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186 años del Partido Nacional

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Hoy el Partido Nacional conmemora 186 años de que el Presidente Constitucional de la República Manuel Oribe instituyera el uso de la divisa blanca con la inscripción “Defensores de las Leyes” para quienes sostenían la institucionalidad amenazada.

Poco después, en la batalla de Carpintería, se enfrentarían por primera vez las dos divisas tradicionales de nuestro país, sostén de la democracia uruguaya.

El 10 de agosto es la fecha en que los blancos tienen su inscripción en el registro cívico, pero la historia del Partido Nacional ciertamente es una construcción histórica, producto de la acción de miles de personas a lo largo de la historia. Su propia identidad no fue consecuencia de una definición de cafetín, sino una construcción viva, por sedimentación, mientras se sucedieron los grandes acontecimientos de nuestra historia ante los cuales los blancos de cada época tomaron posición.

Esto es particularmente importante porque lo distingue de otros partidos creados a partir de la febril imaginación de algún autor, basado en interpretaciones antojadizas de la realidad. Oribe le dio identidad a su partido, pero no le dio sus diez mandamientos escritos en piedra, dejó una obra en arcilla, que luego moldearon los que le siguieron, sin perder de vista el conjunto de la obra.

La administración de Oribe, de orden y progreso para el país, de una honestidad incuestionable y de celosa defensa de nuestra soberanía marcó un mojón en la naciente República. Durante la Guerra Grande, por su parte, se enfrentó con valentía ante los imperios de su tiempo y fue custodio de la independencia nacional en tiempos de entregas y concesiones. El ejemplar gobierno de Juan Francisco Giró, también culminado abruptamente por un golpe de estado, sentó las bases de la prosperidad que vivió el país en las décadas siguientes.

Oribe le dio identidad a su partido, pero no le dio sus diez mandamientos escritos en piedra, dejó una obra en arcilla, que luego moldearon los que le siguieron.

Bernardo Berro y su tozuda intención de nacionalizar nuestros destinos chocó ante la traición de Venancio Flores con su triste corolario de la Guerra de la Triple Alianza. Su gobierno, sin embargo, también demostró que la libertad económica era el camino para la prosperidad del país, en un Uruguay al que Juan Bautista Alberdi, con justicia, describía como la California del Sur.

Leandro Gómez, símbolo máximo de la defensa de nuestra soberanía e independencia también, junto a sus valientes, se ganó un lugar en la Historia que se escribe con mayúscula, porque es la del país, no solamente la de un partido. Independencia o muerte, no fue solo una consigna, fue toda una declaración de principios.

En 1872, con el fin de la revolución de las lanzas, se abrió un tiempo fecundo de acuerdos para el Uruguay y con él llegó la primera declaración de principios del Partido Nacional, escrita por Juan José de Herrera, Francisco Lavandeira y Agustín de Vedia. Allí se puso por escrito lo que ya era la identidad partidaria, codificaron, no inventaron, clarificaron, no especularon. Allí se dejó constancia de que el Partido Nacional era el partido de la libertad en el Uruguay. De la libertad en materia internacional, de libertad política frente a los exclusivismos de partido y de la libertad económica, bastión de la libertad individual y de la prosperidad del país.

En el cambio de siglo Aparicio Saravia fue, antes que nada, el caudillo de la libertad, encabezando una revolución por derechos frente al desconocimiento del poder de turno. En las décadas siguientes su lucha se consagraría victoriosa con la llegada de la democracia real en el país. Luis Alberto de Herrera, máximo jefe civil del partido, a lo largo de su extensa trayectoria que comenzó en las revoluciones saravistas y culminó con el triunfo de 1958, también contribuyó a dotar al Partido Nacional de la identidad que hoy tiene.

Wilson Ferreira con una intransigencia democrática y Luis Alberto Lacalle Herrera con la mayor transformación del país en el siglo XX jalonan los episodios históricos más recientes. El Partido Nacional tiene una riquísima historia, a la que se le han dedicado cientos de libros, poemas y canciones. Tiene una mística y una vigencia que no tiene ningún otro partido en el mundo y que, por lo tanto debe cultivar y preservar, porque en esas tradiciones está el secreto de su ya casi bicentenaria trayectoria.

En tiempos en que en el mundo los sistemas y los partidos se tambalean, si es que en muchos ya no cayeron de forma irrecuperable, los blancos tienen un tesoro que preservar, no solo para sí mismos, sino para el país y especialmente para la perspectiva de que el Uruguay tenga un futuro basado en el valor más importante de todos, la libertad.

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