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Cada vez queda más claro que la actitud frente a la emergencia sanitaria ha puesto al opositor Frente Amplio en un brete del que no sabe (ni quiere) salir.

Las contradicciones arrancaron escasos días después de declarada la pandemia, con aquel bochornoso reclamo de una cuarentena obligatoria que, de haberse ejecutado, hubiera implicado un grave avasallamiento de las libertades individuales.

Después, la protesta contra el gobierno pasó a tener el signo opuesto: no solo se exigió airadamente un reinicio más veloz de la actividad, sino que se llegó al extremo de aprovechar operativos policiales en que se intentaba evitar aglomeraciones, para tejer una novela de represión autoritaria absolutamente inexistente. De la noche a la mañana, las redes sociales convirtieron a cada militante frenteamplista en un experto epidemiólogo. Cuando el MSP difundió un ranking de situaciones de contagio donde los eventos sociales no estaban en primer lugar, muchos de ellos salieron a reivindicar sus marchas multitudinarias y tamborileadas barriales, diciendo que no había razón para suspenderlas y restándole importancia en la expansión de la pandemia.

Con los anuncios de antenoche, el frenteamplismo tuitero entró en un cortocircuito de difícil compostura.

Los mismos que agraviaban al gobierno por haber suspendido los espectáculos en marzo y lo siguieron haciendo a pesar de que nuestras salas teatrales fueran las primeras en abrir en toda América Latina, aplaudieron a la intendenta Cosse cuando la semana pasada dispuso la cancelación de funciones y ensayos de los elencos estables. A modo de ejemplo, ese anuncio de la jerarca comunal recibió el beneplácito del dramaturgo Gabriel Calderón y una débil crítica de su colega Marianella Morena, ambos reconocidos simpatizantes del oficialismo montevideano. No fueron las proclamas altisonantes con que se acusaba a las autoridades nacionales de "impedir el derecho al trabajo" o "restringir la libertad de expresión"; se trató de mesuradísimas discrepancias a una intendenta que apagó de un saque la luz verde dada por el gobierno al sector cultural.

Pero lo más paradójico fue la reacción a las últimas medidas anunciadas por el Presidente Lacalle Pou en su conferencia de prensa de anteayer.

Con los anuncios de antenoche, el frenteamplismo tuitero entró en un cortocircuito de difícil compostura. Los mismos que agraviaban al gobierno por haber suspendido los espectáculos en marzo, aplaudieron a la intendenta Cosse al cancelar funciones y ensayos.

A nivel general, resultó sorprendente la “lección” que pretendió dar al GACH el politólogo Daniel Chasquetti en un hilo de tuits, reclamándole que incorpore "un componente de ciencias sociales". O las duras críticas formuladas contra la suspensión de espectáculos por Gustavo Zidan, el director de la Sala Verdi (dependiente de la comuna montevideana), en el mismo momento en que la intendenta Cosse cancelaba el carnaval, de lo que él nada dijo.

En paralelo, dirigentes como la propia Cosse y Pablo Ferreri explicitan su alineamiento a las medidas del gobierno nacional y por ello son duramente atacados por los trolls de sus propias huestes. Y en paralelo también, otras figuras de relevancia como Javier Miranda y el redivivo Raúl Sendic hijo, siguen alimentando ese descontento enceguecido, con exabruptos irracionales declamados exclusivamente para la tribuna.

Si algo está claro ante este caótico panorama, es que la comunicación del Frente Amplio se sigue haciendo a golpes de balde, con dirigentes y militantes que ejecutan dos estrategias absolutamente contradictorias: la de acompañar al gobierno marcando matices, como debe ser, pero comprometiéndose en la causa nacional que supone la hora, y la contraria, la de buscar cualquier excusa, por nimia que sea, para tratar de posicionar una desconfianza hacia él, que está alejadísima de la percepción de la ciudadanía.

Al pendular entre uno y otro extremo, lo único que logra el FA es acentuar aún más el desdibujamiento de su perfil y poner flagrantemente al descubierto sus conflictos ideológicos internos.

De igual modo que la dirigencia de COFE tuvo a bien contratar a una empresa de comunicación para procurar la mejora de una imagen que ha caído en picada, sentimos que la fuerza política opositora debería hacer lo mismo. La coherencia partidaria no es clave solo para su futuro electoral sino también para el país del presente, porque la democracia se construye con un gobierno y una oposición bien plantados, seguros de lo que piensan, dicen y hacen.

De lo contrario, el FA corre el riesgo de seguir operando a meros impulsos reactivos ante demandas corporativas y sectoriales, sin mostrar un rumbo que aporte a la dialéctica democrática y republicana que tanta falta hace.

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