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Cosas que ni siquiera deberían insinuarse

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Una y otra vez, analistas y periodistas aluden al viaje conjunto hecho por el presidente Tabaré Vázquez y el presidente electo Luis Lacalle Pou, para asistir a la asunción del nuevo presidente argentino Alberto Fernández.

Los gestos de cortesía entre ambos permitieron elogiar lo que se considera una excepcionalidad uruguaya que fortalece la convivencia en un país democrático, republicano y liberal.

Sin embargo desde que se conoció el resultado definitivo de las elecciones, surgieron otras expresiones que van a contramano de esos gestos justificadamente elogiados. Son expresiones de una alarmante agresividad confrontativa, que no se habían visto desde el retorno de la democracia.

Provienen para colmo, no de militantes de comités de base sino de dirigentes de primera línea del Frente Amplio como su presidente Javier Miranda y el senador electo Óscar Andrade. Antes, en igual tono, se había expresado el también senador electo Daniel Olesker.

Están lisa y llanamente llamando a la resistencia. Resistencia es lo que desde la clandestinidad hacían los partisanos franceses, italianos o yugoslavos para combatir la invasión nazi a sus países. O lo que hacen algunos grupos para enfrentar férreas dictaduras. La resistencia invita a una actitud de guerra y suele utilizar métodos violentos de sabotaje. Implica que quien llama a la resistencia no reconoce la legitimidad de origen al gobierno que enfrenta.

Por eso es peligroso el juego en que entraron estos dirigentes, alentando a su militancia a este tipo de acción.

El presidente del Frente Amplio Javier Miranda denunció hace unos días que el gobierno entrante estaba instalando la idea de que había “una herencia maldita”. Ante esa actitud, que es la que en cualquier lugar del mundo todo partido que llega al gobierno aplica cuando asume, Miranda sostuvo que el Frente debía resistir. “Vamos a la resistencia (contra) toda política que intente retroceder en los logros y derechos alcanzados en 15 años de transformaciones”.

Es absurdo pensar que el nuevo gobierno retrocederá respecto a logros y derechos genuinamente alcanzados. Pero ciertamente el gobierno entrante tiene un programa distinto al que proponía el Frente y lo querrá cumplir. Por eso la gente lo votó. Tiene pues derecho a aplicarlo.

Para fundamentar un llamado tan agresivo, es necesario mostrar al futuro gobierno como uno radical y eso hizo Miranda. Con un rampante simplismo definió a la coalición como un “proyecto conservador, neoliberal y ultra”, como si el demonio se hubiera apoderado de los nuevos gobernantes. Miranda olvida que hubo momentos en que los gobiernos frenteamplistas aplicaron políticas que podrían ser consideradas “neoliberales”, aún conviviendo con sus filosofías estatistas. También olvida que esos gobiernos tuvieron sus ultras. Un presidente y varios ministros habían sido tupamaros, cosa de lo que nunca expresaron arrepentimiento. También hubo legisladores y ministros de un partido de impronta totalitaria como el Partido Comunista. Sin embargo, los frentistas nunca hicieron cuestión de esa presencia “ultra” en sus filas.

Uno de esos dirigentes comunistas es el futuro senador Óscar Andrade, que ante la posibilidad de reestructuras en el Estado “que afecten a todos los trabajadores menos a los militares” (como si en 15 años hubieran hecho cambios notables en las Fuerzas Armadas), eso generaría “una resistencia social muy honda y que la expresión política va a ser la de enfrentar”. Dijo que si la coalición multicolor opta por radicalizarse será necesario que su partido (Comunista) tenga una respuesta política clara” que llevaría a “un escenario de respuesta social sin alternativa, tipo Chile”.

Mucho antes Olesker ya había hablado de generar una resistencia como cuando la época de la dictadura.

La tesis entonces no es la de oponerse en el normal juego democrático sino resistirse a todo lo que haga el próximo gobierno. El tono de amenaza se parece mucho a una extorsión. Es como si dijeran: “no se salgan de lo que veníamos haciendo, porque sino…”.

Una de las grandes pruebas que el Frente Amplio debía pasar como un actor positivo en una democracia era la de la alternancia. Tras gobernar tres períodos, debía mostrar que sabía perder y que nadie se aferra a un gobierno de por vida. En algunos aspectos mostró madurez política en este proceso, aunque una señal preocupante fue la de no reconocer la derrota la misma noche de las elecciones. Pero esto que surge ahora es muy grave, causa alarma y no debería siquiera ser insinuado.

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