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La crisis ética del Frente Amplio

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EDITORIAL

Lo cierto, naturalmente, es que no es ninguna víctima. En todo caso un bonzo contemporáneo, y si alguien tiró algún fósforo para ayudar a la fogata, fue el propio Vázquez.

Los desafortunados sucesos que se desencadenaron prácticamente desde que comenzó el actual gobierno y que culminaron este lunes con la declinación al cargo del vicepresidente de la República, marcan un punto de inflexión histórico para el país y para el oficialismo. No debe ser sencillo encontrar otros casos en la historia de ascenso y caída tan fugaz como el de Raúl Sendic, al menos en la penillanura suavemente ondulada de nuestro paisaje.

Lo cierto es que la trayectoria de Sendic quedará marcada por lo sinuosa y efímera que resultó. Desde 2015 en adelante la acumulación de hechos que lo tuvieron en el centro de la atención pública es apabullante, a lo que se sumó en cada oportunidad las inefables explicaciones que, al poco tiempo, se terminaron comprobando en la mayoría de los casos que eran burdas mentiras.

La dimisión de Sendic desata una crisis política para el oficialismo y el gobierno, pero era un trance finalmente inevitable, porque la presencia de Sendic constituía, a su vez, un conflicto cotidiano. Desde que la comisión parlamentaria que investigó su actuación en Ancap, tan nefasta que terminó fundiendo a la principal empresa del país que debió ser recapitalizada en cientos de millones de dólares por todos los uruguayos, hasta la mentira sobre su título, las posteriores falsedades sobre el uso de la tarjeta corporativa de Ancap y los viáticos que cobró, empedraron el camino al infierno de quien hoy pasará a ser exvicepresidente.

El gobierno y el Frente Amplio, ni tontos ni lerdos, salieron a afirmar a viva voz que el tema se había terminado, que no ameritaba ninguna sanción y el propio presidente de la República, uno de los artífices de la caída de Sendic, con el maquiavelismo que lo caracteriza, realizó una necrológica memorable.

La crisis política se resolverá, y afortunadamente, no hay ninguna posibilidad de crisis institucional en el Uruguay. En buena medida porque la oposición ha mostrado una altura y una decencia para afrontar el tema que ciertamente no habría cabido esperar si el Frente Amplio estuviera en su lugar. Basta recordar la siniestra actitud asumida cuando la crisis de 2002 alentando el default del país en la prensa y ante organismos internacionales, cuando el gobierno encabezado por el presidente Batlle luchaba a brazo partido por mantenernos a flote.

Hay, sin embargo, dos elementos que no pueden pasarse por alto y son la actitud del Frente Amplio ante la renuncia de Sendic y la hipócrita reacción del presidente de la República.

La renuncia de Sendic se precipitó, tomando por sorpresa a la dirigencia frentista, para evitar las sanciones que el plenario del Frente Amplio iba a tomar, siguiendo el dictamen del tribunal de conducta política. Luego de producida la renuncia en el plenario, cuarto intermedio mediante, se decidió dejar de lado las sanciones y simplemente se resolvió "tomar nota" de la renuncia de Sendic. Una vez más, queda demostrado lo lejos de la realidad que están los dirigentes oficialistas y qué lejos están de aquel Frente Amplio que se autoadjudicaba el rol de los únicos honestos e impolutos en nuestro país.

¿Resulta que como Sendic renunció ya no caben las sanciones que tenían previstas? ¿Que ya no le van a pedir que devuelva la plata que se quedó? ¿Que no le van a impedir ser candidato? En definitiva, resolvieron ignorar olímpicamente el fallo del tribunal de conducta política, hundiéndose en el mismo lodo de quien se negaron a sancionar.

Y la frutilla de la torta ha sido el discurso del presidente de la República del lunes. La misma persona que conociendo el fallo del tribunal de conducta política desde el 31 de julio, según declaró Javier Miranda, afirmó en varias ocasiones posteriores que en caso de un fallo adverso, él renunciaría y que "una renuncia es una renuncia", salió a defender a Sendic como si fuera un mártir. Lo cierto, naturalmente, es que no es ninguna víctima. En todo caso un bonzo contemporáneo, y si alguien tiró algún fósforo para ayudar a la fogata, fue el propio Vázquez.

En definitiva, se decidió barrer para abajo de la alfombra en un caso por el que todavía se les deben muchas respuestas a los uruguayos, porque está en juego la transparencia, la honestidad y la credibilidad del partido de gobierno, al encubrir y despedir como si fuera un héroe, a quien nos avergüenza desde hace días en los titulares de todos los medios internacionales. El caso Sendic excede a su protagonista y hoy infecta como una peste a un Frente Amplio que amparó las más condenables prácticas políticas imaginables.

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