece dar por tierra con la teoría, esbozada hasta niveles algo exagerados por parte de algunos analistas, de que se trataría de un mensaje mafioso de grupos de poderosos narcotraficantes organizados, y que nos pondría a minutos de convertirnos en México o El Salvador.

El resultado de la investigación policial descarta dos de los móviles más alarmantes que se llegaron a mencionar en las horas posteriores al crimen.

A ver, es verdad que el narcotráfico ha crecido de manera inaceptable en estos últimos años en el país, en buena medida por la pasividad y el derrotismo de quienes estuvieron al mando de las fuerzas policiales, y su aparato comunicacional compañero. Pero no cerraba por ningún lado la hipótesis de una especie de señal mafiosa narcotraficante.

En Uruguay operan dos tipos de organizaciones vinculadas a la droga. Unas, las verdaderamente “pesadas” y con conexiones globales de temer, han usado a nuestro país como ámbito de circulación de dineros “sucios”, algo hoy casi imposible. Y como plataforma de lanzamiento para enviar droga a Europa.

En todo el mundo, las grandes organizaciones de la droga no suelen permitir que en los países que son usados con estos fines, haya grandes explosiones de violencia. Por la sencilla razón de que no quieren llamar la atención en esos lugares, que son sus verdaderas áreas de interés.

El segundo tipo de organización vinculada a la droga, es el menudeo de pasta base. También es cierto que en estos años, estos grupos han crecido en poder y peligrosidad. Pero siguen siendo banditas de escala muy menor. ¿Cuánto puede facturar al año el negocio del menudeo de pasta base? Hay gente que quiere hacer ver que estos grupos son un cartel de Sinaloa en potencia, en buena medida para darse dique ellos, y justificar el desastre de las gestiones anteriores, con el argumento del poder narco. Pero estamos a años luz de eso, y ni el “Ricardito”, ni el “Josecito” o como se llamen, están en condiciones de desafiar a las fuerzas armadas uruguayas. Además, ¿con qué fin? ¿Un “mensaje mafioso” matando a tres jóvenes marinos va a hacer que el estado abandone su rol?

Esto no significa que no haya que tomarlo en serio, y apretar el acelerador en la tarea de pulverizar su creciente poder y prepotencia. Pero en estas horas nos podemos dar el lujo de, en medio de tanto dolor por las vidas desperdiciadas de tres jóvenes compatriotas, sentir algo de alivio por lo que no fue.

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