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El balance más negativo

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La presidencia de José Mujica ha sido un carrusel de emociones. Cuando quedan apenas dos semanas para que ceda el mando a su sucesor Tabaré Vázquez, es hora de ir haciendo un balance de algunas de sus áreas centrales. Por ejemplo, la política exterior.

Y en ese rubro, hasta el más ferviente votante frentista debe reconocer que estos cinco años han sido malos, muy malos, o directamente al filo del desastre.

Cuando asumió esta administración, había un desafío central en materia de política exterior; solucionar la crisis con Argentina. La elección de un diplomático de carrera para el puesto de Canciller, alentó la expectativa de una gestión sobria y centrada que permitiera suturar heridas, acercar posiciones con los vecinos, y encaminar una serie de temas bilaterales pendientes tras el choque por Botnia. Lejos de eso, la gestión del ministro Almagro fue titubeante, poco clara, un día a los abrazos con su par Timerman, al siguiente cruzando comunicados furibundos. Cinco años después, seguimos como al principio. O peor, con aspectos que se han anunciado diez veces solucionados, como el dragado de los canales de navegación, y que en los hechos siguen trancados.

Otra área trascendente era sin dudas la integración regional, y un Mercosur que cinco años atrás lucía estancado e improductivo. De más está decir que eso solo ha empeorado. El bloque ha derivado en un club político menor, subsidiario de otros que se han ido creando como la Unasur, de fines inexplicables y productividad nula. Se violentó toda la normativa interna habilitando el ingreso de Venezuela, suspendiendo para ello a un socio tradicional como Paraguay, lo cual ha reabierto heridas históricas. En los hechos, nunca el Mercosur estuvo tan mal política y comercialmente.

Por no hablar de las relaciones con Israel, otro país históricamente cercano, con el que nos unen vínculos sociales y culturales significativos. Al punto que Uruguay fue uno de los países que colaboró activamente con su creación. Las chapucerías, el amateurismo, la subordinación a los intereses de otros países como Brasil o Venezuela, han hecho que hoy en día las relaciones con ese país estén en su peor momento en décadas, y que nos hayamos acercado a países como Irán, que poco tienen para ofrecer de positivo y mucho de peligroso, como ha quedado claro con las noticias difundidas en estos últimos días.

A nivel interno, y pensando a futuro, el daño causado en estos años a nuestra cancillería también ha sido dramático. Se ha reformado su sistema de funcionamiento, afectando severamente el desarrollo de un cuerpo diplomático profesional y preparado, convirtiendo el ministerio en un club político del MPP y desestimulando a las nuevas generaciones con medidas que privilegian el acomodo y los favores por encima de la capacidad y la formación. Se han roto todos los récords de otorgar cargos en base a criterios políticos, y se ha dejado en su casa durante años a buena parte de los diplomáticos más preparados y experientes con los que cuenta el país. Un nefasto manejo de recursos humanos que ha tenido y seguirá teniendo costo altísimo para Uruguay.

Y como remate final, desde hace meses, la cancillería se ha convertido en una especie de oficina personal, que ha destinado todos los recursos (y una significativa cantidad de fondos públicos) para auspiciar la candidatura del canciller Almagro a la secretaría general de la OEA, algo de lo cual el país el único beneficio que puede llegar a obtener, es la ventaja de no tener que contarlo entre sus empleados por algunos años.

Aquí vale hacer una aclaración. Una cosa es la Cancillería, y otra cosa es la imagen del presidente Mujica. Su estallido de popularidad en los medios internacionales, anclado en su singular historia de vida y personalidad, suele disfrazar los resultados de la política exterior de estos años. Todos los reconocimientos, el protagonismo que pueda haber tenido el país en foros y organismos internacionales, hasta la llegada de Almagro a la OEA, se deben al suceso de Mujica como pop star global, algo tan impredecible como pasajero. Jamás a un trabajo serio, profesional y a largo plazo, de esta cancillería.

La transición de gobierno anuncia un cambio saludable de nombres y de estilos en el ministerio de Relaciones Exteriores. Bienvenido sea. Se sabe que ningún partido pierde una elección por su política exterior. Pero para un país chico como Uruguay, y con los desafíos que su ubicación geográfica plantea, eso es algo central para su desarrollo como nación. Es clave reorientar la política exterior para defender en forma seria y profesional los intereses a largo plazo del país.

Editorial

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