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Desalojar la radicalización

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Estamos asistiendo a altisonantes protestas de los estudiantes de profesorado, en varios puntos del país.

Y en la rutina de “tres escándalos por semana” que ha instaurado la oposición -como certera y humorísticamente apuntó el ministro Pablo da Silveira- el Frente Amplio se agarra de este nuevo cable pelado para hacer campaña, enganchándose como siempre a la locomotora de la izquierda radical.

Lo de antenoche fue curioso: la bancada frenteamplista pidió un cuarto intermedio en otra de las sesiones dedicadas a la rendición de cuentas, solo para concurrir a “acompañar” a los estudiantes del IPA que estaban a punto de ser desalojados. No manifestaron la misma sensibilidad cuando en setiembre de 2015, su propio gobierno mandó desalojar la sede del Codicen, entonces ocupada por estudiantes de enseñanza media. La crónica de “La Diaria” de aquella jornada da cuenta de que “cerca de las 22, la Policía ingresó al local por la puerta de atrás y allí se generó el primer enfrentamiento con los estudiantes que se encontraban adentro. Cuando lograron salir, estaba esperando la Guardia Republicana en la puerta principal, donde se generaron nuevos disturbios, esta vez también con los manifestantes que apoyaban a los estudiantes. Además, hubo siete detenidos, entre ellos el presidente de la Asociación de Docentes de Enseñanza Secundaria, Emiliano Mandacen, y también manifestantes y policías heridos. Al cierre de esta edición, los enfrentamientos se habían corrido hacia la avenida 18 de Julio”.

Las escaramuzas de estos últimos días fueron bien distintas: no hubo violencia e incluso trascendieron reconocimientos mutuos de buena comunicación entre policías y desalojados. Pero ese detalle poco importa a la oposición, que recientemente llegó al extremo de frivolidad de armar un terremoto por la simple iniciativa de regalar unas camisetas celestes a los alumnos que participan de las pruebas Pisa.

Y pensar que son los mismos que, cuando gobernaban, firmaron el decreto que prohíbe ocupar edificios públicos y aquel otro, de breve vigencia, que declaraba la esencialidad de la educación. Bomberos ayer, pirómanos hoy.

Vale la pena transcribir algunos pasajes del comunicado del Centro de Estudiantes del IPA (Ceipa), compartido en twitter por uno de sus dirigentes: “se está procesando una transformación educativa regresiva sin la participación de las y los (sic) involucrados, profundizando los procesos de privatización y mercantilización de la educación, con el objetivo de formar empleados sumisos al sistema”. Por supuesto que ninguna de esas acusaciones tiene base documental, pero no se puede esperar mucha más veracidad de una generación a la que sus mayores le dijeron que la LUC privatizaba la educación pública.

Esta propensión adictiva a la radicalización de los discursos, que caracteriza a sectores mayoritarios del FA y del sindicalismo, hace que se pierdan los más elementales marcos de referencia racional.

En otro pasaje, el Ceipa declara que “las autoridades del Codicen decidieron tapar los muros del IPA que son un lugar de expresión del estudiantado, además de oficiar de canal amplificador de nuestro mensaje con la comunidad educativa toda. Esta opción que hace el consejo la entendemos como censura y la enmarcamos en el propio programa de persecución que otros compañeros y compañeras de clase están sufriendo por llevar adelante su actividad sindical”.

Otra paradoja curiosa. Cuando Anep tuvo la iniciativa de homenajear a Antonio Grompone en una pared exterior del IPA, el Instituto de Historia de la Facultad de Arquitectura de la Udelar puso el grito en el cielo. “Las fachadas no son un lienzo”, decían, postulando que el retrato gigantográfico del fundador de ese centro educativo afeaba al edificio.

Pero esos mismos puristas nada decían de los grafitis mamarrachescos de la fachada frontal, esos que la actual administración ha decidido eliminar, con el doble objetivo de embellecerla y garantizar la laicidad. Esa medida razonable es interpretada por los estudiantes sindicalizados como un intento de censura. Como si no gozaran de absoluta libertad para expresar sus ideas, sin necesidad de vandalizar paredes.

Así están dadas las cosas. Esta propensión adictiva a la radicalización de los discursos, que caracteriza a sectores mayoritarios del FA y del sindicalismo, hace que se pierdan los más elementales marcos de referencia racional. Lo preocupante es que quienes hoy confunden enchastrar una casa de estudios con expresar sus ideas, mañana serán los que enseñen a nuestros hijos en las aulas.

Es una evidencia más que contundente de que la transformación educativa es una misión impostergable.

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