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Las amapolas del Somme

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El Somme, un río que cruza la región de Picardía al norte de Francia y desemboca en el canal de la Mancha, debe su nombre a una palabra celta que significa tranquilidad.

Sin embargo, paradójicamente, Somme es el nombre de una de las batallas más sangrientas de la historia. Una batalla de la Primera Guerra Mundial que terminó hace exactamente un siglo, el 18 de noviembre de 1916, en donde los ejércitos combatientes perdieron casi un millón de hombres. En Gran Bretaña, que lloró a más de 400.000 víctimas, la fecha representa la sinrazón de la guerra y es el origen de la tradición de las "poppy", las rojas amapolas que se colocan en la solapa para recordar a los caídos en combate.

Cien años atrás, británicos y franceses planearon lanzar una ofensiva conjunta contra las tropas alemanas estacionadas en las laderas calcáreas del Somme, un lance que según los estrategas aliados podía cambiar el curso de la contienda y conducirlos a la victoria final. A último momento, la contribución gala se redujo debido a que otra carnicería, la batalla de Verdún al occidente de Francia, demandó más refuerzos. Fue así que Gran Bretaña, un país dotado de una formidable marina de guerra pero con un escaso y mal preparado ejército de tierra, debió cargar con las mayores responsabilidades desde julio de 1916 cuando se produjeron los primeros enfrentamientos en torno al río.

La batalla habría de terminar sin un claro vencedor tras cuatro meses de lucha entre la sordidez de las trincheras, las enfermedades, el barro, el gas mostaza, el resonar de los cañones, las alambradas de púas y una serie de mortíferos ataques y contraataques de los aliados y los alemanes. En el recuerdo colectivo de los británicos Somme es el paradigma de la incapacidad de los generales y del sacrificio inútil de miles de vidas. Hasta hoy se habla de "los leones comandados por burros" en referencia a la bravura de los soldados británicos y a sus mediocres jefes, entre ellos el general inglés Douglas Haig que fue calificado como "asesino en masa".

Es que la guerra en tierra era algo completamente nuevo para Inglaterra que llegó a la cita con "un ejército de ciudadanos" compuesto por miles de jóvenes entrenados durante unos pocos meses y que, animosos pero faltos de experiencia, se alinearon junto a las orillas del Somme. Francia, en cambio, estaba mejor equipada y más acostumbrada a afrontar un tipo de combates que ya había librado en anteriores guerras continentales, lo cual no la salvó de perder a 200.000 hombres en aquella "tumba de barro".

Los historiadores dicen que la batalla del Somme tuvo el efecto de desgastar a las tropas alemanas y detener su avance lo que en cierta forma contribuyó al triunfo definitivo de los aliados en 1918. Otros analistas le adjudican a ese episodio bélico el efecto de haber cimentado la unión entre dos antiguos rivales, Gran Bretaña y Francia, cuyos soldados terminaron sepultados de manera conjunta en los cementerios de Picardía, sellando así el destino común de los dos pueblos. Un destino común que, dicho sea de paso, hoy no aparece tan claro debido a la reciente decisión del "Brexit" que determinó la salida de los británicos de la Unión Europea.

Para los alemanes la batalla del Somme significó la pérdida de unos 400.000 soldados, estos sí bien experimentados y bien entrenados. A raíz de esa pelea el ejército germano llevó a cabo una retirada estratégica acortando así la línea del frente. Al mismo tiempo el alto mando decidió rehuir ese tipo de luchas de desgaste. Uno de sus miembros, el oficial Friedrich Steimbrecher, definió aquella batalla en el norte de Francia de este modo: "Somme: toda la historia del mundo no podría contener una palabra más horrorosa".

Ese sentimiento de horror es el que prevalece hasta hoy cuando los rivales de entonces conmemoran la conflagración de un siglo atrás en donde los países involucrados perdieron prácticamente a una generación de hombres en una guerra que determinó el rediseño del mapa de Europa. En Gran Bretaña la mención de Somme suena como una exhortación a evitar la guerra y a solucionar las controversias entre naciones por métodos pacíficos. Y un detalle final: en el barro de Somme, tras la batalla, florecieron naturalmente las típicas amapolas junto a las tumbas de los caídos. Tomando nota de ello, surgió entonces en Gran Bretaña la idea de que esa flor de vida efímera cuyo color evoca la sangre derramada en aquellos campos se convirtiera en un símbolo del recuerdo de los caídos y, en cierta forma, en un llamado a preservar la paz entre los pueblos.

EDITORIAL

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