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En tiempos de coronavirus...

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@|Esta pandemia no distingue entre continentes, razas, ni clases sociales. Surgió para darnos un cachetazo a cada uno de nosotros y como no reaccionamos a tiempo, terminó por darnos un golpe mortal, nos paralizó, cuarentena. Condenados a permanecer encerrados en nuestros propios hogares.

Y todo lo que hasta ayer era prioridad, pasó a ser secundario, insignificante, lejano: economía, valor del dólar, petróleo, mercado de valores, consumismo, etc.

Pasamos a enfocarnos en la vida, en el “otro”.

Comenzamos a tomar consciencia social; ver ese mundo englobado y unido nos hace pensar que la acción de cada uno repercute en todos, que no estamos aislados, que no importa si pertenecemos al primer, segundo o tercer mundo, todos somos “El Mundo”.

Ese mundo la tecnología lo transformó en una enorme red formada por hilos que entrelazamos todos; ninguna acción es inocua, ni personal ni estatal, todas tienen consecuencias.

Esta pandemia sin precedentes nos desmoronó porque no es tan sólo económica, es humanitaria, sanitaria. Nos obliga a pararnos desde otro lugar. A tomar consciencia social. Nos une en el repudio general hacia aquellos seres arrogantes, ególatras, que siguen adelante sin pensar en los demás. Nos une en exigir y cuidar el cumplimiento de las leyes. Nos une en exigir a los Estados tomar medidas que ayuden a cuidar el planeta que es el hogar de todos.

Esta pandemia no pasa en el año 2020 en forma casual, era tiempo de parar y obligarnos a reflexionar, a tomar consciencia que somos una comunidad, el “otro” del “otro”. Nos obliga a un distanciamiento social pero un acercamiento familiar. Esa vorágine costumbrista diaria quedó de un momento a otro reducida a una cárcel voluntaria, encierro, encuentro con los más íntimos, sin vías de escape. Es momento de desacelerar, de mirarnos a los ojos, dialogar, porque ahora tenemos tiempo, no hay excusas, tiempo para redescubrirnos, jugar con nuestros hijos, reír sin remordimientos, leer un libro, reflexionar, en definitiva, para “ vivir”.

La contaminación atmosférica es el mayor riesgo ambiental para la salud y no está distribuido equitativamente sino que afecta a los más débiles, la población más pobre, los niños y adultos. A nivel mundial ya queda demostrado el efecto de nuestro accionar, la polución en tres días se redujo al cincuenta por ciento en algunas ciudades, la calidad del agua y del aire mejoradas, crecen peces, etc. En pocos días cambios significativos, que nos están probando que el mundo en el que estamos destinados a vivir no se destruye solo, depende de nosotros. Nada va a volver a su estado inicial, nada va a volver a ser lo mismo.

Ojalá así sea. Esperemos que esta cachetada nos saque del letargo en que estábamos sumidos sin reaccionar, que nos obligue a repensar nuestras prioridades, que obligue a cada Estado a tomar medidas conscientes del valor que tienen no para sí, sino para todos; que hay un interés superior y supremo que debemos contemplar todos y es el de la vida humana y la calidad de la misma.

Ojalá que a nivel personal también nos desenfoque y nos impulse a redefinir prioridades, no seguir cubriendo vacíos del alma con cosas materiales, conscientes que existe un ser interior, un espíritu que alimentar.

Ojalá nos sirva para entender que todos somos parte de una comunidad y que tenemos una misión sagrada: la de trasmitir las raíces, valores, costumbres y el pasado; base de la comunidad actual, pilares que den sostén a una comunidad duradera equitativa. Y la misión sagrada de dejar a las generaciones venideras un planeta saneado, humanitario, en el que puedan soñarse y sentir con orgullo que forman parte, sin distinciones de ningún tipo, con la misma accesibilidad al agua, alimentos, salud y educación.

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