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La doble vara “progresista”

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Vivimos días muy raros, en medio de un clima electoral que desata pasiones, pero que también revela verdades que hasta ahora parecían escondidas.

Que muestran, pasando raya, que para buena parte de la dirigencia y la militancia del Frente Amplio, un principio sagrado de la democracia liberal, como es el de que somos todos iguales ante la ley, vale poco y nada.

El primer episodio tiene que ver con el uso indiscriminado de los recursos públicos, con el fin de favorecer a un partido político. En las últimas horas hemos visto una andanada de mensajes publicitarios encabezados por figuras de la cultura nacional, que llaman a votar al Frente Amplio. Eso no tendría nada de malo si no fuera por dos cosas. La primera es que muchos de esos artistas se han beneficiado de manera escandalosa en los últimos años, con contratos otorgados con fondos públicos. En estos días se han difundido números que son reveladores al respecto, y que enturbian completamente el mensaje militante de varios de estos artistas, que más bien parece una compensación por los pagos realizados, que otra cosa.

Esta sensación se refuerza por lo comentado ayer en su columna por Álvaro Ahunchain, quien informaba que una conocida comunicadora radial, pocos días antes de que surgiera esta campaña, les exigía un mayor compromiso de los artistas que, según ella, se habían beneficiado de “suculentos cachés anuales como si fueran un cuerpo estable de artistas al servicio de los tres gobiernos del FA”. A confesión de parte...

Pero hay otro elemento que es muy llamativo. Y es que cuando salen decenas de artistas populares a apoyar al partido de gobierno (usando muchas veces argumentos falaces y torcidos), eso es visto como algo normal, y no pasa nada. Pero bastó que el cantante Lucas Sugo actuara en un acto del Partido Nacional, para que se lanzara una virulenta campaña en su contra, llamando incluso a boicotear un próximo show del músico.

Es verdad que algunos artistas afines al oficialismo, se desmarcaron del episodio. Pero cuando uno pone su nombre y popularidad al servicio de un discurso que dice que el que quiere un cambio de gobierno es un mandadero de los poderosos, un insensible, un egoísta que odia a los pobres, suena medio falluto después desentenderse cuando la turba reacciona en consecuencia. Y si hay alguien que puede tener eso en claro, son los artistas.

El siguiente episodio parecería no tener mucho en común, pero lo tiene. Se trata de la renuncia del expresidente boliviano Evo Morales y su salida del país en medio de un caos provocado por su ya recontra confirmado intento de fraude electoral para perpetuarse en el poder.

Lo que pasó en Bolivia es asombroso. Morales ya había violado un referéndum vinculante para apuntar a un nuevo período de gobierno. Y el día de la elección, cuando todos los números daban que debía ir a una segunda vuelta donde seguro perdía el poder, como por arte de magia se paralizó el conteo durante 24 horas. Y cuando volvió, resulta que Morales había sacado una ventaja indescontable.

Esto generó una masiva ola de protestas populares, encabezadas por bolivianos tan o más indígenas que el presidente, que las Fuerzas Armadas se negaron a reprimir. Por ello Morales debió salir del país, y sus legítimos sucesores, de acuerdo a la Constitución, ya están llamando a nuevas elecciones.

Este episodio, donde hubo un fraude obvio y ratificado por las organizaciones internacionales presentes, ha sido pintado por el Frente Amplio y sus seguidores, como un golpe de Estado, como un acto de venganza de los “ricos” contra alguien a quien odian por ser “indio”, y otras perogrulladas que no tienen ningún asidero en la realidad. ¿Acaso eso importa?

Al parecer no. Porque amparados en un uso indigno del sentimentalismo, y de una visión marxista maniquea y ridícula, todo se reduce a una pugna de buenos contra malos. Donde, por supuesto, los buenos son ellos, y tienen un derecho natural a insultar, prepotear, despreciar a quien osa pensar diferente.

Ese derecho natural les permitiría hacer fraude electoral, reírse de las mayorías populares cuando no se pliegan a sus deseos. Y hacer uso y abuso de los recursos financiados por toda la sociedad, tal como les venga en gana.

Todo amparado en una perspectiva donde habría que darle siempre el derecho de primacía a su visión de las cosas, so pena de convertirse en un esbirro del imperio del mal, al mejor estilo de Star Wars.

Por suerte la gente, al menos en Uruguay, se cansó de todo esto. Y está cerca de propinar a esta visión infantil, maniquea, y cargada de mala fe, la lección que merece, y en el ámbito que más duele: en las urnas.

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