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La democracia desfigurada

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Falta menos de un mes para las elecciones en Nicaragua y el Consejo Permanente de la OEA en una sesión virtual, de esas a las que nos ha acostumbrado la pandemia, para bien y para mal, aprobó esta semana una resolución en la cual se exige la liberación inmediata de todos los opositores a Ortega.

Nada menos que treinta y nueve, entre ellos siete aspirantes presidenciales para los comicios de noviembre a los que se sumaron en estos días importantes representantes del sector empresarial que vienen a engrosar el número hasta ahora conocido, de alrededor de 300 detenidos. Impulsaron el documento, 26 de los 34 miembros del organismo y aunque parezca mentira, hubo 7 abstenciones. Entre los primeros, Antigua y Barbuda, Canadá, Chile, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos, Paraguay y Uruguay, sumándose a su vez, el opositor venezolano Juan Guaidó. Entre los segundos, los que no acompañan la sanción a la satrapía en el poder, figuran Argentina, Bolivia y México.

Como lo expresara nuestro Embajador ante la OEA, Washington Abdala, “cuesta comprender a los países que no entienden que la dictadura nicaragüense es de violencia extrema”. Y menos se puede creer que el Embajador de Nicaragua haya podido divagar de tal forma, hasta llegar a calificar al gobierno uruguayo de dictadura. Solo puede decir algo semejante, alguien que es capaz de asegurar a cara de piedra como lo hizo, que en su país “no hay un solo candidato detenido, ni un solo inocente procesado”. Un lastimoso parafraseo de su mandamás, Daniel Ortega, quien afirma que los apresados son todos criminales.

El hecho mencionado provoca varias reflexiones.

En primer lugar, queda al desnudo el constante bastardeo al que se somete la palabra democracia, en boca y acción de más de un autoritario de baja estofa. Disfrazados de demócratas, estas personas se mofan de los principios republicanos, se burlan olímpicamente de su significado, mientras se ocupan de organizar burlescas mascaradas y arman pantomimas de supuestas elecciones para venderse al mundo con una imagen de legalidad mentirosa. Se trata de naciones en las que las instituciones han sido avasalladas, donde no existe la separación de poderes, ni se respetan los derechos humanos.

Cuba es un añejo ejemplo de ello, puesto que hace más de medio siglo que allí gobierna un solo partido y las libertades individuales han sido ignoradas desde el vamos. Desde que trágicamente la revolución que derrocó al dictador Batista, en el fondo se convirtió en nada más que un nefasto cambio de manos. Los cubanos nunca más supieron de libertad y aún hoy continúan viviendo bajo el yugo, primero de Fidel Castro, luego de su hermano Raúl y ahora bajo su títere, Díaz Canel. Ese que mal leyó el apunte en contra de la LUC que le hiciera llegar alguna de sus amistades de la izquierda vernácula durante la cumbre de la Celac, donde el Presidente de Uruguay dijo lo que correspondía del autoritario gobierno que domina en la isla. Inclusive allí cumplen anualmente con unas seudo-elecciones presidenciales, como parte del hipócrita ritual democrático que gustan practicar los tiranos del continente.

Y pensar que años atrás llegamos a celebrar que por fin América Latina había quedado libre de golpes y dictadores. Poco duró, sin embargo, esa ilusión.

Disfrazados de demócratas, se mofan de los principios republicanos, se burlan de su significado mientras se ocupan de organizar burlescas mascaradas y arman pantomimas de supuestas elecciones, para venderse al mundo con una imagen de legalidad mentirosa.

Lo mismo va a pasar en Venezuela, donde tampoco podrán participar opositores de verdad en la amañada contienda electoral, donde el fraude ya se ha venido perpetrando con una estrategia similar a la de su homónimo nicaragüense. Meter preso a todo aquel que se oponga al régimen. A un Estado en el que las fuerzas parapoliciales entrenadas por cubanos enviados por los Castro para crear unas feroces fuerzas de choque, imponen el terror. En el cual el poder legislativo no tiene independencia alguna sino que responde al gobierno y el judicial oficia de marioneta, según como manejen los hilos en el Palacio de Miraflores. Al tiempo que el gobierno, primero en tiempos de Chávez y luego de su discípulo Maduro y su sempiterno lugarteniente Diosdado Cabello, han llevado al país a la ruina. A la pobreza y al mal vivir, como lo demuestra la permanente sangría de gente que huye de su tierra natal por la falta de posibilidades, de alimentos, de medicinas y los más elementales bienes de uso y de educación. Cinco millones de emigrantes que se expanden por el resto de América, enfrentados a toda clase de peligros y a las mafias que trafican con personas. La mayor parte recalando en la vecina Colombia, donde el gobierno de Duque los recibe generosamente, aunque tamaña afluencia produzca serios problemas.

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