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La doble vara del Frente Amplio

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Editorial

La forma en que dirigentes y partidarios del oficialismo miden el apego a los valores y a las reglas de la democracia es tan hemipléjica como incomprensible para cualquiera que lo analice con un mínimo de honestidad.

La forma en que dirigentes y partidarios del Frente Amplio miden el apego y el respeto a las formas democráticas siempre ha sido difícil de entender. Estas formas, centrales para cualquier nación con espíritu republicano, parecen reducirse a una mera cuestión instrumental, dignas de defenderse cuando juegan a favor de los intereses electorales de corto plazo de esa fuerza política, pero material descartable cuando se da a la inversa. En estos días hemos visto dos casos muy reveladores.

El primero se dio a raíz de una publicidad electoral publicada el pasado domingo en El País por el equipo de campaña de Edgardo Novick y su Partido de la Gente. La misma desató una ola de indignación de parte de jerarcas y feligreses del oficialismo, que reclamaban en alta voz que se trataba de una vulneración de las normas electorales. El pico máximo de expresión de este enojo se produjo cuando un grupo de autodenominados "funcionarios frenteamplistas" de la Corte Electoral, habría presentado una denuncia ante el organismo, debido a que la publicación no respetaría el plazo de 30 días previo a una elección en el que se puede realizar publicidad de este tenor.

La Corte estudiará el tema y definirá las medidas que correspondan. Lo que no deja de ser llamativo es que en los últimos años, el Frente Amplio y sus principales líderes han sido máquinas de violar las leyes electorales y hasta la Constitución, sin que a ninguno de estos ciudadanos tan proactivos en la defensa de las normas, le generara ningún problema. Basta recordar en la última elección cómo el presidente Mujica se involucró de manera directa en la campaña, cuando temió que su partido pudiera perder la contienda. Participó de eventos, opinó abiertamente sobre cuestiones de campaña, y hasta hubo sectores que usaron su imagen sin pudor para pedir el voto a los ciudadanos. ¿Y?

La reacción suficiente y sobradora de la dirigencia y feligresía del oficialismo ante los reclamos de la oposición fue una encogida de hombros y el planteo de que no había que ser tan formalista en esas cuestiones menores. Parece que la cosa cambia radicalmente cuando quien está del otro lado de la violación de las normas electorales es un eventual rival político.

El segundo caso se dio con la elección en Brasil. Dirigentes y seguidores del Frente Amplio han estallado en brotes de indignación riesgosos para su propia salud ante la decisión soberana del pueblo brasileño. El mismo pueblo que cuando eligió a Lula o a Dilma era una vanguardia moral del continente, pero que ahora parece ser un hato de ignorantes, resentidos, blancos y clases medias, digno de desprecio y compasión.

Pero el tema de fondo no es ese. Es que estas figuras del oficialismo no hacen más que denunciar que el nuevo presidente es un violento, intolerante, fascista... un peligro para la democracia, no solo en su país. Y encienden alertas por la inminente tragedia que se va a abatir sobre la región.

La postura precautoria de El País sobre Bolsonaro ha sido suficientemente expresa, y cualquiera puede leer las cosas publicadas aquí en las últimas semanas al respecto. Pero no deja de ser asombroso el doble rasero del oficialismo a la hora de reaccionar ante los fenómenos políticos de la región.

Tenemos un poco más al norte al régimen más autoritario, fascista, violento, que se haya visto en América en muchas décadas, y eso no genera ni el 10% de la inquietud que provoca Bolsonaro. Hablamos, claro está, de Nicolás Maduro y el régimen socialista aberrante que ha impuesto en Venezuela, y que ha provocado con su violencia e incapacidad, una ola migratoria solo comparable en estos tiempos con la que padece Siria.

No hablamos acá de posibilidades, de miedos, de inquietudes sobre lo que pueda pasar. Hablamos de un régimen que hace años mete presos sin juicio ni pruebas a los opositores. Que los tira de las ventanas de los centros de tortura que son ya reconocidos por todas las organizaciones humanitarias del planeta. Que se ríe de las normas elementales de la democracia, y hambrea y tortura a su gente. Desde hace años.

Sin embargo, la reacción de dirigentes y seguidores del Frente Amplio es pacata, discreta, timorata. No hay reclamos, no hay indignación, no hay denuncias, nada. Es más, el vicecanciller ha tenido el descaro de sugerir que no tiene elementos como para demostrar que en Venezuela se violan los derechos humanos. Cuando a metros de su despacho hay decenas de exiliados tramitando documentos a los que bien podía preguntar.

Este doble rasero tiene un nombre. Y no es lindo. Se llama hipocresía.

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