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EDITORIAL

El III Congreso Nacional de Educación, igual que sus antecesores, finalizó sin grandes resultados. Temas como los altos niveles de ausentismo y repetición de los estudiantes no fueron ni siquiera tomados en cuenta.

El impulso con que se iniciaron los Congresos Nacionales de Educación se ha disipado. Estos encuentros persisten como una demostración de la ilimitada capacidad del gobierno para la discusión y su igualmente ilimitada incapacidad para emprender las urgentes reformas por las que clama la enseñanza. Los Congresos se han convertido en una gigantesca pantalla que oculta, bajo un manto de debates, esa parálisis.

El primer Congreso se realizó en el 2006 y culminó con un Plenario Final al cual asistieron 1.221 delegados. Sirvió de aporte para la Ley General de Educación de diciembre de 2008. Ésta creó el Congreso Nacional de Educación "que tendrá una integración plural y amplia que refleje las distintas perspectivas de la ciudadanía en el Sistema Nacional de Educación" y que debía constituir "el ámbito nacional de debate del Sistema Nacional de Educación".

En el Plenario Nacional Final del II Congreso (29-30 de noviembre de 2013) participaron 500 delegados incluyendo delegados titulares, suplentes e invitados que formaron parte de las mesas moderadoras y comisiones redactoras.

Finalmente, el Plenario Final del III Congreso se realizó los días 9 y 10 de diciembre. Asistieron 779 participantes.

Más allá de alguna reducción del número de asistentes la tónica de estos Congresos refleja una creciente frustración con sus irrelevantes ejercicios de retórica; las grandes diferencias sobre el tema en el seno del partido de gobierno; y la resistencia de la oligarquía que domina el sistema de la enseñanza pública a recibir aportes provenientes de fuera de su exclusivo círculo.

Aunque la Ley General de Enseñanza estipula que los Congresos deben ser convocados en el primer año de cada período de gobierno, este último encuentro recién tuvo lugar más de dos años y medio después del inicio del gobierno de Vázquez. Ello se debió al conflicto de visiones que existe en el seno del gobierno, el partido del gobierno y la izquierda en general. Esas diferencias se reflejan, entre otros asuntos, en la enseñanza.

Durante el primer año de este gobierno, el Director Nacional de Educación, Juan Pedro Mir, fue obligado a renunciar luego de reconocer, en un acto del Frente Líber Seregni, que no estaban dadas las condiciones para cumplir con la promesa de Vázquez de "cambiar el ADN en la educación" (los hechos han demostrado que tenía razón). Poco después le siguió el subsecretario de Educación y Cultura, Fernando Filgueira.

La decapitación de esos destacados técnicos decidió el litigio entre las dos concepciones sobre la estrategia para la enseñanza: la modernizadora y la conservadora. Triunfó esta última, favorable a mantener el status quo. Así, la Ministra de Educación y Cultura describió a Mir como un maestro de escuela que no dio la talla para el cargo porque no estaba capacitado; y poco después afirmó que "No solo no hay que sacar a Wilson Netto de la presidencia del Codicen, sino que es el José Pedro Varela de este quinquenio". Más claro, echarle agua.

El Directorio del Partido Nacional pronto descubrió la verdadera naturaleza del III Congreso.

Luego de haber aceptado la invitación a participar y de que su representante técnico hubiese realizado aportes sólidos y constructivos, el Directorio debió reconocer que no existía "ninguna voluntad de introducir cambios significativos" y que la Comisión Organizadora del Congreso y las autoridades nacionales que la respaldaban, "persisten en usar un modelo endogámico y corporativo, totalmente ajeno a la lógica ciudadana, que asegura que, una vez más, el Congreso sólo servirá como medio de expresión de grupos organizados".

El Directorio retiró a su representante y cuestionó "la validez del Congreso de la Educación como ámbito de representación ciudadana, plural y democrática".

Lo más significativo del Congreso son los temas que no fueron tratados, como los altos niveles de ausentismo de los alumnos y la repetición. La Subsecretaria de Educación y Cultura atribuyó esas ausencias a que los asuntos no estaban en ninguno de los ejes planteados. Una omisión sorprendente porque ellos se hallan en el núcleo de la crisis de la enseñanza.

Pero, en definitiva, no debemos preocuparnos. Ahí está, por ejemplo, el decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación que dijo a El Observador, que "No hay una situación crítica o de derrumbe que justifique un plan de emergencia", en la enseñanza.

Lo que nos recuerda la clásica canción francesa: "Tout va très bien, Madame la Marquise, tout va très bien…"

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