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Ni el Capitán América...

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"No solo puede pasar en Marconi. Es un problema de la sociedad uruguaya en el sentido de la fragmentación”, afirmó Marina Arismendi, ministra de Desarrollo Social.

Que luego de once años de manejar al gobierno a su entero antojo, con una bonanza económica sin precedentes y con mayoría parlamentaria automática para votar todas las leyes que se estimaran pertinentes, se haga este reconocimiento público, es tremendamente preocupante porque habla de un fracaso estrepitoso en las políticas de inclusión social para aprovechar una coyuntura que no sabemos cuándo volverá a repetirse.

Lo más grave es que estas declaraciones de Arismendi formuladas a “El Observador”, coinciden prácticamente con las confesiones del subsecretario del Interior, Jorge Vázquez al programa “En la mira” de VTV quien, para explicar lo ocurrido en el Marconi, afirmó que “tenemos un problema social, que no se soluciona ni trayendo al Ministerio del Interior al Capitán América”, o el reconocimiento del titular de la cartera, Eduardo Bonomi, de que lo ocurrido en el Marconi se debió a que “ha aumentado la presencia policial en el barrio”, y el violento episodio de días atrás “es una respuesta para desestabilizar esa presencia del Estado”.

Los tres jerarcas coinciden en una aceptación de que ese panorama conflictivo que presenta el Marconi (y que debería extenderse a muchos otros barrios conflictivos), está casi predeterminado y constituye una especie de destino manifiesto contra el cual es casi imposible luchar y, muchos menos, corregir. Extraña resignación sobre un fenómeno tan anunciado como previsible, al punto de que el mismo ministro Bonomi, cinco años atrás, advertía la existencia de “un proceso de feudalización en el país y en particular de algunos barrios de Montevideo y del litoral, que consiste en tratar de sustituir la autoridad constituida y de correr a los policías de esas zonas”.

Y entonces la pregunta es muy simple: ¿qué se ha hecho hasta ahora? Tenían información, tenían recursos, tenían (y tienen) mayorías automáticas en el Parlamento, han tenido tiempo. ¿Qué faltó? ¿Por qué los resultados son tan calamitosos y por qué esa resignación a seguir argumentando con el tema de la “fragmentación”, con el “problema social” o con la búsqueda de “desestabilizar la presencia del Estado” cuando se supone que la tenían clara desde por lo menos cinco años atrás?

Provoca mayor intranquilidad augurar cuál será el futuro de los barrios problemáticos que prácticamente subsisten intactos en Montevideo (porque lo del Marconi es solo un ejemplo), ahora que la situación económica del país tiende a desmejorar al galope y nada se hizo ni se cambió en las épocas de bonanza. El tema de la seguridad ciudadana nunca fue resuelto y, como contracara de la moneda, el delito se ha expandido e incluso se ha convertido en más violento: el número de homicidios y rapiñas ha aumentado y aumenta en cada medición. Que se han multiplicado los reductos feudalizados del narcotráfico -donde la policía tiene problemas para ingresar- y cada vez se vuelve más difícil desalojarlos. Que en épocas de vacas flacas como las que se vienen, los recursos para la seguridad no serán tan generosos.

Bonomi lleva seis largos años a cargo del Ministerio del Interior e invariablemente ha logrado ser reconocido como el peor ministro en distintas encuestas bajo el mandato de dos presidentes. Ha tenido los mayores incrementos presupuestales de la historia, y carta blanca para hacer y deshacer en el organigrama policial. Seis años de cambios de autoridades subalternas, de modificaciones de jurisdicciones, de promesas y vaticinios. Y seis años donde los resultados, especialmente ante estas realidades, han sido de magros para abajo.

Los barrios y las calles son para los delincuentes, mientras los ciudadanos se baten en permanente retirada. Lo más grave no es que persistan los problemas, sino que se agravan con la aparición de nuevas modalidades delictivas (el sicariato, los ajustes de cuenta) y no se vislumbra un frente fuerte, coordinado y coherente de combate por parte del Estado. Desde la Presidencia de la República se promovieron reuniones con los principales dirigentes políticos para fijar una estrategia. La idea era buena, pero duró muy poco. Lo cierto es que los “buenos” hace tiempo que no tienen quién los defienda, mientras los “malos” son -cada vez más- los dueños de los barrios y de las calles.

La inseguridad del Frente Amplio no la arregla ni el Capitán América.

EDITORIAL

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