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Tolerancia mil

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@| Abusaron de un niño en una escuela. Y dicen que no es nuevo. Situaciones de este tipo no hacen más que confirmar un largo camino de deterioro en parte (cada vez más creciente) de la sociedad, que se viene recorriendo desde hace tiempo.

Es que hubo vientos que trajeron estas tempestades. Los límites se fueron diluyendo ante una permisividad que toleró impasible la falta de respeto a docentes que pasaron del insulto soez hasta la agresión física por parte de alumnos y padres. Para decirlo en criollo: “al no pararlos de entrada se subieron a los camiones.” Y para pararlos la cosa no era con “paños tibios”. Se ha llegado a tratar igual al agresor que al agredido porque víctimas son todos, alegan los tecnócratas de siempre.

Esto trajo –entre otras cosas- como aparejado el desprestigio, también cada vez mayor de la escuela pública, y que aquellos padres con un poder adquisitivo mediano recurran a los institutos privados, donde en verdad estos sucesos son más raros.

Hay mucha dialéctica por parte de las autoridades que rasgándose las vestiduras cantan loas a la historia de la enseñanza pública pero a la hora de decidir, en su inmensa mayoría también para los suyos optan por la privada. Son discursos hipócritas que quieren tapar lo que está pasando. Entonces nos vienen con la vieja cantinela de que no quieren estigmatizar zonas, cuando todos sabemos lo que sufren los docentes que por algo no quieren trabajar en barrios que todos conocemos.

¡Qué puede extrañarme ya! Cuando se ven grupos de niños de 7 a 13 años que juegan a masturbarse en la calle y a cosas peores aún, sin la vigilancia de mayores que seguramente dan el mal ejemplo.

Hay una incultura que se siembra y germina cuando se tiene hijos más allá de lo razonable para con pocos años tirarlos para que “jueguen en la calle”, mientras los “referentes” consumen y usan de los medios de comunicación todo lo que sea chatarrero, ordinario y frívolo. Cuando esos mismos referentes, insultan y exaltan con total impunidad el crimen alevoso de rivales desde las tribunas. Cuando manifestantes rompen autos y estropean fachadas para al otro día entrar y salir olímpicamente de los juzgados convencidos cada vez más que “acá no pasa nada”.

¿Qué mella pueden hacer en esos casos medidas como la prisión domiciliaria, o como el ir a pasar horas de recreo a la comisaría o barrer placitas con el celular en la mano?

En aras de la libertad de expresión se ha instalado la cultura “de que cada cual haga de su cola un pito”. Para “empujar al chancho en la bajada” en medio de esta crisis de valores el Estado se encargó de distribuir marihuana estimulando el consumo considerado por especialistas la puerta de adicción a drogas más pesadas. ¡Y para justificar su inoperancia nos quieren convencer que está igual en todos lados! Mucha gente viaja y sabe que no es así.

Estamos en el horno, la tolerancia mil nos llevó a esto.

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