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La "cultura del trabajo"

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El director de Trabajo, Juan Castillo, está preocupado porque los uruguayos trabajan poco como lo indican los altos niveles de ausentismo y la creciente cantidad de los que piden certificaciones médicas por enfermedad.

Parecería que Castillo, un veterano gremialista, está aprendiendo a mirar las cosas de otro modo desde que ocupa una posición de gobierno en donde oye los reclamos de la otra parte, o sea, de los empleadores.

En una reciente entrevista de prensa, Castillo explicó que debido a la propensión a faltar al trabajo, en los últimos años aumentó la concesión de primas por presentismo, es decir, pagos en efectivo para asegurar la presencia de los empleados en sus puestos. Una solución que en los hechos equivale a pagar no sólo el trabajo, sino también el mero hecho de ir a trabajar. Aun así, Castillo anota con desazón que ese pago extra no consigue reducir el ausentismo, por lo cual este dirigente comunista declara que en Uruguay se ha perdido "la cultura del trabajo" y que algo debe hacerse para recuperarla.

No hay duda que el problema existe y que es cultural. Como el director de Trabajo relata, hay empresas como los frigoríficos o instituciones como las de la salud que padecen el drama del ausentismo. De ahí la expansión de las primas por presentismo que, entre otros organismos públicos, se abonan en la intendencia capitalina, en la educación y en la Administración de los Servicios de Salud (ASSE) por citar algunos ejemplos. En el sector privado cerca de un 30% de las empresas dan algún tipo de beneficio a los empleados cumplidores.

Conste que dentro de ese alarmante ausentismo no se incluyen las faltas por licencia médica que crecieron de manera exponencial en los últimos tiempos. Esta tendencia se agravó desde el 2010 cuando el Banco de Previsión Social (BPS) dejó de controlar el estado de salud de quienes solicitan el subsidio por enfermedad. A partir de entonces, cualquier médico particular —y no uno del BPS— puede certificar que un trabajador está enfermo y tiene derecho a cobrar aunque no trabaje.

Las auditorías encomendadas por el propio BPS confirman que existe un exceso de tolerancia en el otorgamiento de licencias médicas. Años atrás, una investigación hecha por el Fondo Nacional de Recursos descubrió que cerca de un 20% de los subsidios eran concedidos en situación irregular. Por eso el sector privado solicita que se revisen los procedimientos alegando que el empresario debe afrontar los costos de reemplazo de los ausentes, además de las dificultades que halla para sustituirlos con la consiguiente pérdida de productividad y competitividad. Por otra parte, el BPS, que es quien paga las prestaciones, observa con inquietud como año tras año se incrementan los recursos destinados al pago del subsidio por enfermedad.

Es claro que la viveza criolla juega su papel en este fenómeno. No es lo mismo el médico que trata a su paciente de modo habitual que un médico del BPS, a quien no se conoce y que se mostrará menos flexible ante situaciones sospechosas. Es que el ingreso de los médicos particulares generó un auge de lo que suele llamarse "certificaciones por complacencia" cuya masificación es constante motivo de queja de los empleadores.

Entre las faltas injustificadas y las fundadas en razones de salud, las elevadas tasas de ausentismo que se registran en Uruguay son típicas de las naciones menos desarrolladas. No sólo evidencian indisciplina y escasa motivación sino débiles hábitos de trabajo lo cual debería ser motivo de mayor atención, tal como sugiere el director Castillo. El problema es serio y no puede tomarse a la chacota como lo hizo alguna vez el expresidente José Mujica —un experto en la tarea de devaluar valores esenciales— cuando en un viaje oficial declaró ante periodistas extranjeros que los uruguayos "somos medio atorrantes y no nos gusta tanto trabajar", advirtiendo socarronamente que en nuestro país "nadie se muere por exceso de trabajo". Ni que hablar de cuando ponderó a una tribu, "los kung san", que según él vivían felices pese a que eran poco laboriosos.

El tema no da para bromas. Por el contrario, merece un tratamiento serio con múltiples acciones, la primera de las cuales debería darse en la educación. Una educación que inculque en las nuevas generaciones la idea de que el trabajo no es un castigo sino una oportunidad para la formación y el progreso de los ciudadanos, así como una posibilidad de contribuir al desarrollo del país. Sobre esa base se podría concebir políticas que le devuelvan al Uruguay la "cultura del trabajo" que alguna vez tuvimos.

Editorial

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