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Asumir la derrota

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El proceso electoral de 2019 dejó un país políticamente muy distinto al de los últimos 15 años. Infelizmente, la izquierda y sus compañeros de ruta no terminan de asumirlo totalmente.

El Frente Amplio (FA) tuvo un apoyo electoral muy parecido al de 1999: fue de 39% en las elecciones de octubre. Es en esa ocasión cuando se mide el apoyo que reciben todos los partidos. Es a partir de ese resultado que se conforma la representación legislativa proporcional que está llamada a durar los próximos cinco años. Y es por tanto por primera vez desde 2005, que no habrá mayoría absoluta del FA en ambas Cámaras.

A pesar de la contundencia de las urnas, la izquierda no asume que perdió. Para empezar, en la misma noche del balotaje, el ex-candidato a presidente Martínez no aceptó unos resultados que, al menos desde las 23 horas de esa jornada, ya se sabía con total certeza que terminarían dando la victoria a su rival. Luego, en todo este verano, varias figuras de la izquierda sindical y política han llamado a “la resistencia” frente a distintas políticas anunciadas por el nuevo gobierno electo por el pueblo. Finalmente, el FA no aceptó el criterio original fijado por el presidente electo para ocupar cargos en la futura administración del Estado, y que respondía a la estricta justicia política derivada de los resultados de octubre de 2019.

Además de esta actitud política y sindical, hay una postura social- cultural que también va en el sentido de deslegitimar el resultado de octubre pasado. En este sentido, lo del carnaval montevideano y sus murgas compañeras ya da vergüenza ajena, con sus lamentos izquierdistas y con su prédica antidemocrática que no acepta que el pueblo no haya votado al FA. Se auto asignan una especie de superioridad moral y política que de ninguna manera tienen. La voz del pueblo no es la de las murgas, sino que es la de las urnas: sería bueno que, de una vez por todas, en el comité de base al que concurren, cada uno de estos toscos bufones de verano terminara de aceptarlo.

De fondo está la idea que se ha extendido desde noviembre, prohijada por la actitud- semilla del candidato Martínez, que pretende relativizar el 39% del FA en octubre con lo que ocurrió luego en el balotaje.

Pero también la academia izquierdista ha intentado deslegitimar el cambio político de 2019 y su profundo sentido democrático. En efecto, cuando el gobierno electo planteó su borrador de ley de urgencia, que cumple claramente con el compromiso electoral asumido, no hubo politólogo zurdo que no opinara que habría poco tiempo para discutir lo allí planteado en el Parlamento; o que, directamente, hay poco espíritu democrático en el gobierno electo, porque los artículos de urgente consideración legislativa serían demasiado numerosos. En sus sillones de burócratas de una politología local que es intrascendente a nivel tan siquiera sudamericano, y frustrados porque el partido al que adhieren perdió las elecciones, confunden así, con torpeza impar, eficiencia legislativa con falta de debate político.

De fondo además está la idea que se ha extendido desde noviembre, prohijada por la actitud- semilla del candidato Martínez, que pretende relativizar el 39% del FA en octubre con lo que ocurrió luego en el balotaje. Es así que se ha querido señalar que Lacalle Pou “ganó por poco”, cuando en realidad los 37.000 votos de distancia de noviembre representaron más de 1,5% del total de los votos emitidos a candidatos, lo que significa una distancia apreciable cuando se la compara con muchísimos otros balotajes en el mundo.

Esta actitud- semilla queda en evidencia razonando por el absurdo. Porque si de relativizar resultados se tratara, perfectamente Lacalle Pou podría decir que entre los ciudadanos realmente politizados, que son los que votan en las internas, el resultado de las urnas fue enormemente contundente en favor de los blancos: 448.000 contra 255.000 del FA. Por tanto, en esa interpretación, es evidente que existe un apoyo ciudadano muy superior en favor del signo del próximo gobierno que el que se verificó en octubre pasado.

En efecto, ¿por qué habría de privilegiarse al balotaje para señalar apoyos mayores a los que el FA obtuvo en octubre de 2019, cuando en realidad se trata de una elección en la que no se presentan partidos políticos, al punto de que las hojas de votación no tienen signo partidario alguno? Esta interpretación podría afirmar que, en realidad, se debe prestar atención a las elecciones internas: allí participó prácticamente la mitad de los habilitados para votar, y allí sí es cuando se miden los apoyos con los que cuentan cada uno de los partidos políticos del país.

El cambio político de 2019 fue muy importante. Ya es hora de que el FA y sus compañeros de ruta culturales y sindicales asuman su derrota.

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