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Discurso y realidad

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La pandemia desatada a nivel mundial no solo ha provocado problemas extraordinarios a casi todos los países del planeta, sino que en muchos casos, ha desnudado situaciones preexistentes, muchas veces ignoradas u ocultadas.

Este es el caso, notoriamente, de nuestra nación, donde día tras día se encuentra evidencia contundente sobre las malas condiciones en que el F. A. entregó el país y las dificultades que esto genera en la presente coyuntura.

Mucho ya se ha escrito sobre la mala situación, en términos económicos, en que culminó la gestión frentista. Elevado déficit fiscal de 5% del PIB, deuda pública del 65% del PIB, la inflación en 2019 fue casi 9%, la tasa de desempleo superó el 10% y todo esto con una economía estancada, con serios problemas de competitividad y caída de la inversión. Este panorama está a la vista y ha sido explicado por la amplia gama de economistas independientes con que contamos, sin excepciones.

Sin embargo, no existía el mismo consenso desde el punto de vista social, por el contrario, en general existía un canto casi monocorde de sociólogos y similares, con y sin títulos, sobre los logros de las administraciones frentistas.

A la pandemia del coronavirus le ganamos entre todos, por cierto, y la unidad nacional en estas horas es un valor fundamental. Pero ese valor se debe construir sobre la verdad, y conocer bien el pasado que determina nuestro presente.

Mientras que es evidente para casi todos los uruguayos que los números de la gestión de Danilo Astori y su baracutanga fue ruinosa para los uruguayos, no existía el mismo consenso sobre la gestión de Marina Arismendi.

Y sin embargo, el coronavirus vino a mostrar que la estupenda gestión en materia social era cartón pintado sostenido con tabiques rotos.

En primer lugar, el formidable proceso de formalización de los trabajadores resultó no ser tal. Más de 400.000 uruguayos trabajaban en negro o situaciones de notoria vulnerabilidad, chocando frontalmente contra el relato del exoficialismo. El nuevo gobierno, por lo tanto, se vio en la obligación de procurar asistencia especial para estas personas, por fuera naturalmente, de las medidas que podía tomar el BPS, y lo está haciendo como corresponde.

En segundo lugar, se verificó que muchos más uruguayos estaban con necesidades básicas insatisfechas y muchas personas se encontraban con un ingreso monetario apenas superior a la célebre línea de pobreza. La explosión de ollas populares, multiplicación de canastas del Mides, nuevos planes sociales y asistencia de distinto tipo demuestran esta triste realidad.

Es cierto que las estadísticas oficiales ya mostraban en los últimos dos años de gobierno frentista que la pobreza venía aumentando, pero evidentemente esa estadística no mostraba la magnitud de la vulnerabilidad social de decenas de miles de personas.

En tercer lugar, en estos días se desnudó la realidad de los hogares de ancianos, con pocos legalmente habilitados y una centena en condiciones infrahumanas. No faltaron advertencias de casos sonados en los últimos años y sin embargo, los autoproclamados defensores de los derechos humanos se mostraron totalmente insensibles frente a esta realidad.

No hubo durante estos 15 años sistema de cuidados ni otras entelequias creadas por el Frente Amplio en su frondosa imaginación marketinera, de nulo impacto en la vida de la gente, que cambiara esta triste realidad.

En cuarto lugar, otra realidad olvidada, la que se vive -o mejor dicho, se sufre- en las cárceles uruguayas. Ya no es solo el hacinamiento y la forma en que se expanden y pululan las más diversas enfermedades, es la violación diaria de los más elementales derechos humanos para miles de personas.

Otra flagrante contradicción para los paladines de la moral. Cómo pueden al mismo tiempo, reclamar con pose de prócer, por los derechos humanos violados hace décadas, mientras no se inmutan y miran para el costado con los derechos humanos que se violaban frente a sus narices, durante sus gobiernos. Las cárceles, amén del récord de homicidios que ostentan, son un caldo de cultivo formidable ante un eventual ingreso del coronavirus.

La lista podría seguir con numerosos casos más de la extensa lista de agujeros negros del legado social del Frente Amplio, a la que bastaría con agregar su penoso legado en materia de educación.

A la pandemia del coronavirus le ganamos entre todos, por cierto, y la unidad nacional en estas horas es un valor fundamental.

Pero ese valor se debe construir necesariamente sobre la verdad, y conocer el pasado que determina nuestro presente es indispensable para mirar la realidad a los ojos, le pese a quien le pese y duela a quien le duela.

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