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El discurso del Comandante

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La reivindicación del papel del soldado en la sociedad uruguaya que hizo el Comandante en Jefe del Ejército, Tte. Gral. Guido Manini Ríos, en el aniversario de la Batalla de Las Piedras que conmemora el Día del Ejército, fue inobjetable y volvió a poner sobre la mesa un viejo tema —que ya hemos abordado en otras oportunidades— que hiere los manidos conceptos de la justicia social y embiste contra la noble y sacrificada actividad de un grupo grande de ciudadanos uruguayos.

Tuvo amplias repercusiones, a lo que contribuyó, sin lugar a dudas, la posición del Ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro que, más allá de expresar su apoyo a las palabras del Comandante, agregó una crítica a ciertos sectores sociales, en los que incluyó a su partido Frente Amplio, por estigmatizar a los militares y que generó indignadas reacciones plenas de vestiduras rasgadas en esa colectividad. Pero los enojos no le quitan la razón a los dichos del Ministro. Es así, aunque a muchos de ellos no le guste que se lo digan.

Los soldados tienen hoy —y desde hace años— los salarios más deprimidos, los peores, de la administración central. Cobran un sueldo líquido que no supera los $ 10.000, por un trabajo que insume disponibilidad absoluta y un promedio de 300 horas mensuales, sin derecho a cobrar horas extras. Manini destacó que, a pesar de ese contexto, "son el comodín" de la sociedad y una institución de "seres humanos que, con sus defectos y sus virtudes siempre están dispuestos a servir a la comunidad". Por eso reclamó que "no se les humille ni se los desprecie con soberbia".

Subrayó que son "de carne y hueso" y tienen también sus necesidades familiares, pero "pregúntenle a cualquiera de los soldados dónde estuvo la Navidad pasada o la anterior. ¿Dónde estuvo cuando su pequeño hijo cumplió años o cuando se le enfermó un familiar querido? Callado, abnegado, sufrido, ese soldado siempre estuvo donde se le requirió".

Podríamos seguir. El discurso del Comandante da para mucho más, pero también obliga a la reflexión a las comparaciones que, odiosas o no, sirven para marcar esa discriminación aberrante que sufren los soldados. El Estado auxilia al que no trabaja, pero al que trabaja no lo ayuda, por más que sus remuneraciones puedan ser escandalosamente insuficientes y siga por debajo de la línea de pobreza. Banderas de ira se despliegan al menor atisbo o la sola sospecha de la explotación del hombre por el hombre y está bien. Pero lastima el silencio cómplice de organizaciones sociales ante la explotación del hombre por el Estado.

Salvo el mando (y ahora también el ministro Fernández Huidobro), los soldados no tienen quien vele por su situación y el mando, más allá de la impronta de su Jefe, es permanentemente cuestionado por quienes agitan hechos del pasado, dispuestos a no olvidar lo ocurrido hace 40 años.

La justicia social que invoca la central obrera por ejemplo, no incluye a los soldados y su familia. Y eso que es gente que trabaja y que no se limita a esperar lo que puedan recibir de la "generosidad" del gobierno. Están a la orden las 24 horas del día. Son garantes de la seguridad del Estado, patrullan y hacen controles fronterizos y, además —entre otras cosas— son la vanguardia, al solo llamado, para colaborar donde el país los necesite. Así han estado en la implementación de cuanto Plan de Emergencia aparece, combates incansables en la temporada veraniega apoyando a los Bomberos cuando arrecian los incendios, están en primera línea a la hora de las inundaciones y las catástrofes nacionales. No importa cuántas horas: las que sean necesarias.

¡Vaya si trabajan los soldados! Y son pobres. La mitad de ellos están bajo la línea de pobreza. Pero tienen dignidad y se niegan al sustento de la caridad pública, aunque signifique convivir con la rígida disciplina militar. Volvemos al discurso de Manini: "¿Piden algo a la Patria? A la patria, como siempre, no le piden nada. A la sociedad, solo el reconocimiento por el esfuerzo diario a su servicio".

¿Tienen ese reconocimiento? No, ni reconocimiento ni salario digno. Reciben discriminación y estigmatización por parte de la mayoría de la población que hoy por hoy y desde hace diez años, está compuesta por una clara mayoría de votantes del Frente Amplio.

Empecemos por reconocer el origen del problema para después intentar las soluciones. O el FA cambia su mentalidad acerca del Ejército y las Fuerzas Armadas en general o esta aberrante situación de injusticia social continuará impertérrita, en nombre de los pecados (graves) que algunos cometieron décadas atrás.

Editorial

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