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Balance de la política exterior de Trump

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Ahora que está terminando su período de gobierno, es posible hacer un balance de la política exterior llevada adelante por la administración Trump en Estados Unidos (EE.UU.).

Hay en efecto una crítica muy extendida que señala que Trump ha sido incapaz de definir una política exterior coherente y beneficiosa, y que en particular su enfrentamiento con China ha sido contrario al interés de su país.

Visto el largo plazo de los intereses propios de la gran potencia que es EE.UU. y que deben ser defendidos por su presidente, la crítica que se hace a Trump en esta dimensión de su gobierno parece, a veces, algo exagerada. Es verdad que puso en tela de juicio las lógicas multilaterales que el mismo EE.UU. había propiciado, sobre todo luego del triunfo en la segunda Guerra Mundial y también luego de la caída de la Unión Soviética. Y es verdad también que Trump fue en lo personal particularmente crítico y hasta agrio con representantes de países principales aliados de EE.UU., como el caso, por ejemplo, de Merkel de Alemania.

El desinterés de Trump hacia Sudamérica cambió en algo sobre el final, seguramente como consecuencia del mayor protagonismo chino en distintas regiones del mundo y del que no escapa nuestro continente rebosante de materias primas.

Sin embargo, también existe una vieja tradición estadounidense de aislacionismo o, al menos, de desinterés por problemas internacionales que aparecen como muy lejanos para el pueblo de EE.UU.. El lema “América first” que llevó a Trump al triunfo en 2016 fue en definitiva bien cumplido, forma parte de esa tradición nacional, y se tradujo, por ejemplo, por la decisión de retirar militares estadounidenses de escenarios bélicos alejados de Washington (sobre todo en Irak y Afganistán). En el mismo sentido, la oposición de la administración republicana al auge comercial, tecnológico y de mayor influencia china no debe interpretarse como sinónimo de aislacionismo, sino de una redefinición de los intereses estratégicos de EE.UU. a la luz, en particular, del desenvuelto mayor protagonismo chino en el mundo propio de la era Xi Jinping abierta en 2013.

Con relación a Latinoamérica, al inicio de su período de gobierno la política exterior de Trump no varió sustancialmente con relación a la de su antecesor Obama. En efecto, más allá de la renegociación del tratado de libre comercio con México y Canadá, que llegó a buen puerto, lo cierto es que esta zona del mundo no era prioritaria para EE.UU. hacía ya muchos años: varios países, entre ellos Colombia, Chile, Perú y muchos de Centroamérica, habían logrado vías bilaterales de mayor libertad de comercio, y en este sentido la agenda parecía bastante cerrada.

Empero, hacia el final del período de Trump, ese desinterés hacia Sudamérica en particular cambió en algo, seguramente como consecuencia del mayor protagonismo chino en distintas regiones del mundo y del que no escapa nuestro continente rebosante de materias primas. Fue así que, por ejemplo, contrariando la inicial idea de 2017- 2018 de vaciar de contenido algunas instancias multilaterales internacionales, EE.UU. promovió con éxito a un candidato estadounidense a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo. Esa será pues, una herencia concreta y de largo plazo de la administración Trump para nuestra región.

La segunda herencia importante para Sudamérica se centrará en la confrontación de intereses que se agravará en estos años entre por un lado el desarrollo chino y por otro lado la influencia de EE.UU.. En efecto, Sudamérica es gran proveedor de materias primas y China se ha convertido en un socio comercial muy importante: está en la lista de los tres primeros importadores de casi todos los países de la región. Además, China ha aparecido en estos años como capaz de proveer necesidades mundiales en infraestructura.

En este esquema, el viraje de la política exterior de Trump hacia Sudamérica seguramente haya llegado algo tarde, y sobre todo haya sido insuficiente a la luz de la competencia china. En efecto, las empresas chinas ya son principales inversores en infraestructura portuaria, energética y de comunicaciones en países tan relevantes de la región como Chile, Perú o Argentina. Pero lo cierto a futuro es que el viraje llegó y que no debe subestimarse.

Así las cosas, el balance de la política exterior de Trump es claroscuro. Por un lado, cumplió con su promesa de retirarse de escenarios en los que EE.UU. no veía claro la defensa de sus intereses más directos. Por otro lado, hizo perder pie a EE.UU. en organismos multilaterales que siguen siendo importantes, aunque fijó finalmente como prioridad enfrentar la competencia de China en varios continentes.

En cualquier caso, el 20 de enero se abre un nuevo tiempo con Biden. “Wait and see”.

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