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Acostumbrados a la inseguridad

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Volvió Diego Forlán. Juega en Peñarol. Pero también dio su parecer de cómo encontró al país luego de tantos años de un periplo internacional que lo llevó por distintos países de Europa y finalmente a Japón. Sincero, declaró al periodista César Bianchi que lo encontró caro e inseguro.

"Mi viejo salió a andar en bicicleta por la rambla y lo robaron. Yo llegué hace un mes y dos semanas después me rompieron el vidrio del auto. Lo dejé parado un día de lluvia, fui a hacer unos trámites a un estudio contable y cuando salí, tenía el vidrio roto. Y hablo con conocidos y les pasó algo. Tenés que andar con un cuidado bárbaro". Y agregó que no podemos vendarnos los ojos: "Yo en la calle no veo policías. Desde que estoy he visto dos o tres patrulleros, no más. Entonces si vos no ves presencia policial en la calle, hay algo que está mal".

Son declaraciones que no dicen nada que cualquiera no sepa que ocurre en el país. Pero ya no se reacciona como se debiera. Muchas veces incluso, la reacción es la de cierto sentimiento oficialista fanático que insulta a quien simplemente señala lo obvio. Fue lo que le pasó a Forlán, quien por estas declaraciones fue atacado por "facho" en las redes sociales.

Forlán, alguien conocido y que no está en política, dijo lo que pensaba desde el lugar de aquel que hace mucho que no está en el país y que siente que algo cambió para mal en el tema seguridad. Pero el problema es que los que aquí vivimos hemos perdido sensibilidad. Como sociedad, nos hemos acostumbrado a convivir con graves episodios de violencia que pasan a ser algo natural y cotidiano.

Un reciente informe de la Consultora Foco dio cuenta de la cobertura informativa en canales de televisión sobre algunos terribles asesinatos de estos años. Pues bien: el del agente de Policía Marcos Melo, baleado por la espalda en el barrio Santa Catalina el 7 de agosto pasado, prácticamente no fue tratado por esos informativos. Muy diferente fue el tratamiento dado, por ejemplo, a la trágica y recordada muerte del trabajador de La Pasiva en mayo de 2012, o al asesinato del pistero de Malvín de diciembre de ese mismo año. En este mismo sentido, las movilizaciones ciudadanas por este tema hoy convocan menos gente que antes. En las de 2012 y 2013 hubo más manifestantes que en la del martes pasado, cuando muy pocos centenares de personas marcharon por el centro de Montevideo con la consigna "no más trabajadores asesinados".

¿Qué nos está pasando? ¿Cómo es que vamos aceptando pasivamente esta realidad? Porque cualquier cifra o evolución que se maneje sobre el problema de la inseguridad no deja dudas de que estamos cada vez peor, y que no es un problema de sensación térmica.

No pasa una semana sin que haya al menos un par de muertes violentas de personas menores de 30 años, algunas de ellas explicadas porque fueron "ajuste de cuentas". En esta década, no hubo un solo año en el que el número de rapiñas bajara con relación al anterior. Desde 2011 aumentó fuertemente la cantidad de asesinatos violentos: de menos de 180 al año, pasaron a estar siempre por encima de 260. Pasamos entonces a tener una tasa de homicidios cada 100.000 habitantes más alta que las de Argentina, Chile y Brasil. Más claro: Montevideo tiene una tasa de homicidios más alta que San Pablo, Buenos Aires o Santiago de Chile.

Entre 2012-2013 y este 2015 tan violento en el que nos acostumbramos a que los homicidios con armas de fuego sean cosa de todos los días, pasó algo muy importante: hubo elecciones. La ciudadanía decidió votar mayoritariamente por el candidato a presidente que anunció en su campaña, con total claridad, que habría de mantener al ministro Bonomi y que respaldaba la política de seguridad implementada en toda esta década frenteamplista.

Por supuesto, esta opción legítima no impide que se pueda criticar al gobierno porque sigue siendo el principal responsable de la inseguridad. Cualquiera puede afirmar, como sinceramente declaró Forlán, que "hay algo que está mal". Pero hay algo más profundo y más grave que nos están señalando todos estos datos objetivos sobre resultado electoral, aumento de los crímenes violentos, coberturas informativas de televisión, y escasa manifestación popular. Es que tenemos que sincerarnos y admitir que, como sociedad, lamentablemente, nos hemos acostumbrado a convivir con la inseguridad. Aunque duela, esa resignación se hace evidente para alguien que, como Forlán, vuelve al país y se da cuenta de que "hay que andar con un cuidado bárbaro".

editorial

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