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Asalto a la urbanidad

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En cualquier lugar del mundo civilizado, una propiedad ubicada frente a un espacio abierto, como puede ser una plaza, tiene más valor. Ello se debe a que tiene mayor perspectiva, un espacio agradable donde tomar el aire, llevar los niños a jugar, hacer una pequeña caminata, encontrarse con amigos, la novia o el novio o simplemente sentarse a leer un libro.

Y en los tiempos que corren, entretenerse con su móvil o incluso trabajar desde su tablet.

Por estos motivos, esas viviendas tienen un precio mayor, el alquiler es más caro y los impuestos también. Sin embargo, en Montevideo hoy es completamente al revés, (excepto en la tributación, claro está), tal como lo relata amargamente un vecino de la Plaza Gomensoro, en una carta aparecida el 8 de marzo en la sección Ecos. Precedida a su vez el 5 de marzo, por la de otro desesperado vecino de la misma, las cuales se suman a otra misiva de ese mismo día, realizada por los habitantes de los alrededores de la Plaza Cagancha. A las cuales se agrega la del 10 de marzo, donde se hace expresa alusión a los eufemísticamente llamados "cuidacoches" y la de hoy, que hace notar el campamento con variedad de trastos bajo el alero de un edificio, de estos sujetos que pretenden ser cuidadores de vehículos, cuando en realidad lo único que sí hacen, es coaccionar a los automovilistas para que les den el dinero con el cual comprarse algo de comer y sobre todo el vino o la droga, hasta el día siguiente.

Este último enclave ocupado por gente que no duda en pelearse a los gritos, desnudarse, orinar o defecar en la vía pública, se encuentra cruzando la calle donde está el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, sobre la calle San José. A una cuadra y media de la Intendencia de Montevideo y a cinco de la Jefatura de Montevideo. O sea, que más a la vista de las autoridades imposible, como tampoco el estado de abandono, suciedad y mal olor en que ha caído la histórica Plaza Cagancha, centro geográfico del país, donde la Junta Departamental en el 2010 decidió colocar una placa recordando que allí es el kilómetro cero de Uruguay, punto de inicio de las rutas nacionales. Distinción que no deja de ser toda una ironía. Parecida a la de la respuesta recibida por los vecinos que reclamaban el corte de un matorral de jazmines, que en otra época habrá sido muy bonito, pero que en la actualidad sirve de escondite para amontonar cosas robadas, tirar desperdicios y cualquier otra actividad. El mensaje recibido fue que "no era época de poda".

Si el célebre paisajista francés Thays, que tantos espléndidos legados urbanísticos dejó en ambas márgenes del Plata, viera en lo que se ha convertido la plaza por él diseñada a pedido de los gobernantes, inaugurada en 1836, para jerarquizar el predio anteriormente utilizado para feria de frutas, seguramente se sentiría ultrajado.

Tanto la nota aparecida el mismo 5 de marzo en este diario, donde se da cuenta de decenas de firmas de moradores del vecindario al pie de una carta presentada en la seccional 2ª y en el Área de Paseos Públicos de la Intendencia, como la avalancha de cartas de estos días revelan el estado de hartazgo e impotencia en que se hallan los montevideanos. Porque no es solo a los avecindados en los puntos mencionados, sino a cualquier persona que transite por la ciudad, que les molesta profundamente, si tiene algo de sensibilidad ciudadana, la chocante degradación en la que ha caído "la tacita de plata". La sordidez de una ciudad en la que campea la basura y los indigentes que la han tomado por asalto ante la permisividad de quienes son responsables de su cuidado y aseo.

No hay duda que se trata de seres humanos con sus derechos y da tristeza verlos, pero nunca debería haberse permitido un desgobierno semejante. El absoluto avasallamiento de los derechos de aquellos que trabajan y aportan a la sociedad, pagan impuestos y se esfuerzan para vivir con dignidad. Es tan grande la incapacidad demostrada por los gobiernos del Frente Amplio, a los que les tocó gobernar durante el mejor momento económico posible, con 10 años de crecimiento, recaudación máxima y desempleo mínimo, que cabe preguntarse si es de puro inútiles o si el ser tan inservibles se debe a otros motivos.

La decadencia de valores que viene desde arriba se manifiesta de muchas maneras y permea hacia abajo. El inmoral manejo de los dineros públicos de Pluna, del Fondes, de Ancap, descubierto por la labor parlamentaria, más otras difíciles de desenmascarar porque seguramente nunca volverán a dar sus votos para otra investigadora, junto a la falta de ética de gobernantes como Sendic, apañada por el expresidente, por el actual y por el Plenario del oficialismo, es algo muy corrosivo.

Editorial

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