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Se acabó el pase libre

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Periodistas y comentaristas políticos están observando en estos días una mayor rispidez de las relaciones entre gobierno y oposición.

Quizás presionado por las encuestas que evidencian una aprobación récord al presidente Lacalle Pou, el Frente Amplio optó por una estrategia de franca y abierta confrontación.

El aniversario de la asunción del gobierno parece haber agitado aún más ese talante conflictivo: el FA designó a Javier Miranda para hacer una crítica destemplada, tal vez por la menguada imagen que él tiene ante la opinión publica, incluso entre sus propios correligionarios. Cuanto más se afirma el gobierno, más recurre el FA a dirigentes desgastados para criticarlo. Lo mismo pasó días atrás con la insólita declaración de Rafael Michelini, cuando auguró un supuesto triunfo frenteamplista en las próximas elecciones. ¿Será casualidad que eligen a sus militantes menos creíbles para enviar mensajes desubicados?

Al mismo tiempo, analistas como Ignacio Zuasnabar y Óscar Bottinelli, así como también periodistas confesamente de izquierda como Alfredo García, reconocen públicamente que el Frente Amplio no encuentra un discurso coherente y sigue desacomodado en un escenario político, económico y social que reclama más unidad que chicanas pueriles.

La pregunta que algunos se están haciendo en el gobierno es hasta qué punto se debe responder a tanto cuestionamiento sin sentido, y si no deberían dejar que el adversario se siga enterrando solo en esos discursos que a nadie convencen.

La misma duda se ha generado con la oportunidad de haber sancionado a quince docentes de Secundaria, por realizar actividades proselitistas en un liceo de San José. La medida fue transparente e incuestionable, pero no faltan quienes lamentan que se haya publicitado en la víspera del reinicio de clases, dando pie a un paro docente de escaso acatamiento.

Nuestra posición al respecto es bien clara: tanto cuando se trata de defender una gestión eficiente, como cuando se debe hacer respetar la laicidad que garantiza la Constitución, no hay que tener contemplaciones de "oportunidad política", no hay que dar ni un paso atrás.

El gobierno fue elegido para eso, para gobernar, y la opinión pública se está dando cuenta cada vez con mayor claridad que este que se instaló en marzo de 2020 no vino a aplicar paños fríos ni a caer simpático a todo el mundo, sino a enfrentar y derrotar las inercias del pasado. Nunca más proselitismo en los centros educativos, como antes. Nunca más dirigentes sindicales que faltan al trabajo por encima de lo que sus licencias lo permiten, pero se les encajonan los sumarios, como antes.

Tan o más importante que los resultados de gestión, este gobierno debe demostrar a la ciudadanía que se acabó el pase libre para quienes se extralimitan, amparados en eventuales posiciones de poder. Una cosa es respetar los fueros sindicales y otra muy distinta es hacer la vista gorda a sus desbordes, para no parecer antipático o para evitar conflictos.

El ciudadano de a pie, ese que va a trabajar todos los días y sabe que si se hace el vivo pierde su empleo, aplaude a un gobierno que por fin devela esas insensateces y las sanciona.

Tan o más importante que los resultados de gestión, este gobierno debe demostrar a la ciudadanía que se acabó el pase libre para quienes se extralimitan, amparados en eventuales posiciones de poder.

Por eso, nunca es mal momento para demostrar probidad en el ejercicio de la autoridad conferida por el soberano. Por eso la buena imagen de un presidente que, a diferencia de lo que dice su antecesor Mujica, no se debe a una “superagencia de publicidad”, sino a la identificación de crecientes sectores de la ciudadanía con el pragmatismo y seriedad con que está gobernando.

Por primera vez, se usan los espacios publicitarios que la ley de medios otorga al Estado, no para hacer electoralismo barato, sino para lo que debe ser: dar recomendaciones de salud e informar sobre el plan de vacunación en este tiempo de pandemia.

¿Recuerda el lector aquellos spots interminables donde, en vez de informar sobre los riesgos de consumir marihuana, se ensalzaba aquella ley prometiendo que acabaría con el narcotráfico? ¿Recuerda aquellos otros en que se entrevistaba demagógicamente a niños que agradecían al gobierno por ir a la escuela, o buenos vecinos encantados con que les habían conectado el agua potable? Toda esa maquinaria chavista (vaya que era una “superagencia de publicidad”, aquella), quedó en el pasado, y hoy el gobierno utiliza los medios, no para promoverse, sino para divulgar mensajes de bien público, como debe ser.

Es un imprescindible cambio de cultura cívica. De eso se trata.

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