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EDITORIAL

No hace falta conformar una coalición: alcanza con reunir a los precandidatos de los distintos partidos opositores para acordar una agenda común. Y como dijo Lacalle Pou, hay partidos minoritarios cuya participación en esa mesa resulta clave para fortalecer el objetivo.

Se puso su partido al hombro y pateó el tablero. Ya se sabe que el dos veces presidente Julio María Sanguinetti no dice "gre gre" para decir Gregorio. En un timing tan preciso como breve, aclaró que no se sumará a la carrera de las precandidaturas, salió a hacer campaña opositora a cañonazos retóricos y empujó decididamente hacia la tan postergada conformación de un bloque opositor.

Contra la pasteurización de las declaraciones vía Twitter, contra la estéril corrección política que a tantos abruma y neutraliza, Sanguinetti salió a los barrios picando grueso. Trató de fascistas a los sindicatos de la enseñanza. Con ello generó titulares de prensa y reavivó adhesiones y rencores. Algunos lo interpretaron como un derechazo pensado para resituar a los colorados en una cancha de visibilidad. Otros lo vieron como el modus operandi de un político de raza: aquel que sabe interpretar el hartazgo ciudadano ante los discursos vacíos y lo traduce en declaraciones explosivas que no temen al rechazo de los ajenos, porque saben que despertarán el entusiasmo de los propios. Tal vez, lo ejemplar en el caso de Sanguinetti es que demuestra a sus colegas que esta actividad no es de suma cero.

La tibieza, el afán de quedar bien y parecer inteligente y multicomprensivo, al final siempre van de la mano de una pasmosa pérdida de notoriedad. En cambio, la formulación de mensajes que generen reacciones airadas en el adversario puede constituirse, sobre todo en momentos como este, en el capital para una entusiasta y fervorosa adhesión emocional.

Por eso resulta a veces hasta gracioso escuchar a sesudos politólogos analizando estos fenómenos desde sus propios prejuicios. También cuestionaron a Sanguinetti cuando, en aquel debate preelectoral de 1994, agitó el viejo fantasma del marxismo ante un sorprendido Tabaré Vázquez, que vendía un futuro de cambios y esperanza. Con esa estrategia, que muchos expertos evaluaron como equivocada, Sanguinetti reintegró a sus filas a votantes liberales y antimarxistas, dispersos en los otros partidos, y ganó la elección.

Su proceder actual reedita aquel estilo. Frente a la corrección política de quienes se refieren a la educación cantando loas a Eduy21 y experiencias como el Jubilar y el Impulso, su ataque a los sindicatos docentes cambia el escenario y canaliza la indignación que su accionar produce en vastos sectores de opinión.

Lo mismo puede decirse de su iniciativa de reunirse con Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga para promover un acuerdo opositor. La idea ya había sido planteada por distintos dirigentes, des-de Novick hasta el mismo Larrañaga. Incluso Pablo Mieres defendió la creación de un polo socialdemócrata, opuesto a la seudoizquierda encaramada en el poder.

Pero la inquietante indefinición de liderazgo en la interna del Partido Colorado a partir de la renuncia de Bordaberry, y el perfilismo sectorial por momentos exacerbado con que se autoboicotea el Partido Nacional, demoran esa definición clave para posicionar un bloque opositor, al que la ciudadanía reconozca aptitud de gobierno.

Es que la coincidencia entre ambas colectividades ya no es solamente ideológica, sino también en torno a las grandes soluciones que el país reclama.

Sus economistas son contestes en la necesidad de contener el gasto, para abatir el asfixiante déficit fiscal, no a través de la reducción de la inversión social, sino guillotinando el despilfarro. Lo mismo puede decirse de sus técnicos en temas tan urgentes como la educación, la salud, la seguridad pública, el estímulo a la producción y una inserción internacional proactiva, que por fin libere el trabajo de los uruguayos del nefasto corsé ideológico del Plenario del FA, un poder ejecutivo por encima de Vázquez, Astori y compañía.

No hace falta conformar una coalición: alcanza con reunir a los precandidatos de los distintos partidos opositores para acordar una agenda común, unida al compromiso de conformación de un gobierno de unidad. Pero como bien ha dicho el senador Lacalle Pou, hay partidos minoritarios cuya participación en esa mesa resulta clave para fortalecer el objetivo. En tal sentido, Novick da un pésimo mensaje cuando se coloca en una posición equidistante respecto de los dos bloques. Y el senador Pablo Mieres debe llegar a una definición a la altura de su valorable posicionamiento opositor de estos años. Quienes nos hartamos del FA, tenemos derecho a saber qué vamos a votar y cuán eficiente será el cambio que anhelamos.

Ojalá se pongan de acuerdo de una buena vez.

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