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El segundo mensaje

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@|El hombre (en su expresión genérica) y la naturaleza se enfrentan continuamente.

En los últimos cien años, ha habido una continua expansión de la humanidad tanto como consecuencia de su desarrollo poblacional como de los avances tecnológicos que han terminado en la mayoría de los casos agrediendo a la naturaleza.

La explotación masiva del petróleo, tanto por su uso en el transporte como por sus derivados – principalmente el plástico – han contaminado al aire y al agua. Así vemos como en las grandes urbes, el aire se vuelve irrespirable y el dióxido de carbono afecta a la capa de ozono e incrementa la temperatura ambiente global en forma paulatina pero sostenida. Por otra parte, observamos cómo los mares reciben toneladas de desechos plásticos que se acumulan en islotes artificiales dada su indestructibilidad por decenas de años.

Entonces, vemos cómo la naturaleza reacciona ante estas agresiones.
El calentamiento global existe y se expresa a través de huracanes, tornados, precipitaciones intensas, crecidas de ríos y de mares, incendios descontrolados y del deshielo de glaciares.

El hombre, fiel a su soberbia y ambición, prosiguió contribuyendo a su expansión a través de la tala indiscriminada de bosques y con el consumo intensivo de combustibles fósiles.

Ahora aparece un nuevo elemento que la naturaleza le impone al hombre: uno de carácter invisible, de proyección global y de características letales: el nuevo coronavirus.

Ante su presencia no valen las más sofisticadas armas de guerra o las arengas de dictadores o las invocaciones de jefes de Estado. Su aparición solapada y al principio oculta por la segunda potencia económica mundial hizo que sus características de alta contagiosidad pasasen desapercibidas y la ignorancia sobre sus consecuencias pandémicas derivaran en un colapso sanitario y económico mundial.

Italia, España, Inglaterra, Brasil, México y por último Estados Unidos procuraron mantener sus industrias y sus vuelos internacionales abiertos y han estado entre los más afectados tanto en infectados como en personas fallecidas.

Luego de un mes de inactividad industrial en el norte de Italia – la región más afectada en ese país–, ha hecho que en la desembocadura de su principal río sus aguas vuelvan a tener color cristalino, algo que hacía décadas que no ocurría. El forzoso aislacionismo poblacional ha – en algunos casos – hecho resurgir actos de manifiesta solidaridad hacia los compatriotas vulnerables y – en otros casos – sentimientos de egoísmo puro, como ser el creerse invulnerable y hacer de agente transmisor del virus.

Mientras sigamos aislados, pensemos en cómo habremos de actuar una vez que salgamos de esta.

¿Seguiremos unidos para enfrentar los desafíos que demandará el nuevo orden económico luego de la pandemia? ¿O nos dejaremos convencer por los viejos vendedores de humo de la política nacional y caeremos en su trampa de la grieta social y cultural? ¿A nivel personal, vale la pena ir más allá de nuestras posibilidades por aparentar ser lo que no somos?

Pensemos que este coronavirus es el segundo aviso que nos manda la naturaleza, el tercero será sin dudas peor.

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