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Cautela y austeridad

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En la actualidad, cautela y austeridad son dos palabras emblemáticas en el gobierno de Luis Lacalle Pou. Al menos en lo que concierne al 2020, año de arranque de su administración.

La primera sintetiza el vasto y difuso panorama referido al orden sanitario, a consecuencia del inesperado problema que vino a sumarse a los que el nuevo Presidente de la República tendría que encarar a partir de su asunción el 1° de marzo. Una fecha que hoy parece tan lejana, aunque solo haya cumplido 100 días en la conducción del país esta semana.

Los buenos resultados logrados de Uruguay en la lucha contra la pandemia, en cuanto a número de contagios, enfermos, curados y muertos; los cuatro parámetros que desvelan tanto a las autoridades como a la gente del común, han posicionado al país y al gobierno de Lacalle en un lugar de destaque internacional. Han hecho subir como leche hervida su popularidad y reconocimiento dentro y fuera de fronteras. Sin embargo, hay que tener cuidado de que no rebalse y se termine en un estropicio. A los profesionales que asesoran al gobierno y al resto de la comunidad científica, los desvela una cierta actitud de “cantar victoria antes de tiempo”, ya que el peligro está a la vuelta de la esquina. Este estado de ánimo se debe a múltiples motivos. Por un lado, aún no se sabe lo suficiente sobre este coronavirus bautizado Covid-19 y las noticias, consejos y medidas contradictorias, están a la orden del día. Empezando por la Organización Mundial de la Salud que ha dicho y se ha desdicho en más de una ocasión, como por ejemplo, con la hidroxicloroquina. Sus contraindicaciones o sus beneficios y con los asintomáticos; si contagian si no contagian, al punto de darle cierta credibilidad a los exabruptos de Donald Trump y a su postura hipercrítica hacia la OMS .

La gente tiene que asimilar que por mejor que nos haya ido hasta ahora, junto a la solidaridad hacia los familiares por la veintena de víctimas, estamos muy lejos de ser una isla. Por el contrario, somos el jamón del sandwich, ubicados como estamos entre dos gigantes como Brasil y Argentina con índices muy elevados de la enfermedad. Contra esta toma de conciencia chocan dos factores de entidad. Por una parte, las personas se han hartado en mayor o menor grado de la cuarentena y es natural. Una cosa era hacer un esfuerzo de confinamiento de reducido tiempo. ¿Quién no recuerda cuando se hablaba de cuarentena, aunque luego se decía que eran 15 días, en abierta oposición con el significado mismo del término? Una cosa era hacerse a la idea de que sería cuestión de un mes o dos y otra muy distinta, esta bruma que nos envuelve. Esta incertidumbre.

Y por otra parte, las consecuencias cada vez más apremiantes debidas al forzoso paro de la economía. Peor en algunos sectores que en otros, donde directamente se han perdido radicalmente las fuentes de recursos. Y fatalmente todo se entrelaza. Porque quien pierde ingresos disminuye o deja de consumir. Esto repercute, a su vez, del otro lado de la cadena porque si no se tiene a quién vender, no solo se deja de producir o de comprar mercadería, maquinaria, insumos, productos, diversión, viajes; también se resienten los servicios, se deja de pagar deudas, proveedores, o se frenan las inversiones. Y para peor, esta crítica situación se replica en el resto del mundo golpeándonos desde afuera (exportaciones, turismo, etc.) como de adentro.

¿Entonces qué sucede? Como si de un campo de girasoles se tratara, las cabezas giran no precisamente hacia el sol, pero hacia algo parecido. Hacia el Estado. Llueven las demandas, los pedidos, los reclamos y desde la oposición y el Pit-Cnt, su brazo sindical, las exigencias. Desde las algo coherentes hasta las más disparatadas. Es como si el gobierno fuera el Mago de Oz.

La gente tiene que asimilar que por mejor que nos haya ido hasta ahora, junto a la solidaridad hacia los familiares por la veintena de víctimas, estamos muy lejos de ser una isla. Por el contrario somos lo opuesto, ubicados como estamos, entre Brasil y Argentina.

Parecería que nada tuvieran que ver con la herencia dejada, (5% de déficit, gran aumento de la deuda, desempleo al alza, un mayúsculo número de carenciados que aparecieron de golpe) y por supuesto, ningún fondo de ahorro para cuando el viento cambiara de rumbo. Y este desastre a pesar de quince años de gobierno en el mejor período económico jamás visto. Con elevados precios de nuestras commodities y tasas internacionales de interés tan bajas, que abundaba el dinero que giraba por el planeta buscando dónde invertir.

Más allá del realismo en la Torre Ejecutiva, en el equipo de gobierno, respecto de las enormes dificultades que obligaron a dirigir ingentes sumas de dinero para encarar la pandemia, mientras por delante el gran desafío es reactivar la economía, “austeridad” fue el concepto predominante en la reunión de gabinete tres días atrás.

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