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La desigualdad, ni frío ni calor

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EDITORIAL

El debate que pone a la desigualdad económica como eje de toda discusión política es engañoso, alienta ideas que han demostrado ser peligrosas y que tienen poco que ver con la problemática de fondo del Uruguay de hoy.

La desigualdad económica es un tema que siempre vuelve a la discusión política. Ha sido eje de las visiones "de izquierda" desde hace al menos un siglo, y tuvo su reverdecer tras la crisis financiera del 2008.

En Uruguay, cuya elite intelectual padece una falta de pensamiento propio lacerante (ya lo alertaba Figari por los años 20), el tema vuelve periódicamente a la mesa. Y las referencias a ese 1% de malvados que "se apropian" de la riqueza del planeta, es pan de cada día. Una reciente columna del decano de la Facultad de Economía, Rodrigo Arim, plantea el tema con tono amable, sugiriendo que Uruguay debería tomar más en cuenta el asunto a la hora de definir cuestiones como las políticas previsionales.

Lo primero que cabe decir es que el panorama global en este aspecto, no es el que se suele señalar. En los últimos 30 años el planeta ha experimentado el proceso más profundo de reducción de la pobreza de la historia. Esto en buena medida es gracias al crecimiento de China e India, y a cierta estabilización en África y América Latina, anclada en el aumento de los precios de las materias primas. También hay estudios que sugieren que la desigualdad, si se toma en cuenta el poder de compra de distintas monedas, también ha venido cayendo. Algo que es razonable cuando se analiza la forma en que vienen creciendo las clases medias en varios países asiáticos y latinoamericanos, en desmedro de la situación del mismo sector en el primer mundo.

Este es un factor que suele ser sorpresivamente dejado de lado por los teóricos de la desigualdad. Y es que su mirada es "primermundocéntrica", y se asustan ante la caída del nivel económico de las clases medias en Europa y EE.UU., sin valorar que esto se debe al proceso de relocalización industrial que tanto ha beneficiado a países en desarrollo.

Hay un par de detalles interesantes cuando se habla de ese 1% de "súper millonarios" que "se apropian" de la riqueza mundial. El primero es esa noción de apropiación, como si esa gente le robara el pan de la mano a cada pobre del mundo. No producen esa riqueza, no la generan, no la ganan. Se la "apropian". Si usted tiene un Iphone o usa Windows, Bill Gates o Tim Cook, ¿se le apropiaron de algo? ¿O le facilitaron la vida y usted está dispuesto a pagar por eso?

Lo segundo es un tema numérico. Según los estudios más aceptados, para ingresar a ese selecto grupo del 1% global, se requieren ingresos de unos 30 mil dólares al año. Así que si usted comete el pecado de ganar un sueldo que pase los 65 mil pesos al mes, vaya sabiendo que es parte de esa elite de privilegiados que se está apropiando en su egoísta beneficio, de las riquezas de este mundo.

Algo que en nuestro país el gobierno tiene bastante claro. Por eso, el impuesto a la renta golpea a esa elite insensible que gana más de 30 mil pesos al mes, y todavía se queja cuando se le pide una mano. Y cuando los sectores más delirantes del partido oficialista exigen reducir la carga en los salarios más bajos, el equipo económico no puede hacerlo, por la sencilla razón de que quienes ganan sueldos realmente altos en el país son tan pocos, que no hay forma de pagar las cuentas (y meter 70 mil empleados públicos nuevos), sin hacer caer el mazazo de forma plural y democrática.

Ahí está otro centro de la crítica a estas posturas. Si el discurso de la desigualdad puede funcionar en EE.UU. o en algunos países de Europa, en Uruguay es francamente ridículo. Como decía el Cr. José Pedro Damiani, en Uruguay no hay ricos, hay riquillos. Y en los últimos años son muy pocos quienes han hecho fortuna, si dejamos de lado los estudios jurídicos, consultoras y gente que contrata con el Estado. Si algo le hace falta a este país es potenciar el crecimiento, mejorar los sueldos y el poder de compra de los sectores profesionales y medios, no delirar con políticas resdistributivas. Porque en un mundo abierto y conectado, el éxodo de esta gente a países con mejores ingresos (cosa que ya se ve fuerte) es un amenaza letal para el futuro.

Hay un aspecto central de este debate. Y es el delicado asunto de quién sería el juez impoluto, el técnico frío y brillante, capaz de decidir en un esquema de redistribución, quién gana y quién pierde. Porque se suele criticar mucho al mercado, pero cada vez que eso ha quedado en manos de los burócratas, el efecto ha sido mucho peor. Y si no, mire lo que gana un policía o una maestra, y compárelo con un funcionario de UTE o un ujier del Palacio Legislativo.

¿Que la desigualdad es negativa? Por supuesto. ¿Que el mundo sea una selva cada vez más desigual? No. ¿Y que este tema sea la gran prioridad en un país con el nivel de ingresos y la concentración de riqueza de Uruguay? No parece.

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