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Danza de millones

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El costo de la planta desulfurizadora de Ancap, la gran obra del quinquenio, estaba estimado en 90 millones de dólares y se terminó pagando (endeudando) 400 millones de dólares. A eso debemos sumarle la fiestita bastante cara de su inauguración (US$ 360.000) y la parafernalia que significó la presencia de la presidenta argentina, Cristina Fernández —invitada especial de Sendic— con su séquito ("La Cámpora" incluida). Y sus palabras alardeando generosidad con una obra en la que no tuvo nada que ver ("se construyó con los US$ 400 millones invertidos por una empresa argentina, en este caso YPF"), pero trató de apropiársela.

El dato fue manejado en su exposición en el seno de la Investigadora parlamentaria por el director nacionalista del Ente, Diego Labat, que pese a ser nuevo en el organismo —lleva tres meses—, realizó en la última reunión algunas puntualizaciones sobre lo ocurrido. Labat dio las cifras, no hizo consideraciones. Pero ellas surgen solas. ¿Cómo una obra estimada en US$ 90 millones terminó costando 400 millones de dólares? ¿Dónde estuvo el desfasaje que multiplicó por cuatro y pico el costo de la obra? Para ser un error de cálculo parece demasiado, como también pareció demasiado que la planta de etanol de Ancap en Paysandú costara el doble que su cotización internacional. Pero… habrá que ver. Para eso está la Investigadora.

También puso de manifiesto que el famoso plan estratégico de Ancap que significó obras por casi 1.000 millones de dólares en el quinquenio, "se planificó en deseos"; no se aportó capital por parte del accionista único del Ente —el Estado uruguayo, todos nosotros— y la casi unanimidad de sus realizaciones se financió sobre la base de deudas. Las inversiones fueron a plata prestada, en dólares, pese a que no era tan difícil en años anteriores endeudarse en pesos uruguayos para comprar en dólares. Y esa "planificación en deseos" fue desmesurada: no se privilegió ni se optó por aquellas consideradas de mayor importancia, sino que se metieron prácticamente todas en una bolsa, se aprobaron, se pidió prestado y se pusieron en marcha. Algunas obras se terminaron, otras quedan a medio hacer.

La exposición de Labat por un lado y la de los directores oficialistas por otro (calificadas por el diputado Cardoso de "gran imprecisión ante una comisión que está investigando… Esto no es un almuerzo de camaradería"), dejaron claro que si el directorio de Ancap no cumple con los pedidos de la Investigadora, en el corto plazo que tiene para funcionar, no podrá profundizar mucho, ni comprobar ni descartar la existencia de "irregularidades o ilicitudes", los dos elementos que ameritan su formación. Hasta el momento no se han enviado siquiera las actas del Directorio en el periodo comprometido.

Eso sí, la Investigadora fue escenario una vez más del creciente enfrentamiento en la interna del Frente Amplio y el absurdo intento del actual presidente del organismo, José Coya, de responsabilizar al Ministerio de Economía del periodo Mujica (un tiro por elevación para Astori) por el 50% de las pérdidas de Ancap, que no son de 600 millones de dólares como se manejaba, sino de ¡800 millones! Lo acusó de no dejar subir las naftas y agrandar así el agujero negro.

Sobre esto, dos precisiones. Primero, la Investigadora lo que estudia son "irregularidades o ilicitudes" en Ancap, no la política económica del gobierno. A no distraer la atención en temas que no son de su competencia.

Segundo, para que quede claro, el responsable de la política económica y del gobierno, es únicamente el Presidente de la República, que es quien elige el pueblo como depositario de la soberanía. Los ministros son funcionarios de su confianza, que no los elige el pueblo, sino que los designa el Presidente de la República y, si no le hacen caso o si simplemente quiere, también los destituye.

En el caso concreto, además, de la administración Mujica, no tenía un solo equipo económico, sino dos: uno que actuaba en la órbita del Ministerio de Economía y otro en la órbita de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). Podía asesorarse —y vaya si lo hizo muchas veces— con quien quisiera, porque cualquiera de los dos estaban sujetos a su autoridad. El gobierno del quinquenio pasado fue el gobierno de Mujica, con sus logros (que se buscan), y sus acciones, errores y omisiones. No puede echarle la culpa a nadie de todo lo que pasó: solo mirarse al espejo.

Esto está muy claro y no vale la pena entrar en ese juego. Solo distrae el trabajo de la Investigadora que, si bien está en sus primeras actuaciones, parece que va camino de confirmar aquello de que las cosas que parecen ciertas, algunas veces son ciertas.

Editorial

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