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No vamos bien

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EDITORIAL

Si algo tuvo de positivo la masiva protesta en Durazno fue mostrarle al votante urbano, confundido por el festival de derroche estatal, que la realidad productiva del país es muy diferente a la que le pintan los burócratas del gobierno.

El Uruguay vive una contradicción histórica. Por una lado está el sector que produce, que invierte, que trabaja, que genera recursos genuinos. Y después está el otro, el que gasta, el que consume, el que "distribuye", con la proverbial generosidad de quien recibe las cosas sin haber tenido que pagar el precio real de producirlas.

Durante los últimos años, esta contradicción ha quedado tapada. Sobre todo porque los valores de la mayoría de lo que genera el sector productivo disimulaban los desequilibrios enormes que acentuaba el gobierno. Un gobierno que sin atender al principio básico de la economía (cuando hay, guardá para cuando no hay), se embarcó en un festín de derroche que durante años generó la ilusión de un crecimiento sin fin.

El paroxismo de este problema fue durante la última campaña electoral. Allí, cuando todo indicaba que el país durante el gobierno de Mujica había perdido el camino, y que los fundamentos de la economía exigían un cambio serio, el hoy presidente Vázquez acuñó una frase tan mentirosa como efectista: "vamos bien".

Si algo deja de positivo la movilización del martes en Durazno es mostrarle a esa mitad urbana del país, que durante un tiempo vivió en la ilusión de prosperidad y consumo fomentada por la plata dulce desparramada por el gobierno, que la fiesta se terminó hace rato.

Hace años que no vamos bien, en los últimos tiempos la realidad es que vamos mal, y cada vez peor.

Es probable que el primero en saber eso haya sido el presidente Vázquez, quien ha demostrado en su carrera pública tanta inteligencia y capacidad de lectura de lo que pasa en la sociedad, como falta de escrúpulos a la hora de buscar objetivos políticos. Por eso, apenas llegó al gobierno, ordenó un ajuste fiscal feroz, que aumentó impuestos y tarifas con dos fines claros: tapar los agujeros del desastre que le dejó Mujica, y mantener bien atendidos a los sectores que son el núcleo duro de su fuerza electoral. La caída del precio del dólar y la inyección de recursos públicos mantuvo gorditos y contentos a la barra sindical, a los funcionarios públicos, y a los estamentos urbanos intelectuales, que pudieron seguir comprando electrodomésticos y coches baratos, abarrotar los balnearios del este, y contratar asesores y financiar ONGs.

A diferencia de lo que dicen muchos, esto no es una "puja redistributiva". Se trata de que desde un lado se tiró demasiado de la cuerda, y quienes generan la riqueza genuina ya no tienen ni para ellos mismos. Y se han plantado en la cara de la sociedad para explicarle que la cosa así no puede seguir.

Por eso son reveladoras algunas reacciones, como la del exvicepresidente Sendic. Porque resulta clarificante para la población de a pie comprobar que la figura más desprestigiada de la política nacional, quien dejó al borde de la quiebra a la principal empresa del país, tenga el descaro de salir a criticar este movimiento. Porque ahora la gente común sabe que cuando los arroceros uruguayos, los más competitivos del mundo, no logran que les cierren los números, es en buena medida porque están pagando los platos rotos de la fiesta de Sendic en Ancap, con el gasoil más caro de la región.

Cuando esos "asesores" del ministerio de Economía o de la Intendencia de Montevideo, ñoquis que se pasan las horas haciendo mandados políticos en las redes sociales, cuestionan las protestas, ahora la gente de a pie se da cuenta que solo están defendiendo privilegios propios en un gobierno que ha multiplicado por cinco sus ingresos anuales, pero que no logra que le cierren las cuentas.

Cuando los sesudos académicos salen a burlarse del chacarero que reclama, ya no hay manera de ocultar que solo están amparando un sistema del que se han beneficiado a costa de un sector productivo que no aguanta más que le sigan chupando la sangre para mantener hordas de contratos, asesorías y burocracia.

Pero hay una lección tal vez mayor. Y es la que da ver que lejos del discurso maniqueo impulsado por los eternos sembradores de odio y división, el movimiento que fue a Durazno fue una genuina representación del mundo productivo, sin división de clases ni sectores sociales. Estaba el productor grande que invierte en feed lots y praderas, junto al tambero, al peón rural, y al chacarero. Y si no hubo más gente, fue porque a diferencia de otros, allí no hay licencias gremiales ni se le puede decir a la vaca que no produzca leche ese día porque hay una asamblea. El gobierno y su entorno podrán seguir ignorando la realidad, sembrando división, y mirando para otro lado. Pero a la gente común, ya no se la puede engañar más. Vamos mal.

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