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Una bola que no es de nieve

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Ya hemos hablado en esta página del penoso papelón internacional a que nos sometió el Frente Amplio, con la visita de Sebastián Hagobian a Ucrania, arrogándose una falsa representación uruguaya para avalar un referéndum trucho forzado por el país invasor.

La agenda informativa nacional puso el foco en el caso Astesiano, sin duda lamentable, pero dejó en segundo plano este otro asunto, infinitamente más grave.

Porque acá no se trató de un funcionario detenido y formalizado por la comisión de un delito, lo que al fin y al cabo demuestra que en este país todos somos iguales ante la ley.

Acá Uruguay se vio acusado gravemente de parte de una democracia injustamente agredida como la ucraniana, en el sentido de que habríamos participado de un “crimen colectivo”. Autodesignarse como observador internacional de un referéndum ilegítimo, impuesto por un país que invade a otro de manera cruenta, es ni más ni menos eso: un crimen. Porque significa avalar una guerra de ocupación sanguinaria que asesinó sin piedad a hombres, mujeres y niños.

Por eso, fue tranquilizador que Fernando Pereira desmarcara al FA de la inmoral acción de su dirigente, tanto como inquietante ha sido escuchar a voceros frenteamplistas que la relativizan. Y entre estos últimos no están solamente los sempiternos nostálgicos del estalinismo: El País informó anteayer que, lamentablemente, dirigentes de Asamblea Uruguay cercanos a Danilo Astori califican este escándalo como “una bola de nieve”, una “tormenta en un vaso de agua”, porque “ser observador no es convalidar nada”. Primero: ni el gobierno uruguayo ni su propio partido dio al señor Hagobian la postestad de ser observador de nada y si se presentó como tal, mintió irresponsablemente. Segundo: proclamarse observador de una consulta popular ilegítima es, por supuesto, convalidarla, hacerla digna de ese control.

Uruguay se vio acusado gravemente de parte de una democracia injustamente agredida como la ucraniana, en el sentido de que habríamos participado de un “crimen colectivo”.

Esta nueva revelación que proporciona el astorismo, intentando minimizar el hecho, acentúa el escándalo y demuestra una vez más que el otrora sector moderado y socialdemócrata del FA hoy está irremediablemente perdido en el maremágnum radical de comunistas, socialistas y mujiquistas.

Es una actitud que, convengámoslo, refleja fielmente el despiste que tiene todo el Frente Amplio en materia de política internacional.

Cabe recordar aquella razonable advertencia del expresidente Tabaré Vázquez a no perder el tren de un acuerdo de libre comercio con EE.UU., que culminó con un canciller de su mismo partido que no solo dejó pasar al tren, sino que lo ahuyentó como a luz mala.

Imposible olvidar también las reiteradas declaraciones de amor al kirchnerismo (hasta el presente), a pesar de que el propio Néstor Kirchner no dudó en hacernos la vida imposible con el corte de puentes por minúsculos intereses comerciales. Y ni que hablar de los fallidos negocios con Venezuela, solo explicables por la simpatía a las consignas (y los petrodólares) de Chávez.

El último capítulo del penoso cortocircuito ideológico en que incurre el FA cuando habla de estos temas, lo protagonizó el exvicecanciller Ariel Bergamino en el programa Desayunos Informales de canal 12, hace menos de un mes. Por más que insistieron, los periodistas que lo conducen no lograron extraer de Bergamino una respuesta contundente a la pregunta de si Cuba es o no una dictadura. Las volteretas retóricas y el tartamudeo del entrevistado incentivaban a los comunicadores a repreguntárselo una y otra vez, y la situación se tornó tan bizarra que este terminó comparándolos con los interrogadores que lo apremiaban cuando estaba preso, durante la dictadura. Leonardo Haberkorn (justo él, que ha dedicado buena parte de su vida profesional a investigar y denunciar los crímenes de aquel período funesto) se indignó tanto con esa comparación, que replicó a Bergamino que él le hacía acordar a un oscuro coronel del proceso, famoso por su verborragia intrascendente.

Con tanto tiempo que ocupan en la Mesa Política para buscar argumentos falaces que pongan en duda el crecimiento económico del país, deberían dedicar al menos algunos minutos a definir claramente si están del lado de Díaz-Canel, Maduro y Ortega, o del lado de los cubanos, venezolanos y nicaragüenses que padecen esas dictaduras criminales.

El papelón de Sebastián Hagobian es una nueva perla en ese collar. No logran un mínimo consenso en algo tan obvio como rechazar la agresión imperialista de Putin -tal vez porque les recuerda a aquel Stalin que tanto veneraban- e insisten en coquetear con asesinos.

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