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Cambios en los hogares

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Uno de los cambios sociales más importantes de las últimas décadas es también uno de los menos visibles. Se trata del que se ha producido dentro de la estructura misma de los hogares y que tantas consecuencias tiene en el resto de la sociedad.

Para conocerlos mejor hay pocas herramientas, pero una de las más importantes son los resultados del Censo de 2011 vistos a la luz de otros datos de investigación social.

Entre los cambios más relevantes está el aumento de las uniones consensuales o también llamadas uniones libres. A principios de los 90 era un fenómeno emergente sí, pero hoy en día ya ocupa el principal protagonismo entre los más jóvenes: en 2011, más del 75% de las personas de entre 25 y 29 que estaban en pareja cohabitaban sin estar casadas. Esto tiene dos consecuencias. Por un lado, el crecimiento de los nacimientos fuera del matrimonio, que alcanzaron el 70% del total en 2010. Por el otro lado, la baja importante del total de matrimonios: en cifras redondas, en 1975 se celebraron 25.000; en 1990, 20.000; y en 2014 descendieron a algo más de 10.000 matrimonios en el año.

Otro cambio de estos años ha sido el aumento de la cantidad de hogares conformados por parejas sin hijos. En 2011 representaban el 16,8% del total. Es un fenómeno que tiene dos causas. Por un lado, es producto del envejecimiento poblacional, y da lugar a más hogares conocidos como "nido vacío", es decir de padres mayores cuyos hijos ya adultos dejan el hogar para formar el propio. Por otro lado, hay también un retraso de la edad de inicio de la reproducción en las parejas más jóvenes.

De todas formas, la mayoría relativa de los hogares del país (41%) incluye al menos un niño o adolescente. La amplia mayoría de los niños entre 0 y 5 años convive con su dos progenitores (71,8%). Es una estructura que cambia luego, porque en las edades correspondientes a la adolescencia solo poco más de la mitad de ellos convive con sus dos padres. Esto deja en claro otra evolución que llegó para quedarse: se trata del peso de los divorcios en el país.

Ya en 2002, por ejemplo, el indicador coyuntural de divorcialidad indicaba que el 35% de los matrimonios realizados ese año seguramente se disolverían más adelante. De hecho, el 16% de los hogares que incluían un hijo menor de 18 años en 2011 eran hogares reconstituidos; es decir, que no todos los hijos del hogar eran de ambos miembros de la pareja.

Con todos estos cambios los papeles tradicionales de padre y madre han mutado considerablemente. Sobre todo cuando se tiene presente que las mujeres participan activamente del mercado laboral. Sin embargo, hay algo que se mantiene como antes: el protagonismo de la mujer a la hora de ocuparse de las tareas domésticas. En efecto, las encuestas de uso del tiempo muestran que la cantidad de horas invertidas por las mujeres en las tareas del hogar supera por mucho el tiempo que le dedican los varones. En las familias biparentales, por ejemplo, las mujeres realizan rutinariamente el 70% de las tareas necesarias para el cuidado infantil.

Aquí hay un problema serio si se quiere avanzar en una verdadera política de igualdad de sexos. Como bien expresara al diario La Nación tiempo atrás la filósofa francesa Elisabeth Badinter, especialista en estos temas, "mientras las mujeres sigan asumiendo el 80% de los trabajos domésticos, correrán con una enorme desventaja. (…) O mujeres y hombres pueden compartir todo, incluida la parentalidad y las tareas domésticas, o jamás habrá igualdad entre los sexos". Evidentemente, este es un cambio cultural profundo, y son muy pocos los países del mundo hoy en día en los que se verifica un reparto de tareas domésticas equitativo entre los distintos sexos.

Para colaborar en ese objetivo, se ha desarrollado en distintas partes la oferta de educación pública a tiempo completo para el cuidado de los niños. Ella permite a la mujer, que es quien de hecho se ocupa más de las tareas del hogar, con un costo bajo o nulo, disponer de más tiempo para poder desempeñarse en el mercado laboral. Evidentemente, esa educación pública puede ser suplida por una privada más cara. Pero en ese caso, lo que termina ocurriendo es que las mujeres más pobres son las que terminan teniendo que abandonar su trabajo.

El problema entonces es de prioridades de gobierno: a 2010, la oferta de educación pública para niños de cuatro a doce años cubría solamente el 10% de la población en estas edades. Es en esto que hay que invertir, y no en millonarios salvatajes de entes fundidos.

Editorial

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