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Crónica de una muerte anunciada

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Editorial

La Intendencia castiga al que no tiene la previsión de apretar el freno en la bajadita de Coímbra, pero se declara incapaz de impedir que un puñado de energúmenos, asesinos y suicidas, use una vía de tránsito como pista de carreras de Fórmula Uno.

Ocurrió en la madrugada del sábado, pero podía haber acontecido desde mucho antes e, incluso, haber vuelto a pasar después.

Jugando a las carreras con un par de autos a altísima velocidad, personas alcoholizadas atropellaron a un joven de 19 años que cruzaba la rambla a la altura de la intersección con Marco Bruto.

No solo hay que lamentar lo trágico de esa muerte absurda: deberíamos preguntarnos si pudo haberse evitado.

Y la respuesta es, a todas luces, que sí.

En los últimos tiempos, se han multiplicado los testimonios de automovilistas que transitan por la rambla a medianoche, y hasta de peatones y vecinos que lo presencian, sobre la proliferación de "picadas" de vehículos que juegan a la ruleta rusa a 180 o 200 kilómetros por hora. Hasta hubo un informe del programa Santo y Seña de Monte Carlo Televisión, hace ya tres meses, en el que algunos muchachos aparecían frente a cámara, a cara descubierta, reivindicando alegremente su estúpido y letal entretenimiento.

En los tiempos cansinos de este Uruguay apático e indolente, debió pasar un mes para que la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) organizara lo que llamó una "jornada de debate" sobre el tema. Allí se llegó a la conclusión de que las picadas son una "manifestación sociocultural" que está volviendo "a ponerse de moda". Las autoridades insisten en que controlarlas es muy difícil. Los inspectores de tránsito se quejan de que se exponen a situaciones de violencia, que les demandarían contar con apoyo policial. En el país donde la incapacidad de asumir la responsabilidad es un deporte más popular que el fútbol, nadie se hace cargo de la propia ineptitud e indiferencia ante un fenómeno que ocurre todos los días, a la vista y paciencia de todos, y que el sábado segó la vida de un inocente.

Lo paradójico es que la Intendencia ha llenado la ciudad de radares para caerle con el mazazo de las multas al desprevenido automovilista que se pasa de los 45 o 60 kilómetros por hora. El caso más emblemático (y así fue mencionado con toda razón hace unas semanas por Antonio Mercader, en su columna de esta misma página) es el del aparato que emplazaron en Rambla y Motivos de Proteo. La verdad es que eligieron la ubicación más estratégica para recaudar, porque la pendiente descendiente de Coímbra hace que los autos aumenten su velocidad por pura inercia; entonces, la única manera de evitar sobrepasar la máxima autorizada es ir aguantando dicha inercia con el freno. (En realidad, la política recaudadora de este gobierno podría ser titulada como "Bajadita de Coímbra", porque se basa en la generación de ideas cada vez más delirantes, con tal de exprimir los bolsillos de los ciudadanos: lo último que se le ocurrió al Chicho, aquel inmortal personaje que crearon Enrique Almada y Julio Frade, fue imponer una multa a los aparatos de aire acondicionado que pierden agua).

La Intendencia castiga al que no tiene la previsión de apretar el freno en la bajadita de Coímbra, pero se declara incapaz de impedir que un puñado de energúmenos, asesinos y suicidas, use una vía de tránsito como pista de carreras de Fórmula Uno.

¿Será tan difícil detenerlos, como se excusan los omisos de siempre? ¿Será tan complicado pararlos en la largada, cuando todo Montevideo sabe que se juntan en el estacionamiento de Kibón?

Quien esto escribe recorre la rambla todas las noches, en dirección al este, y puede dar fe de que no hay vez que no lo sobrepasen autos y motos a velocidades absolutamente inusitadas. Aunque usted no lo crea, lector, volvimos a experimentarlo el domingo a medianoche, menos de 48 horas después de la muerte del joven. ¡Ni siquiera los detuvo esa tragedia!

Hay pulsiones autodestructivas en muchos compatriotas que no son casuales. No es casual el incremento oprobioso de los homicidios. Tampoco que nuestra sociedad ostente los índices más altos y vergonzantes de suicidios y violencia doméstica. Algo está pasando, que está en el fondo de estos comportamientos tóxicos, y resolverlo debería ser el primer objetivo del gobierno, a través de políticas sociales eficientes, un control severo del consumo de sustancias adictivas y una rigurosa represión del delito en todas sus formas. Todo esto será muy difícil de implementar, si el año que viene volvemos a dar el gobierno a un partido que promete que no aumentará impuestos pero los aumenta, que abatirá la inseguridad pero la incrementa, que combatirá la indigencia pero la multiplica, y que reformará la educación pero la consolida como fábrica de pobres. No da para más.

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