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Ancap tiene corazón

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La desmonopolización es prácticamente sacarle el corazón a Ancap", declaró a La Diaria Gerardo Rodríguez, presidente de Fancap, el sindicato que nuclea a los trabajadores del ente y que ha tenido un rol protagónico en su conducción, durante el ciclo frenteamplista.

La frase no podría ser más elocuente. Durante los últimos tres gobiernos, una empresa monopólica deficientemente gestionada por personas no idóneas, designadas allí por cuota política, fue sobrealimentada de recursos públicos precisamente por eso: en lugar de administrarla como lo que es, una empresa, se la manejó afectivamente. Se cuidó su "corazón" en lugar de su balance.

El problema fue que el costo de tanto romanticismo salió del bolsillo de los uruguayos de a pie. No solo de los que usan combustible para producir o trasladarse: de todos. Los desquicios hechos con Ancap por las gestiones sucesivas de Daniel Martínez y Raúl Sendic, las inversiones desmedidas e insólitas, sin sustento técnico alguno, que Pedro Bordaberry bien ha definido como propias de un "desarrollismo mágico", la llevaron literalmente a la quiebra.

El siempre diligente dos veces ministro de Economía y una vez vicepresidente Danilo Astori, poco supo hacer para evitar la catástrofe, más que enviar al parlamento, entre gallos y medias noches, un salvataje de 800 millones de dólares que salió del bolsillo del humilde contribuyente y seguirá saliendo de nuestros hijos y nietos, quienes heredarán las deudas de tamaña imprevisión.

Pero ahora, lo que preocupa a los sindicalistas es que una desmonopolización del combustible le quite "el corazón" a la empresa, una metáfora que parece tener más valor que la salud física y psíquica de quienes pagamos tantos dislates.

Así es el mundo de los sindicalistas de las empresas públicas, siempre enganchados a sus chacritas de poder, sustentadas con plata ajena.

La cuestión no está en si hay que mantener o cerrar Ancap. El Frente Amplio y su brazo sindical repiten hasta el hartazgo el viejo sonsonete de que el gobierno busca dañar a las empresas públicas, cuando es exactamente al revés.

Dañarlas fue lo que hicieron ellos, gobernándolas sin rigor técnico, comprometiendo gravemente sus finanzas, dilapidando fortunas en fiestas para agasajar a amigos políticos, comprando hornos que nunca se instalaron, manteniendo fábricas deficitarias, inventando empresas onerosas para cuya producción se sabía que no existirían clientes. Una fiesta inolvidable más disparatada que aquella película con Peter Sellers, pero que en lugar de hacerla reír, hundió a la ciudadanía en una crisis tal que, sumada a otros desatinos, la hizo elegir a fines de 2019 un ya imprescindible cambio de rumbo en la conducción nacional.

El Frente Amplio y su brazo sindical repiten hasta el hartazgo el viejo sonsonete de que el gobierno busca dañar a las empresas públicas, cuando es exactamente al revés.

En momentos como este es bueno mirar atrás y pensar en cuántos problemas se hubiera ahorrado este país, de haberse votado en el año 2000 aquella ley de artículo único que propuso el entonces senador Alejandro Atchugarry, durante el gobierno de Jorge Batlle: "derógase el monopolio de refinación de petróleo crudo...". Para cuidar el "corazón" de Ancap, los entonces legisladores frenteamplistas Danilo Astori, Enrique Rubio y Alberto Curiel modificaron el texto legal, redactando pautas para su asociación con privados, de forma de ponerla así en condiciones competitivas ante la irrupción de petroleras extranjeras. Lo que no tuvieron en cuenta fue que a los sindicalistas de Fancap, toda posible asociación del ente con una empresa extranjera les afectaría su propio "corazón".

Entonces convencieron al entonces líder opositor Tabaré Vázquez para que desautorizara a sus propios correligionarios y diera la bendición a un referéndum, con el objetivo de derogar la ley que ellos mismos habían redactado.

Allí empezó una interminable serie de intromisiones sindicales que, apelando al inexistente "corazón" de las empresas públicas, lo que hicieron siempre fue torcer las decisiones políticas pensadas en beneficio de la población, para no afectar sus propios intereses y prebendas.

¿Esto no le hace acordar, estimado lector, a lo que está pasando ahora con la LUC?

Pero algo muy importante ha cambiado de ayer a hoy: la mayoría de los uruguayos no se come más la pastilla de este falso romanticismo.

Ya entendió que las fiestas las termina pagando el pueblo. Por eso apoya mayoritariamente a un gobierno que no vino a hacer la plancha, sino a cambiar las inercias que tanto comprometen el futuro de todos.

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