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Cambios simbólicos

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Con el triunfo de la coalición multicolor se abre un tiempo de bienvenidos cambios en el rumbo del país. La gente así lo votó y por tanto esas políticas diferentes formarán parte del cumplimiento del mandato popular.

A pesar de esa evidencia política, hay medidas simbólicas que no fueron señaladas en ningún programa de gobierno pero que, indudablemente, hacen al espíritu de renovación y cambio y que son una clara señal de que se acabó la era frenteamplista en el poder. En este sentido hay al menos tres cambios simbólicos que, sin lugar a ninguna duda, la nueva administración de marzo debiera emprender.

Lo primero refiere a la simbología de presidencia de la República. Ese sol marchito, gris, que nadie sabe si quiere crecer en el cielo o se apaga con la mayor edad de las generaciones más viejas del Frente Amplio, no corresponde de ninguna manera a la simbología de la Patria. El Uruguay tiene su hermoso escudo, y será muy bienvenido por todos que la renovación democrática en el gobierno se decida también a reivindicar la mejor historia del país, hecha de su simbología republicana de toda la vida.

Lo segundo que hay que cambiar refiere al festejo de las fechas patrias. Es evidente que se fue perdiendo con la era frenteamplista en el poder el respeto por la especificidad de cada una de ellas y por supuesto la conmemoración particular que cada una requiere. La historia de la Patria, esa que está llena de eventos heroicos en el siglo XIX, fue dejada de lado por la izquierda en el poder, que privilegió una lógica mucho más inmediatista -con aquello, por ejemplo, del “día del nunca más” que intentó modificar el sentido del natalicio de Artigas el 19 de junio-. Con ella se negaron, ningunearon, ocultaron, relativizaron y escondieron los episodios en los que, sobre todo, participaron figuras emblemáticas vinculadas a blancos y colorados.

Será muy bueno ver nuevamente al presidente de la República rendir homenaje a las gestas que forjaron la Patria. Pero también, en ese mismo sentido, importa, en tercer lugar, restablecer nombres de lugares del Estado que fueron sectariamente modificados por la izquierda en el poder. Quizás el más emblemático en este sentido sea el del anfiteatro de la sede del ministerio de Relaciones Exteriores en Montevideo que, desde siempre, llevó el nombre de nuestro prócer José Artigas. En esta larguísima década izquierdista, el afán refundacional del FA en el poder decidió cambiárselo y que pasara a llamarse Reinaldo Gargano, ex canciller y principalísimo dirigente del PS.

Más allá de que el balance de la gestión de Gargano al frente de ese ministerio careció de cualquier luz que permitiera merecer tan distinguido homenaje, lo que importa es, antes que nada y sobre todo, volver a poner en su lugar el nombre de Artigas. Es algo simbólico, de costo económico ínfimo, pero que dará una señal clara de que se cierra una etapa y se abre otra en la historia del país.

Finalmente en el mismo sentido importa revisar el nombre de Vivian Trías para el liceo n°4 de Las Piedras en Canelones. Si bien en un momento pudo ser entendible que llevara ese nombre, atendiendo sobre todo a que Trías era oriundo de esa ciudad y terminó siendo un prestigioso dirigente del Partido Socialista, la verdad es que será un gesto simbólico, sencillo y bien elocuente, quitárselo para encontrar el de algún buen vecino, honesto y de bien, con el que prestigiar al Liceo n°4 de esa ciudad. Ya a nadie le queda dudas de que Trías fue un vulgar y barato traidor a la Patria, que brindó información delicada a potencias extranjeras gracias a las cuales obtuvo beneficios personales. Es indigno que un liceo lleve su nombre. Y es simbólicamente muy importante dejar en claro que el Uruguay de siempre, el de los mejores valores republicanos, no deja que se premie con el nombre de un traidor a la Patria a uno de sus liceos.

Todas estas decisiones simbólicas dan una señal clara de restauración de valores muy queridos por los uruguayos. En definitiva, también un poco por eso es que terminó eligiéndose para gobernar a una coalición multicolor de partidos que tienen en común, sin duda, ese respeto por la historia de la Patria y por su simbología más preciada.

Podrán decirse que cambios como estos son menores y debieran por tanto esperar que se procesen otros más de fondo. Pero justamente el razonamiento correcto es el contrario: es porque son medidas simbólicas, que deben llevarse adelante apenas asuma la nueva administración. Se dará así un mensaje claro de que volvimos a vivir en el Uruguay de siempre.

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