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Semana Santa, Criolla o de Turismo

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@| Tal vez sea por nuestra particular idiosincrasia, que mantenemos año a año una especial semana, que nadie se ha atrevido a modificar. La santa semana criolla o de turismo, mantiene su vigencia, este año, extendida al lunes siguiente por la Ley que permite correr algunos feriados de fechas patrias, al lunes inmediato, como forma de promover esta “industria sin chimeneas” con feriados largos, lo que moviliza muchos servicios, sin preguntarse siquiera sobre el significado histórico del evento patrio que debiera recordarse.

Se trata de una semana particular, donde muchos participan de los rituales y peregrinaciones de la religión católica, desde el Domingo de Ramos al Domingo donde se celebran las Pascuas de Resurrección, celebrando con unción tanto la bendición de los ramos de olivo, como respetando la indicación de no ingerir carnes rojas el Viernes Santo, para luego interrumpir el “ayuno” y celebrar en familia, compartiendo la rosca pascual o probando chocolates en la búsqueda de huevos, con o sin sorpresas, mezcla de costumbres religiosas y paganas.

Otros, aprovechan sus asuetos para disfrutar de vacaciones por el interior de nuestra geografía, tanto en carpas, como utilizando una gran oferta hotelera. La cuestión es hacer algo distinto, y si bien es desigual el trato con respecto a los trabajadores, los privados buscan hacer coincidir parte de sus licencias con esta semana, cuando la mayoría de los funcionarios públicos, disfrutan de asuetos corridos por la suspensión de actividades en prácticamente todas las oficinas públicas y en consecuencia, también se suspenden los plazos en asuntos judiciales.

La tradición se viste de gala en demostración de destrezas criollas, donde se arriesga hasta la vida, en domas y corcoveos sobre bravos equinos, por dar la “vuelta de honor” enarbolando el pabellón nacional. Cuántas actividades que se entrelazan, en una realidad social tan particular que poseemos como nación, donde la laicidad impulsada desde José Pedro Varela en la enseñanza pública y confirmada desde la Constitución de 1917, al resolverse dejar atrás el “Estado Confesional”, propio de la Constitución de 1830, nos brindó un sello distintivo particular de nuestro país. República democrática y representativa, conformada predominantemente del aluvión de inmigrantes de muy diverso origen, principalmente europeo, donde pueden convivir diferentes credos y religiones o costumbres, sin que el Estado posea una religión oficial. Y sin que por ello, se pierdan valores morales y culturales necesarios, cuando no imprescindibles, para esta sana convivencia.

Lamentamos que hoy, los indicadores del “latino barómetro” nos iguale a muchos de nuestros vecinos de Latinoamérica, de quienes durante mucho tiempo nos distinguíamos, en educación y tradiciones de excelencia republicana y democrática. Y no somos los mejores de la clase, y remontar a los altos niveles de desempeño, nos llevará bastante más que una generación. Tremenda tarea tenemos por delante. Pues si bien estos días debieran servir de reflexión, cualquiera sea la posición que detentemos frente a lo trascendente, la realidad nos muestra un pronunciado desequilibrio del tener frente al ser y los últimos años de bonanza económica sin parangón, no han servido para fortalecer las bases de una formación ciudadana, en la que, la tan mentada “inclusión social”, se obtenga no por decreto, sino por el discernimiento de quienes puedan interpretar con sus palabras un texto puesto a su consideración. Lo que permitirá mañana, decidir con verdadera independencia de criterio, a quien confiar la conducción de los asuntos públicos. Ni más, ni menos.

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