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Carnaval, polémica y honestidad

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Es la polémica de cada febrero. Con el agravante este año, de que por la derrota electoral del Frente Amplio, el tono de los conjuntos de esta “fiesta”, viene recargado de encono, amargura y agresividad.

Pero así como se trata de una polémica en general estéril e inconducente, hay argumentos que se han usado en la misma últimamente que merecen algunos comentarios.

El detonante este año fue la letra de una de las murgas, que amenaza con salir a la calle a romper todo, “a dar batalla”, mencionando específicamente el ejemplo de lo que pasó en Chile, si se “toca un derecho de la gente”. Se dice además que “las cosas que se lograron, se van a quedar para siempre”, que no quieren “un país solo para ricos”. Ante la crítica de varios personajes públicos por este tipo de mensaje agresivo y poco democrático, la respuesta de algunas figuras notorias del carnaval ha sido decir que es la fiesta más popular del país, y que sí, que tiene un vínculo claro con “la izquierda”. Por algún motivo nunca se dice que son afines al Frente Amplio, siempre es “la izquierda”. En fin...

Es importante separar los tantos. Para empezar, en Uruguay existe una amplia libertad de expresión, que permite que cada uno pueda decir lo que quiera, y más todavía cuando la víctima de las críticas y pullas es una figura pública. A nadie se le ocurriría intentar limitar eso. Bueno, en verdad sí. Resulta que hemos visto en estos años a varias figuras públicas, que también gustan definirse como “de izquierda”, que han justificado abiertamente la censura y la limitación de la libertad de expresión, con el argumento de que el lenguaje es un arma que puede perjudicar a minorías. Por suerte para las murgas, eso no ha prosperado. ¿No?

Un segundo tema interesante es esa vinculación entre el carnaval y el Frente Amplio. Desde ya que esto no siempre fue así, ya que muchas de las figuras históricas de carnaval, estaban en las antípodas de esta visión ideológica. Incluso la organización del carnaval uruguayo, con conjuntos que son mayormente empresas privadas, con dueños que se juntan y definen todos los aspectos de la organización, no parece muy “de izquierda”. Es más, las potestades que tienen los dueños de los conjuntos en el carnaval, no las tienen ni los dueños de los equipos de la NBA. Hablame de capitalismo.

Los conjuntos de carnaval son libres de hacer y decir lo que les plazca, gracias a una libertad de expresión cuya principal amenaza hoy viene particularmente de “la izquierda”. Lo que sí se les puede reclamar es un mínimo de honestidad.

Un tercer tema interesante tiene que ver con la popularidad del carnaval, y su entronización como la principal fiesta o estilo musical del país. Esto directamente no es verdad. El carnaval, las murgas, son un evento netamente montevideano. Cualquiera que recorra el interior y asista a una de las muchísimas fiestas locales, podrá acreditar que compiten en masividad sin ningún complejo con lo que pasa en la capital en febrero. Y en cada encuesta sobre consumos culturales que se hace, el folklore supera con distancia a cualquier otra forma musical local. Lo que sucede es que el centralismo capitalino, apoyado por un mundillo cultural y publicitario, urbano y mayormente acomplejado de sus raíces, se ha empeñado en imponer esta visión. Apuntalado estos años además, por un jugoso financiamiento estatal, por supuesto.

Como decíamos, eso de que el carnaval “es de izquierda” es algo bastante moderno. Y tiene que ver con que las letras y mensajes que sus conjuntos emiten año a año en las últimas décadas, lo hacen impotable para cualquiera que tenga un mínimo de espíritu crítico, o no sea genéticamente puro frentista.

A tal punto es así, que en un año en el que el Frente Amplio perdió el poder, aquejado de casos de corrupción, abuso de poder, peleas internas, y desvíos ideológicos, la mayoría de las murgas se las ingenian para centrar sus críticas en un gobierno que ¡todavía ni asumió! Muy contestatario todo.

Ahora bien, todas estas cosas son realidades que no obstan a que los conjuntos de carnaval son libres de hacer y decir lo que les plazca. Y desde aquí pueden tener seguridad que tendrán un aliado cada vez que algún burócrata fascistoide busque coartarles este derecho, como le pasó hace un par de años al legendario carnavalero Walter Brilka.

Pero lo que sí se les puede reclamar es un mínimo de honestidad. No se debería decir que la ley de Urgencia elimina el Fondo de Solidaridad, cuando no lo hace. No se debería acusar al nuevo gobierno de querer eliminar aumentos de salario, cuando no es verdad. No se debería marcar una dicotomía entre ricos y pobres, cuando al nuevo gobierno lo votaron mayoritariamente los pobres de este país. Y, sobre todo, no se debería amenazar con violencia a un gobierno que tiene absoluta legitimidad democrática. Al menos si se pretende mantener un mínimo de respeto por lo que hacen.

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