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Astesiano reality show

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Todos los días explota un nuevo chaskibúm en el caso Astesiano, que la oposición intenta transformar en bomba atómica.

Quienes analizamos esto con la debida racionalidad, empezamos por no entender cómo es posible que se estén filtrando todas y cada una de las revelaciones que van surgiendo en cada jornada, como si la investigación de Fiscalía estuviera televisándose en directo, en un reality show a varias cámaras.

Pero demos por buena la probidad de sus funcionarios y la prensa que sigue pescando sus filtraciones con un mediomundo, aunque contraste significativamente con el mutismo absoluto que rodea a investigaciones que comprometen al Frente Amplio.

Vayamos de nuevo al caso en sí, pero sin pretender llegar a observaciones concluyentes. Está claro que queda mucha tela a cortar como para hacer juicios apresurados y no parece oportuno cometer el mismo error en que incurrió la Mesa Política del FA al conocerse las primeras denuncias contra el entonces vicepresidente Raúl Sendic: dictaminaron que era una gran conspiración de “la derecha y los medios hegemónicos” y el caso terminó en una de las renuncias más vergonzantes en la historia del país.

Para empezar, a este funcionario del gobierno de Lacalle Pou se le soltó la mano en forma inmediata, como correspondía, en lugar de defenderlo con el espíritu obcecadamente tribal que aplican los opositores cuando se cuestiona a uno de los suyos. El gobierno entero se puso a las órdenes de Fiscalía para colaborar en la investigación, se tomaron distintas medidas correctivas y los hechos mismos demostraron que la famosa banda excede largamente al propio Astesiano, viniendo desde la época del gobierno de Mujica e incluyendo a un cónsul uruguayo designado por el expresidente Vázquez, que vendió pasaportes truchos a diestra y siniestra.

Así que en el intencionadamente denominado “caso Astesiano”, vamos a suspender por un tiempo las especulaciones, a la espera de que se esclarezcan todos los ilícitos y la Justicia actúe con la independencia y severidad debidas.

Lo que resulta evidente -y vale la pena analizar- es el aprovechamiento que se le está extrayendo en el ámbito de la comunicación preelectoral.

Ningún gobierno está a salvo del riesgo de que entre sus centenares o miles de colaboradores aparezca un funcionario desleal. Las diferencias están en la jerarquía de los involucrados y en el rigor con que se apliquen los correctivos.

Los teóricos de esta disciplina utilizan con mucha frecuencia un símil pugilístico: cuando el boxeador logra lastimar al contrario en la cara, debe seguir golpeándolo sobre esa misma herida, para minar su capacidad de resistencia. El Frente Amplio no ha hecho otra cosa que golpear al gobierno desde marzo de 2020, con episodios que hoy resultan risibles, como la enérgica demanda de una cuarentena general al aparecer la pandemia, o la invención de que la LUC privatizaría la educación pública, fundiría a Antel o echaría a los inquilinos de sus viviendas.

La diferencia es que con el caso Astesiano, por primera vez el Frente Amplio encuentra una verdadera herida en el rostro del gobierno, sobre la que pegar con insistencia. Y hay que reconocer que, muy lamentablemente, se trata de una herida autoinfligida, producto de un exceso de confianza en quien no la merecía y que, con su deslealtad, inflige el primer perjuicio real que afecta al gobierno en tres años.

Así que el Frente Amplio no hace más que aplicar el manual básico de cualquier estrategia de comunicación opositora: pegar donde duele y donde hace más daño. Pero siguiendo su ya tradicional estilo, lo hace magnificando, distorsionando y agraviando con un espíritu bien antagónico al de “bajar la pelota al piso” que declamaba hace apenas un mes.

El rol de la comunicación gubernamental no puede ser otro, entonces, que el de cauterizar esta herida lo más rápido posible, allanando el camino a la investigación y continuando la ejecución de medidas contundentes, afecten a quien afecten y caiga quien caiga.

Ningún gobierno está a salvo del riesgo de que entre sus centenares o miles de colaboradores aparezca un funcionario desleal. Las diferencias están en la jerarquía de los involucrados (una cosa es ser un vicepresidente de la República y otra muy diferente, un guardia de seguridad) y en el rigor con que se apliquen los correctivos ante las irregularidades constatadas. La opinión pública tiene bien claro que este gobierno saca mejor nota que los anteriores en ambos aspectos.

Lo importante es no dejar que los golpes del adversario nos hagan trastabillar ni distraernos de la verdadera pelea, que es contra el conservadurismo y la inercia de un país que se resiste a hacer las transformaciones económicas y educativas que la realidad reclama.

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